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Tribuna
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Servicios públicos

El autobús estaba abarrotado. Los usuarios viajaban apelmazados formando una masa consistente. Apenas podían desplazarse y, sin embargo, aquel caballero, viendo los apuros de una señora por sostener un gran número de bolsas y mantener el equilibrio al mismo tiempo, se decidió a ayudarla. Le costó más trabajo del previsto colocarse junto a ella, porque tenía unas características físicas muy sugerentes y, por tanto, la zona se veía sometida a una densidad de viajeros mayor. A causa de la presión que ejercían unos cuerpos contra otros, los viajeros que se encontraban en contacto con la señora no querían perder posiciones, y se resistían a dejar paso a pesar de la fuerza con la que operaba el caballero. Sin embargo, dada su complexión atlética, su constancia y su falta de pudor, logré colocarse inmediatamente detrás de la bella mujer ante el estupor del resto de los viajeros, que comprobaban, una vez más, que los placeres de esta vida no estaban reservados para ellos. Con la mirada perdida, a través de la ventanilla aquellos pobres hombres contemplaban absortos el paisaje, evitando en su ausencia que la situación les afectase más de lo habitual.Indiferente a las desdichas ajenas, el caballero intentó aliviar a la señora de parte de su carga y dijo: "Lleva usted mucho peso. Si quiere, puedo sujetarle el pecho". La señora intentó darse la vuelta para ver al amable caballero que la socorría en un momento tan comprometido, pero apenas pudo girar la cintura porque sus caderas estaban ancladas entre los cuerpos de los señores que la rodeaban. Cuando comprobé que el aspecto del caballero no hacía concebir malas intenciones, respondió: "Se lo agradezco muchísimo, porque no sabe cómo pesan estas bolsas". El caballero, demostrando que su ofrecimiento no era simple cortesía, pasó sus brazos por debajo de los de la señora y con sus manos agarró sus pechos elevándolos unos centímetros, ante el regocijo y la enfermiza envidia de los presentes. "Ya no quedan caballeros así" afirmó. "Tiene usted razón. Por un momento creí que nadie iba a ayudarme. Y eso que esta blusa me ha encogido dos tallas y, que yo lo diga está mal, me resalta mucho el perfil". "Pues no me había fijado. Yo me ofrecí por la cosa humanitaria" respondió el caballero. "Pues la verdad, para ser usted un altruista se lo toma muy en serio. ¡Qué forma de repretar!". "Es que me gusta sentirme cerca del que sufre". "Yo diría que uno con el que sufre" dedujo la señora.

El autobús se detuvo en un cruce céntrico y evacuó a la mitad de los viajeros, pero aquella zona continuaba sometida a la misma densidad de población. El caballero notaba cómo ella se iba acomodando y se cargaba más contra él. Una pierna se le estaba durmiendo y decidió cambiar de postura. "Perdone la curiosidad, ¿le importaría decirme qué es lo que lleva en las bolsas?". "Pues si quiere que le diga la verdad, ni me acuerdo, porque he estado de caprichitos, ya sabe, cogiendo una cosita de aquí y otra de allá, más por el antojo que por la necesidad". "¿Le importa que eche un vistazo a las compras? Es que así me entretengo". "De ninguna manera", respondió la señora.

El caballero flexionó las piernas y desapareció bajo el resto de los viajeros. El espacio que dejó en la superficie fue ocupado inmediatamente. Permaneció en aquella inmersión durante bastantes minutos. Nadie hubiera notado su presencia, a no ser por el rostro de la señora, que con sus gestos delataba estar siendo sometida a diversos estímulos.

"Caballero, que yo no llevo bolsas", afirmó tajantemente un señor que viajaba junto a ellos, queriendo decir que ni solicitaba ni deseaba las atenciones altruistas de que era objeto por parte del servicial usuario.

"Gracias por todo, pero me apeo en la próxima", di o mirando hacia abajo otro señor que formaba parte de aquel grupo compacto.

Tanta actividad subterránea produjo cierto malestar en la señora. No le gustó comprobar que aquellas atenciones no eran una atención personal, sino que se debían a que, en efecto, aquel señor poseía un corazón generoso. Ofendida, al verse relegada a un segundo plano en el capítulo de las asistencias, decidió cortar la relación e intentó abrirse paso a través de aquel cortejo compacto.

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Ante el desplazamiento de la señora, subió a la superficie el caballero. Su aspecto había cambiado considerablemente. Tenía los ojos vidriosos, el pelo desordenado la boca entreabierta y sus jadeos denotaban una acusada-fatiga. Vio cómo la señora se perdía en la distancia, pero no se encontraba con fuerzas para seguir sus pasos.

La mujer caminaba por la calle ingrávida, dispersa, con un extraño relax interno. Sólo al llegar a su casa descubrió la causa: el caballero le había robado la ropa interior. Aquel hombre del autobús era el famoso ladrón de bragas de la línea 12.

Maravillada, intentó recordar su rostro, pero no lo consiguió. Era un auténtico artista. Por más vueltas que le dio, le fue imposible saber en qué momento le extrajo las prendas. Fueron tantos, y tan intensos...

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