_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mi tío Mario

Relato de Julio LlamazaresÚltimo capítulo

Julio Llamazares

Las rompí yo -le confesó tía Gigetta, cuando tío Mario le preguntó al día siguiente, después de decirle que se lo había contado tío Carlo.No le dijo que había estado con Marcia. Simplemente que tío Carlo le había dicho que ésta le había seguido escribiendo durante años.

Tía Gigetta se quedó desconcertada. Sabía ya que algo pasaba (porque se olía en el aire), pero lo que menos podía pensar es que fuera a aparecer la griega que había sido su rival hacía ya cuarenta años.

-¿Y por qué lo sabe Carlo? -le preguntó tía Gigetta, entre confusa y avergonzada.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

-Porque se lo dijo ella -le respondió tío Mario.

-¿Ella?

-Sí, ella -dijo tío Mario, muy serio- Al parecer, le ha seguido llamando de vez en cuando.

tía Gigetta no salía de su asombro. Cuando pensaba ya que la griega estaba enterrada debajo de un montón de tiempo y a miles de kilómetros de distancia, de nuevo reaparecía como si fuese un fantasma. Y lo peor es que parecía que a su marido seguía importándole.

-Las rompí yo -le dijo- aprovechando que entonces era tu secretaria, ¿te acuerdas? Pero no creo que eso ya tenga importancia.

-Depende -dijo tío Mario.

-¿Depende? -le preguntó tía Gigetta, extrañada.

Tío Mario no respondió. Se levantó de la silla y fue hasta la cocina, a buscar un vaso de agua. Luego, volvió a sentarse.

-Yo estaba enamorada de ti -le confesó tía Gigetta, casi llorando- Y tenía que soportar cada día ver cómo la escribías y, además, tener que darte sus cartas. Comprenderás que no era muy agradable. Así que un día decidí romperlas, una tras otra, según iban llegando, para que pensaras que te había olvidado. Al fin y al cabo, estarás de acuerdo conmigo en que eso iba a ocurrir tarde o temprano. No hay amor que resista la distancia.

Tía Gigetta hizo un alto en su relato. Miró a tío Mario, que la escuchaba muy serio, como si él estuviera también a miles de kilómetros de distancia.

-Pero no sé a qué viene ahora hablar de ello -concluyó tía Gigetta, levantándose también a beber agua.

Tío Mario no dijo nada. Esperó a que volviera y, cuando sé sentó de nuevo, le dijo, mirándole fijamente a los ojos:

-Acabo de estar con ella.

- ¿Con quién? -preguntó tía Gigetta, cada vez más desconcertada.

-Con Marcia.

-¿Con Marcia ... ? ¿Quién es Marcia?

-Lagriega, como tú la llamas.

Tía Gigetta se quedó helada. Ya no sabía siquiera de quién estaban hablando. Lo que empezó hacía ya un rato con una simple pregunta se estaba convirtiendo poco a poco en una extraña amenaza.

-¿Dónde? -acertó aún a preguntarle, sin embargó.

-En Grecia -dijo tío Mario.

-¡¿En Grecia?! ¿De verdad has estado en Grecia? -repitió tía Gigetta, titubeando.

-Hasta ayer -dijo tío Mario.Le contó el viaje. Desde que salió de casa hasta que regresó a Nápoles. Ve¡ nte días . con sus noches, incluyendo la semana que pasó en Grecia con Marcia. Lo hizo tratando de no hérirla, pero sin ocultarle ningún detalle.

Tía Gigetta estaba llorando. En cuanto tío Mario empezó a contarle, ella rompió a llorar y ya no pudo dejar de hacerlo en todo, el rato. Al final, ya apenas le escuchaba.

-Ahora ya sabes por qué he tardado tanto -concluyó éste cuand o acabó su relato.

Tía Gigetta se secó las lágrimas. Estaba tan asustada que apenas podía ya contenerse ni mirar a tío Mario a la cara.

Éste, en cambio, la seguía mirando fijamente.

-¿Y qué piensas, hacer ahora? -le preguntó tía Gigetta, temblando, cuando por fin consiguió secarse las lágrimas.

-Marcharme -le respondió tío Mario.

Y, antes de que tía Gigetta pudiera decirle nada, se levantó de su sitio y salió de casa.

Lo que pasó a continuación es fácil imaginarlo. A mí me lo contó mi madre, primero, y, luego, el propio tío Mario, cuando fui a visitarle a Grecia las pasadas vacaciones de verano. Era el primero que le iba a ver desde que se fue de casa.

Al parecer, tía Gigetta llamó primero a mi madre, luego a sus hijos y, finalmente, a tío Carlo. Para que trataran de convencerle de que no hiciera la locura que pensaba.

Ninguno consiguió nada. Tío Mario estaba ya decidido y ni siquiera el cáncer -podía pararte. Porque a. él recurrieron tía Gigetta y sus hijos -que en seguida tomaron partido por su madre- cuando Vieron que no había forma de convencer a su padre. Hasta el médicoIntervino para intentar lograr que se quedara en casa.

Pero fue inútil, Todos los intentos resultaron vanos. Tío Mario decía que se iba, y se marchaba.

Se fue un día temprano sin despedirse de nadie. Solamente de mi madre. La llamó desde el puerto, antes. de coger el barco, y le encargo que cuidase de tía Gigetta y que le llamara de vez en cuando para contarle cómo estaban sus hijos y sus hermanos (sabía que,. salvo ella y tío Carlo, todos habían tomado partido por tía Gigetta y que ninguno volvería- a dirigirle la palabra).Ni siquiera se llevó nada. Sólo la ropa que tenía puesta y, eso sí, el viejo Fiat destartalado en el que yo viajé por primera vez, aunque fuera solamente por el barrio, y en el que me llevó a recorrer la isla cuando fui a visitarle este verano.

Final. Esta historia, que es cierta, aún no ha acabado. Tío Mario ,sigue viviendo en Greciá con Marcia y de vez en cuando escribe y le manda postales y fotos a mi madre; las últimas, en la playa comiendo con unos amigos y bailando un sirtaki con Marcia. Los médicos le habían dicho que le quedaban meses de vida y de eso hace ya tres años.

A partir de mañana comienza la publicación de Un asunto de honor, relato en siete capítulos de Arturo Pérez-Reverte, ilustrado por Jorge Gay.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_