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Cambio de hora

Julio Llamazares

Hoy, cuando usted se haya despertado, habrá dormido (o trasnochado) una hora más, pero se la sacarán del cuerpo. A partir de mañana, las noches durarán una hora más y los días tendrán una hora menos. Me refiero, claro está, respecto de la merienda.Aparte de que esa hora que hoy ha vivido de más nos la debía el Gobierno. Nos la había robado en abril con la disculpa de ahorrar energía y de adelantar artificialmente la llegada del buen tiempo. Cosa que entonces agradecimos, aunque esa noche nos costase trasnochar o dormir una hora menos.

Esos cambios anuales del horario que periódicamente se producen, por orden gubernativa, cada otoño y cada primavera nunca los he entendido del todo. Ni para qué se hacen, ni cómo, ni por quién, ni de qué manera afectan a nuestra economía y a nuestros cuerpos. Porque lo que parece claro es que, además de incidir en aquélla, que es lo que busca el Gobierno, también re percute en éstos. ¿O es que a ustedes no les pasa como a mí, que, durante dos o tres días, tengo la sensación, más que de haber cambiado de hora, de haber cruzado el océano?

Lo primero que no entiendo es si en abril se adelanta la hora y en septiembre se atrasa o es a la inversa; cuestión que, a fuer de sencilla, se me hace tan complicada (debe de ser porque soy de letras) que me cuesta cada vez complejas y arduas diatribas con los taxistas, con el consiguiente coste en tiempo y en dinero. Lo segundo es de qué modo y en virtud de qué extraño misterio los españoles ahorramos la cantidad de energía que el Gobierno dice que ahorramos con sólo cambiar la hora de los relojes. Porque si es cierto que, en virtud de ello, nos acostamos una hora antes, con el consiguiente ahorro de energía eléctrica, no es menos cierto también que madrugamos una hora más, lo que supone que enchufamos antes, aparte del mal humor, el televisor y los electrodomésticos. En cualquier caso, hagamos lo que hagamos (con el reloj y con nuestros propios cuerpos), lo que está claro es que hemos de dormir las mismas horas y, por tanto, que estamos vivos el resto, andando en coche, dando la luz, viendo la televisión, poniendo el lavaplatos y el microondas.

Al final, va a tener razón tía Lina, una vieja de mi pueblo que se niega a cambiar la hora (no sólo ésta, sino la que llevamos de adelanto, respecto de la real, desde la posguerra) y se guía por el Sol, que es más serio y fiable que el Gobierno.

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