El año en que asombró el deporte español
La inercia de 1992 y las estrellas consagradas permiten triunfos históricos
El año 1992 fue inolvidable para el deporte español. Los Juegos Olímpicos de Barcelona se superaron con un sobresaliente incluso inesperado. Pero al hacer recuento de tanta hazaña, tras su enorme mérito y su parte de fortuna, sólo cabe pensar que fue pura lógica. Por primera vez el trabajo bien hecho, con tiempo y calidad, dio sus frutos. Veinticinco meses después, cuando aún no ha concluído la temporada, 1994 parece otro año de gracia. La inercia continúa y los consagrados también.Los árboles plantados para la cita olímpica siguen dando frutos, aunque el dinero, con las restricciones presupuestarias y sin el motivo histórico para justificarlo, haya disminuido. Pero los efectos de la fiebre olímpica se mantienen y, además, con el apoyo en la cumbre de las estrellas individuales. Aquellas que siempre se distinguieron en nuestro desértico panorama, ahora también están presentes como otra consecuencia del mayor peso específico general. La labor de organización continúa condicionada al aleatorio trabajo que hagan las autonomías responsables por ley del deporte de base, pero se ha ido especializando en los deportes que más demanda la sociedad para tener la máxima rentabilidad. El futuro no es seguro, pero tampoco pesimista. El deporte español ha dado un salto cualitativo muy importante y tiene bases sólidas para mantener la inercia del éxito. El año actual es un ejemplo quizá exagerado e irrepetible, pero significativo.
Planificación y técnica
La mejor planificación y los medios puestos en juego son un bagaje infinitamente superior al que se manejaba hace sólo una década y eso parece lógico que se debe notar. En una sociedad también más concienciada de la importancia del deporte, existen varios puntos claves- centros de alto rendimiento, técnicos españoles o extranjeros, cuidados médicos y magníficas instalaciones que permiten a muchos atletas no desplazarse obligatoriamente como antes a las grandes capitales. Con todo ello se puede conseguir algo casi imposible en el pasado: que no se pierdan atletas por falta de medios.
De esta forma, aprovechando al máximo el potencial con que se cuenta, España se encuentra en un nivel apreciado intemacionalmente y que le permite mirar el futuro a corto plazo con optimismo. El relevo, con los éxitos de los júniors, puede asegurarse con ciertas garantías. Otra cosa es a medio y largo plazo con la hipoteca que supone el control autonómico del deporte de base. El Consejo Superior de Deportes no puede garantizar un trabajo más que con los frutos sacados de las distintas autonomías. Y unas cumplen bien y otras no. Pero no tiene otro remedio que aceptar esa dependencia.
En cualquier caso, la política deportiva del actual secretario de Estado, Rafael Cortés Elvira, tiende al máximo sentido práctico, aunque a veces sea discutible y no aceptada por los perjudicados. Pero ha decidido fomentar unas modalidades y abandonar otras. Con unos recursos limitados se basa en las que interesan o no a la sociedad, y en la pura estadística de su falta de resultados positivos.
El deporte español ha conseguido tripletes históricos, como el de los maratonianos Martín Fiz, Diego García y Alberto Juzdado, o la mitad de los ocho títulos en los cuatro grandes torneos de tenis, con los dos de Arantxa Sánchez Vicario, en Roland Garros y Estados Unidos, el de Sergi Bruguera también en París y el de Conchita Martínez en Wimbledon. Bastantes éxitos han sido en deportes importantes, en las grandes pruebas o con nivel olímpico, lo que permite el optimismo con vistas a los próximos. Juegos de Atlanta, en 1996.
Se han logrado ya, a falta de un tercio de las competiciones internacionales de la temporada más triunfos y medallas que hace cuatro años, dos después de los Juegos de Seúl. La mejoría ha sido sensible. El problema, autonomías incluídas, será más tarde, para Sydney 2000.
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