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Flota

Vicente Molina Foix

De Moscú ha venido un barco cargado de oculistas que, anclados en el puerto de Gibraltar, curan a los miopes españoles. Se sabe. de pacientes descontentos, impacientes, pero la mayoría (16.000 almas, que en ojos, contando sólo, dos por persona, suman 32.000) ha resuelto su dolencia. Los oftalmólogos oriundos denuncian al intruso y ven atisbos de clara piratería. Saramago imaginó en una novela la península Ibérica separada del continente y surcando, como una balsa de piedra, los mares de un destino singular, contra la historia. La utopía del portugués era prometedora, pero este barco de ojos permite especular a plazo más corto. La sanidad pública española es un desastre privado: el de todos los que la hemos sufrido. Yo iría con gusto a un puerto cercano, Cartagena pongo por caso, a curarme con pedicuros bálticos un pie de atleta que acabo de coger en las playas de Sitges. Pero lo bueno del invento es que cada esfera deficiente de nuestra vida podría tener su buque salvavidas. Así, en Barcelona fondearía la nave del Gobierno central, tan frágil ella, para una prolongada limpieza de fondos. Y ya estoy viendo en las rías gallegas una, fragata dragaminas recogiendo toda la munición del régimen anterior que no explotó en su día. El teatro, ahora que las autoridades socialistas ponen a punto coliseos magníficos y vacían los escenarios, sería algo fluvial (tipo Guadiana), posibilitando a los actores, esos santos, un noviazgo en cada puerto. Para el cine, la solución sería salomónica, o al menos babilónica. Las salas a cubierto, tierra adentro, exhibirían lo más propio, el cine yanqui, y el público patriota seguiría a nado la producción nacional, proyectada, como cuando éramos niños, en velas de una lona al aire libre. Recobraría España su vocación ultramarina, perdida en Cuba, y usted y yo viviríamos la mar de bien.

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