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Para moderno, yo

Rosa Montero

Es curioso constatar cómo se originan las modas en la sociedad. Cómo nacen los distintos grupos de modernos, las diferentes tribus urbanas, cada una con sus normas de vestimenta y sus claves lingüísticas. Este verano, por ejemplo, vuelven a hacer furor los años sesenta: la música, los símbolos, la ropa. Los movimientos van surgiendo cíclicamente, una y otra vez, siempre repitiéndose a sí mismos, siempre un poco diferentes para poder constituir una tribu distinta, siempre con la pretensión de ser definitivos y rompedores, siempre con la aspiración de enterrar a todos los viejos de los movimientos anteriores: para moderno, yo, es el grito de guerra.Pero no hay nadie que pueda durar en la vanguardia urbana más de dos o tres años. Ésa es la sustancia de cualquier modernidad: que enseguida queda vieja. Llegan después otros adolescentes un poco más jóvenes e imponen otras reglas: ya no se llevan, pongamos, las botas altas Converse, sino las botas bajas Converse (y si las llevas altas, ay, eres una antigualla irremediable), y ya no queda bien oír a los Pixies, hasta ayer el último grito del rock alternativo, sino, digamos, a los Breeders. Y en estas necedades se dirimen importantísimas batallas de prestigio personal, la medida de lo que eres, tu lugar en el mundo. Es como pertenecer a una sociedad secreta, hay que saberse bien todas las claves.

Y es que en realidad estas modas son eso, hermandades herméticas, sociedades de iniciación a la vida para los muy jóvenes. A los adolescentes les aterra la enormidad del mundo (a los adultos, también, pero con los años nos vamos haciendo nuestro rincón y acostumbrando al miedo) y por eso cuando se ven obligados a salir al exterior se inventan un mundo propio, pequeño y manejable, en el que protegerse. Un universo microscópico con unas normas rígidas y fáciles que sólo ellos controlan: es tan consolador saber que, por el mero hecho de llevar unas determinadas botas de caña baja, ya eres todo un éxito en la vida... Por no hablar de esa estupenda omnipotencia de estar en el secreto, de saber lo que los demás ignoran. La existencia es inabarcable y enigmática, pero, gracias al amparo de las normas de su grupo (del juego del moderno), el adolescente se puede enfrentar a tanta oscuridad creyendo que conoce todo lo que merece la pena conocerse.

Yo también viví, claro, mi inmersión en el grupo protector. A mí me tocó el hippismo en una tendencia poco florida y más bien dura, Hendrix-Led Zeppelin-Dylan-dictadura de Franco. Leo en el último número de Rolling Stone (la revista norteamericana que lleva décadas intentando ser la Biblia de la modernidad) una entrevista con los Rolling Stones, que estrenan gira, y noticias de Pink Floyd, de Traffic, de King Crimson, grandes dinosaurios de mi época, héroes de mi primera adolescencia, ahora cumpliendo todos más de cincuenta años. Ya digo que se ha vuelto a poner de moda la moda que fue mía. Y leyendo la revista te das cuenta de que algunos personajes talludos hacen tal esfuerzo por parecer modernos que resultan patéticos.

Y es que no se puede ser siempre el más moderno. Puedes aspirar a no pararte, a no apoltronarte, a seguir conectado a los movimientos sociales, a incrementar tu cultura, a ser más sabio y más profundo y a estar atento a la aparición de los nuevos artistas. Pero no puedes ser la punta de lanza de la moda: eso es cosa de los más jóvenes, es su derecho y su necesidad, es su capacidad, también, para inventar nuevas fruslerías. Aparte de que seguir obsesionado a los 40 ó 50 años por la altura exacta de las botas parece un modo muy tonto de ir viviendo.

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