La sonrisa
La diferencia fundamental no reside en los cinco anillos de campeón de la NBA, tres trofeos de MVP, la medalla olímpica conseguida en Barcelona, miles de asistencias realizadas con una imaginación desbordante o una capacidad de liderazgo fuera de lo común. Ni siquiera en la dimensión mítica que le otorgó su extraordinaria carrera y que se ha acrecentado con un ejemplar comportamiento ante la grave enfermedad que le obligó a irse antes de lo previsto, cuando todavía creíamos ingenuamente que su vida deportiva no tendría fin. La clave del jugador más creativo que ha pisado una cancha de baloncesto y que responde al nombre de Erving Johnson, la razón diferencial por la que ha despertado y sigue despertando tamaña expectación allá por donde pasa se encuentra, simple y llanamente, en su risueña e inconfundible sonrisa.Una sonrisa que se convierte en el mejor reflejo del placer indisimulable que Magic experimenta con el simple hecho de practicar un deporte que ama por encima de casi todo. Y ese placer de jugar al baloncesto lo transmite a través de su sonrisa, lo contagia cada vez que deja ver sus inmaculados dientes. Nadie mejor que Magic ha logrado esta difícil y fundamental comunicación entre jugador y espectador. El pasado martes, en Badalona, tuvimos una nueva oportunidad de comprobarlo. Mientras Magic recordaba (sonriendo, por supuesto) tiempos pasados en los Juegos de Barcelona, los diversos estamentos del baloncesto español siguen hablando y hablando y hablando, casi siempre por separado, por supuesto, del mal y los remedios del baloncesto español.
Nadie, ni jugadores, técnicos, directivos, ACB, FEB, árbitros, medios de comunicación o demás colectivos, tiene en su lista un problema vital. Será porque no se han dado cuenta o bien porque resulta algo muy duro de asumir, pero el caso es que los jugadores españoles, los protagonistas del espectáculo, salvo excepciones, no disfrutan jugando al baloncesto. Si lo hacen, envían señales de lo contrario. Y sus señales son lo que importa, pues es lo que le llega al público. Puede ser que en el fondo no les guste el baloncesto y lo realicen como un coñazo trabajo de oficina. Y puede que los entrenadores no se lo permitan con sus tácticas de laboratorio. Lo indiscutible, por comprobable a simple vista, es que semana tras semana vemos a unos profesionales ejerciendo su trabajo en el sentido más estalinista de la palabra. Pocas veces te regalan una sonrisa: ¿Cómo se puede contagiar un entusiasmo al aficionado cuando los jugadores dan la sensación de carecer de él? Magic tiene la respuesta.
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