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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Plan Norte

DURANTE LA última década, el Ejército de Tierra ha reducido sus miembros de 230.000 a 135.000, y la duración del servicio militar ha pasado de 15 a 9 meses. España se ha incorporado a la OTAN, la Unión Europea, la UEO y el Euroejército; militares españoles han intervenido, bajo bandera de la ONU, en África, Centroamérica y la antigua Yugoslavia. El final de la guerra fría ha dejado un mundo aparentemente más seguro, pero más inestable, en el que se multiplican los conflictos étnicos y regionales. En estas condiciones, la reorganización resultaba inevitable.No bastaba ya, como se venía haciendo desde principios de los ochenta, cuando se aprobó el denominado Plan Meta, con la paulatina reducción de efectivos. Era preciso abandonar la vieja concepción de un Ejército que ocupaba su propio territorio y no miraba más allá del famoso eje Baleares-Estrecho-Canarias por otro volcado hacia fuera y convertido en un instrumento de la política exterior española.

El Plan Norte (Nueva Organización del Ejército de Tierra), aprobado el pasado viernes por el Consejo de Ministros, nació hace un año en el propio Estado Mayor del Ejército. Entre otras novedades, dicho plan acaba con la concepción tradicional, que pivotaba sobre la división (13.000 hombres) como unidad básica, para basarse en la brigada (4. 000 hombres), e incluso unidades más reducidas, como módulos capaces de combinarse entre sí o con contingentes extranjeros para formar fuerzas multinacionales.

El plan va a tener consecuencias de todo género. Sólo durante el periodo de transición, 1995-1997, las alrededor de 600 instalaciones con que contaba el Ejército van a reducirse a la mitad. Al menos un 12% de los cuadros de mando y el 10% de los soldados deberán cambiar de localidad o destino. La reorganización supondrá sacrificios, en primer lugar, para los trabajadores militares y civiles del Ejército; pero también para las localidades que, con la guarnición, perderán una importante fuente de ingresos.

El hecho de que se haya difundido el listado de unidades a cerrar o trasladar, acabando con la insana costumbre de rodear estas operaciones de secretismo, terminará al menos con los rumores que desde hace meses mantenían a los miembros del Ejército en permanente incertidumbre y negociar con tiempo el destino de millones de metros cuadrados ocupados por cuarteles que serán liberados para otros usos.

El plan, sin embargo, no está cerrado. Se ha aplazado la decisión sobre una de las cuestiones más espinosas: la supresión de las regiones militares, antiguamente llamadas capitanías, cuya pervivencia no parece justificada desde un diseño en el que el territorio ha sido sustituido por la misión como criterio de despliegue de las unidades. Además, el plan va acompañado de un ambicioso programa de inversiones, 850.000 millones de pesetas en 15 años, con el que el Ejército pretende recuperar el terreno perdido en los últimos años, en el que el Grupo de Combate de la Armada o los F-18 de la Fuerza Aérea han sido prioritarios a la hora de repartir los recursos.

Al margen de los recursos, las dudas sobre la viabilidad del plan derivan de la crisis actual del servicio militar. Las cuatro brigadas movilizables previstas en el mismo sólo existirán si se pone en marcha un sistema de movilización que permita la incorporación de reservistas en caso de necesidad; algo al menos problemático en estos momentos. Y mientras se mantenga esa crisis, el Plan Norte será poco más que un programa de transición hacia otro modelo de ejército, inevitablemente profesional.

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