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Tribuna
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Homenaje para el doctor Doreste

Juan José Millás

Leí en el periódico un anuncio que decía así: "Almuerzo homenaje al ilustre cirujano José Luis Doreste de Santos, que cumple en estos días las bodas de plata con su profesión. Reservas, antes del día 6, plazas limitadas". El anuncio incluía un número de teléfono, así como el nombre y la dirección del restaurante donde se celebraría el encuentro. Me fijo mucho en la publicidad, creo que está llena de mensajes secretos, y durante los últimos meses había visto varios recuadros de ese tipo. De manera que al día siguiente llamé por teléfono- y efectué una reserva, a pesar de que no conocía de nada al ilustre doctor, y aunque me pareció un poco caro el precio del cubierto.Luego estuve nervioso hasta que llegó el día de la comida, que se celebró en un céntrico restaurante madrileño. Me sentaron al lado de un matrimonio mayor, muy aseado, que parecía dispuesto a hablar de cualquier cosa, menos de José Luis Doreste de Santol. Cada vez que se me ocurría mencionarlo, se limitaban a decir:

-Ya era hora de que le hicieran un reconocimiento al pobre, después de tantos años al pie del cañón.

Éramos más de cien comensales, todos de edad indefinida, menos yo, que soy un hombre de edad media, distribuidos en mesas de seis, dispuestas a su vez en forma de herradura. En el centro de la mesa presidencial comía, silencioso, el homenajeado, que de vez en cuando levantaba la vista y contemplaba el panorama como si todo aquello no fuera con él. Esta actitud podía confundirse con un rasgo de modestia, pero a mí me pareció que se trataba en realidad de, una señal de indiferencia: más que recibir un homenaje, daba la impresión de estar ganándose la vida. Por otra parte, si te fijabas con detenimiento, en los comensales, veías que había algo inquietante en todos ellos. Tuve por un momento la certeza de que pertenecían a una sociedad secreta y que el homenaje no era más que una tapadera para poder reunirse en lugares públicos.

A los postres, el homenajeado se incorporó y dio las gracias a los asistentes con un discurso neutro, plagado de lugares comunes, que sin embargo fue muy aplaudido. Después, cuando la gente comenzó a levantarse, intenté entablar conversación con algunos de los comensales, por averiguar si el ilustre cirujano había salvado la vida a alguno de sus familiares o a ellos mismos, pero no logré obtener ninguna información precisa.

De manera, que decidí investigar y lo que averigué en los días que siguieron a este raro almuerzo fue lo siguiente: el doctor José Luis Doreste de Santos no existía. Habíamos sido convocados a aquel almuerzo por un par de tiñiadores -uno de ellos, el que se hacía pasar por el ilustre cirujano- que vivían de estos absurdos montajes. Un día homenajeaban a un supuesto doctor; otro, a un notario; a veces, a un registrador de la propiedad. Lo increíble es que la gente leía el anuncio en el periódico y se apuntaba al homenaje. La diferencia entre el precio real del cubierto y lo que se cobraba a los asistentes era la ganancia del timo. Así de fácil.

De todos modos, como me resistía a creer que hubiera en Madrid tanta gente dispuesta a homenajear a personas inexistentes, a los pocos días yo mismo puse en el periódico el siguiente anuncio: "Almuerzo homenaje al ilustre teólogo Ricardo Fontán del Riesgo, con motivo del cumplimiento de las bodas de plata con su profesión. Plazas limitadas, etcétera". El primer día recibí más de 30 llamadas, entre ellas la de los organizadores del homenaje a José Luis Doreste, que me amenazaron con cortarme el cuello si se me ocurría volver a meterme en su terreno. O sea, que el ilustre teólogo. se ha quedado sin almuerzo. Qué vida.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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