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Rusia y el renacimiento de la URSS

En vísperas del tercer aniversario del golpe de agosto, hice pública mi propuesta de fundar un fuerte movimiento: Alternativa Democrática. La ausencia de cambios políticos, que se esperaban tras las elecciones del 12 de diciembre del año pasado en Rusia, contribuye a hacer peligrosamente activas a las fuerzas contrarias a la reforma, y ahora están decididas a vengarse. Uno de los numerosos y claros indicios de este fenómeno es el veredicto en el caso del general Varennikov y la campaña para engañar a la opinión pública que le siguió.La preocupación por el destino de Rusia es lo que me hizo decidirme a colaborar en la formación de un movimiento democrático que pueda constituir una alternativa al régimen, un movimiento que permita a nuestro país superar la crisis y contribuir a su renacimiento.

El golpe de agosto de 1991 asestó un impacto fatal a la evolución de la democracia en la Unión Soviética; sus consecuencias y la responsabilidad de quienes lo organizaron fueron enormes. Tuvo lugar en un momento crucial en el que comenzaban a cuajar una relativa estabilización de la situación política y la unificación de las fuerzas reformistas. A pesar de que el golpe no triunfó -y no podía ser de otra forma, puesto que la perestroika ya estaba demasiado avanzada-, el peligro de una restauración del totalitarismo llevó a las repúblicas a declararse independientes de Moscú. De hecho, se vieron empujadas y animadas a hacerlo, dados los actos de los líderes de Rusia, que alimentaron las sospechas de que querían ocupar el lugar de centro de todos los sóviets. El Tratado de la Unión fracasó por segunda vez, y la conspiración de los tres dirigentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia para socavarlo a espaldas de todo el mundo se convirtió en el segundo acto ilegal que cerraba ese periodo.

Pero la desintegración de la Unión Soviética no era inevitable. Decir que la reunión de los tres dirigentes secesionistas, en el bosque de las cercanías de Brest, no fue más que la formalización de una situación que ya existía no sólo es falso, sino que también constituye un intento por su parte de eludir su responsabilidad por lo que ha sucedido. A estas alturas, los acontecimientos posteriores han dejado claro que existía la posibilidad de mantener intacto el país. Hoy, tanto el pueblo como la élite política perciben muy intensamente esa posibilidad. Las elecciones del pasado diciembre en Rusia mostraron de manera inequívoca que la opinión pública rechaza la política iniciada en enero de 1992.

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Los partidarios de dicha política constituyen hoy una minúscula minoría en el Parlamento. Los rusos demostraron c que han comprendido el completo absurdo de la situación en que se encuentran.

En este momento, dos de los tres protagonistas de la caída de la Unión Soviética han abandonado ya el escenario. Es evidente que eso debe ser motivo de preocupación para el tercero, que todavía se mantiene en el poder en Rusia. No obstante, el proceso de reintegración se presenta como algo muy difícil. Tanto en Ucrania como en Bielorrusia se han celebrado elecciones libres, y, a pesar de los graves problemas, el desarrollo político ha avanzado en un marco pacífico y constitucional. El resultado ha sido el fortalecimiento de la condición de esas repúblicas como Estados.

Rusia, por su parte, ya no cuenta con su anterior Constitución, la nueva se aprobó en circunstancias sospechosas y el Parlamento se ha disuelto violentamente al ritmo de la artillería. Por lo general, en Occidente se piensa que Rusia está emprendiendo reformas, pero Ucrania y Bielorrusia, no. Esto es verdad en parte; pero una parte de la historia no es toda la historia y, curiosamente, nadie se preocupa de analizar y comparar la forma y el desarrollo de la política oficial de estos tres países.

Ahora está claro que, en la esfera económica, se tiende a una cooperación cada vez más estrecha entre Ucrania y Bielorrusia por una parte y, por otra, con Rusia. Y es así aunque los dirigentes de Kiev y Minsk no estén dispuestos a limitar su propia autonomía política y se resistan a la idea de aceptar instituciones gubernamentales supranacionales. Pero la clave para la reintegración, sobre una base nueva y totalmente voluntaria, la sigue teniendo Rusia. Por ahora, el Kremlin se ha limitado a actos y afirmaciones ambiguos que no permiten discernir con claridad cuál va a ser su conducta en el futuro. Los debates promovidos por la Duma -en los que también yo participé- sirvieron para que se manifestara una amplia gama de opiniones.

En general, la línea que parecía predominar era la de centrarse en mejorar la Comunidad de Estados Independientes (CEI) y en establecer relaciones bilaterales más estrechas. No se dio un apoyo generalizado ni al reestablecimiento puro y simple de la Unión Soviética, ni a la propuesta de Nazarbayev, presidente de Kazajstán, de crear una Unión Euroasiática, ni a la propuesta de rechazar los acuerdos que llevaron a la formación de la CEI.

Esto significa que la reintegración es necesaria, pero que va a ser un proceso largo en el que se tendrá que tomar en cuenta, sobre todo, el hecho de que durante estos tres últimos años estos países recién independizados han tomado caminos diferentes y los han recorrido a distintas velocidades. Me parece poco realista la idea de una unión inmediata de los países que integran la actual CEI -y, además, la posibilidad de que se lograra es remota-. No descartaría la posibilidad de que pueda surgir el deseo de cooperar más estrechamente entre las tres repúblicas eslavas y Kazajstán. La próxima reunión conjunta de los parlamentos de las cuatro repúblicas, en la que se abordará toda una serie de cuestiones, servirá para mostrar en qué medida es realista esta composición de lugar.

A este respecto, es de esperar que Occidente no comience a desconfiar. Creo que una reintegración gradual no sólo iría en beneficio de Rusia, sino que resultará ventajosa para todo el mundo. No se trata de intentar reconstruir un imperio, sino de un proceso natural que tiene su origen en una amarga experiencia. Además, el propio presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, ha demostrado que comprende estas cuestiones al afirmar que un proceso tal sólo sería bien visto si se prestara la debida atención a la voluntad de los pueblos implicados y a la continuación del proceso de reforma.

Mijaíl Gorbachov fue el último presidente de la URSS. Copyright,La Stampa 1994.

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