Retorno
Máximo bajó ayer en este diario el telón del verano: los dioses triangulares, los pubis en remojo, triangulares también, y ese omnipresente mar, despoblado y sintético, dieron por acabada la obra que año tras año representan para los lectores. Otro poeta, éste desde el cine, retrató con sensibilidad en blanco y negro el instante fugaz, cargado de nostalgias infantiles: Jacques Tati. En sus Vacaciones de M. Hulot cerré sombrillas, establecimientos hoteleros, canchas de tenis y patines de vela con una sonrisa cargada a partes iguales de ironía y de ternura.El veraneo es sin duda el momento más literario en la vida de las personas, una fábula en la que la cotidianidad queda momentáneamente suspendida para dejar salir a escena monstruos privados. Los medios de comunicación no somos ajenos a ello. La ficción se enseñorea de páginas que en otros tiempos son coto cerrado de la noticia. Ésta, por su parte, queda como aletargada, contaminada en cierta medida del sentir generalizado. Es verdad que este año la política de reinserciones ha mantenido alto el estandarte informativo. Y que los tremendos incendios esparcidos por tantos bosques han constituido una tiránica cuña de realidad clavada en el descanso de mucha gente. Pero para quienes todo eso lo han conocido veladamente, a la distancia prudente de un periódico o un televisor, no pasa de ser un aviso de que la pieza tiene un final y tras el telón de terciopelo rojo acecha lo conocido.
En esta época, decididamente, somos más niños. Hasta el punto de que no estamos dispuestos a aceptar que la fábula termine. Con tenacidad infantil, nos hemos convencido de que hemos venido a este mundo a veranear. Por eso tememos, tanto como entonces temíamos, que algún mayor pronuncie la frase inapelable: colorín colorado ...
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