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Reportaje:UNA REVOLUCIÓN EN CRISIS

La costa del infierno

Hinchados cadáveres azules recalan en las playas y arrecifes del este de La Habana

Las costas de La Habana se empiezan a parecer al infierno. Hinchados cadáveres azules siguen recalando poco a poco en las playas y arrecifes de Cojimar, Alamar, Tarará y otros lugares del este de La Habana, mientras la fiebre de las balsas va en aumento y ya se cuentan por miles los cubanos que diariamente se lanzan al mar en busca de una nueva vida o del horror. Todo da igual, pues hay histeria y desesperación. También hay angustia y dolor en ese mar que desde tierra se ve como un horizonte cuajado de puntos negros como la muerte.El cadáver de un ahogado es algo horrible que no se borra de la mente con facilidad. Si ha pasado mucho tiempo en el mar, tiene moratones de color azul en la piel, como el cuerpo del joven que apareció ayer cerca de la playa de los Rusos, en el barrio obrero de Alamar. Mientras un coche patrulla de color blanco de Criminalística lo recogía, otra decena de ahogados recalaba entre el lunes y el martes en las costas del este de La Habana, varios de ellos en el pueblo de pescadores de Cojimar, donde algunos vecinos recuerdan todavía con horror el cuerpo de una niña de un año.

Alberto Casal Lobaina, de 65 años, está ahora en el parque Hemingway de Cojimar y dice haber visto con sus propios ojos dos cadáveres mordidos por los peces esta mañana. "Éstos han tenido suerte, porque el tiburón no come ahogados. Lo terrible son los que no llegan aquí. El tiburón se come a los que están vivos o a los que se están muriendo".

Alberto vive en el barrio de La Víbora, a 20 kilómetros de Cojimar, y todos los días desde hace una semana viene al parque o al malecón del pueblo, por si tiene suerte. "Yo me iría en una lancha, pero no en una balsa, porque eso es una locura. En esos artefactos tienes el 99% de posibilidades de no llegar". Nada más comenzar la fiebre de las balsas, Alberto estuvo a punto de conseguirlo, cuando una lancha de Miami llegó a Cojimar para llevarse a una familia que esperaba en la costa con pañuelos azules en la cabeza. Le pidió al patrón del yate que lo llevase y le dijo que tenía a toda su familia en. Florida, pero el patrón le dijo que sólo lo llevaría si tenía consigo la dirección de sus familiares.

Alberto, quien de joven trabajó dos años en la base naval de Guantánamo, no la llevaba, y vio con impotencia cómo un joven de unos 25 años tiraba su moto, sacaba una dirección y se montaba en la lancha. Entonces fue a coger la moto "para venderla por 60.000 pesos y por lo menos sacar algo, pero vino otro más fuerte y se la llevó".

Ahora Alberto siempre lleva consigo la dirección de sus hermanos en Miami, y no le importa que Estados Unidos lo vaya a meter en un campo de refugiados en la base naval de Guantánamo, pues asegura que allí no le va a faltar de nada. "Yo lo que quiero es pasar una vejez tranquila. Es muy duro levantarse por la mañana y no tener un poco de café ni pan para desayunar. Sé que, aunque sea en la base, no me va a faltar la comida, ni la ropa, ni los zapatos".

Desde el parque Hemingway de Cojimar se ve el horizonte y el mar cuajado de puntos. La gente que ha vuelto en estos días debido a la mala mar cuenta historias alucinantes, como Gabriel Limonta. Su balsa estuvo a punto de hundirse porque se le reventó una de las gomas, y tuvo suerte de que la corriente lo llevó hasta el malecón de La Habana y salvó la vida. Como la mayoría de los que han fracasado, lo va a intentar por segunda vez pero, según dice, ésta vez saldrá en una "balsa artillada".

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"Sí, artillada, con cuchillos y palos, porque la gente ahí afuera está muy desesperada y son capaces de abordarte y tirarte al mar por quitarte el agua y hasta la balsa si la suya está mala".

Mucha gente lo ha intentado por segunda vez, pues lo que se está viviendo hoy en Cuba raya con la locura. Pese a los muertos, a la piratería entre balseros y al incierto destino en Guantánamo, miles de personas siguen dispuestas á jugarse la vida por otra nueva. Según el funcionario de la cancillería cubana, José Cabañas, se calcula que una tercera parte de los balseros que se lanzan al mar no llegan a ninguna parte, por lo que los muertos podrían ser ya varios centenares.

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