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Rusia, amenazada de autoritarismo

Pilar Bonet

¿Ha pasado Rusia el peor trecho de su periplo desde el comunismo y la economía centralizada a la democracia y el sistema de libre mercado? Esta pregunta es hoy actual entre los analistas de una de las mutaciones sociales más complejas de finales del siglo XX. Con la vista puesta en los más dinámicos representantes de las nuevas generaciones de rusos, la proliferación de empresas privadas y el desarrollo de la inversión en el mercado de valores, unos piensan que la etapa más peligrosa ha pasado ya. Otros, no obstante, opinan exactamente lo contrario, y creen divisar en lontananza quiebras masivas de empresas, enjambres de parados, una creciente dependencia tecnológica de Occidente y conflictos bélicos en la periferia del espacio ex soviético.Los optimistas consideran buen síntoma que la inflación haya alcanzado su mínimo histórico (un 4% en agosto) desde que Yegor Gaidar liberalizara los precios en enero de 1992. Los pesimistas acusan al Gobierno de contener la inflación a base de no pagar sus deudas, lo que supone largas demoras en el cobro de salarios para centenares de miles de personas, desde profesores a obreros.

Las dimensiones geográficas, las raíces culturales y la tradición de imperio hacen que la transición en Rusia sea difícilmente comparable con la de los países ex socialistas de Europa del Este. Rusia es Europa, pero también es Asia, y eso se traduce en una cierta esquizofrenia política. En Rusia coexisten hoy dos fenómenos que se desarrollan con gran celeridad y que están cada vez más legitimados en los estereotipos sociales. El primero es el sistema de economía de mercado, que no necesariamente tiene por qué crear una clase media a corto plazo ni parecerse al de las sociedades industriales occidentales desarrolladas. El segundo es el autoritarismo, que a menudo va vestido en un ropaje nacionalista ruso y hasta de fascismo. La conjunción más caricaturesca de ambos fenómenos es el apoyo que Vladímir Zhirinovski, el excéntrico líder nacionalista ruso, ha dado a la candidatura de Serguéi Mavrodi, el encarcelado dirigente de la empresa MMM, a un escaño vacante de la Duma que se votará en octubre.

Los valores de la economía de mercado se han apoderado ya de las conciencias de sus detractores de antaño, que, con excepción de sectores marginales, han dejado de soñar con la abolición de la propiedad privada y, a lo sumo, aspiran a que el Estado mitigue las polaridades crecientes entre pobres y ricos.

El auge del autoritarismo se respira en amplios sectores de la clase política, incluidos los que se autodenominaron "democráticos", un adjetivo devaluado entre los rusos, que usan caprichosamente la terminología: en Moscú hay sectores autodenominados liberales" que sueñan con un Pinochet eslavo, capaz de ejercer el poder con mano dura y permitir que los "nuevos rusos" hagan negocios en paz.

En este espíritu de devaluación de la democracia y legitimación del "autoritarismo liberal", en la ciudad de Yaroslav 40 gobernadores provinciales se han pronunciado esta semana a favor de la anulación de elecciones de los dirigentes locales en 1996. Alegando que la situación no les favorece, los gobernadores han hecho suya la idea del jefe de Consejo Federal (la Cámara alta del Parlamento), Vladímir Shumeiko, partidario de no celebrar elecciones a la Asamblea Federal cuando expire el mandato parlamentario, a los dos años de su elección, en diciembre de 1993, tal como contempla la Constitución.

De los 87 gobernadores provinciales existentes en Rusia, 78 han sido nombrados por el presidente Yeltsin. A medida, que ha ido desvaneciéndose el efecto disuasorio del cañoneo del Parlamento, el 4 de octubre de 1993, los gobernadores se han ido afianzando en sus cargos, tanto más cuanto que los consistorios que sustituyeron a los sóviets son muy reducidos y no representan un contrapeso al gobernador. De las provincias llegan alarmantes informaciones sobre las arbitrariedades del poder sobre los créditos sociales que se gastan en la construcción de ostentosas villas y la indefensión de los medios de comunicación, por lo general deficitarios. En Moscú, el alcalde Yuri Luzhkov, la encarnación por excelencia del nuevo (y viejo) estilo político ruso, impone sus planes de privatización municipal y abandera el plan para reconstruir en tres años la gigantesca iglesia de Cristo Redentor, que tardó más de cuarenta en edificarse en el siglo XIX.

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Los nuevos ideólogos del Kremlin parecen no haber decidido aún si habrá elecciones parlamentarias al expirar el mandato parlamentario, y si, suponiendo que las haya, éstas podrían simultanearse con las presidenciales en 1996, cuando expira el mandato de Borís Yeltsin. El Ejecutivo y el Legislativo podrían ponerse de acuerdo para aplazar ambos comicios, aunque ello se vería dificultado por la oposición de algunos líderes como Gregori YavIinski. Otras opciones incluyen la reforma constitucional y la celebración de un referéndum, y, también la aparición de un salvador. Para un país tan religioso como Rusia, Borís Yeltsin puede resultar demasiado humano.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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