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Tribuna:VERANO 94
Tribuna
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Mecánica popular

Capítulo 4

Juan José Millás

Relato de Te das cuenta? -insistió él con expresión de triunfo-. Lo que yo te decía, una gata.Yo ya veía que era una gata, pero no podía soportar que llevara razón en todo, así que hice como que dudaba:

-Lo que pasa es que estás sugestionado.

-Tú todo lo explicas por la sugestión.

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-No, hijo, el que utilizaba la sugestión para todo eras tú. ¿No te acuerdas?

Pareció dudar. Dijo:

-Pues no, la verdad.

La gata, entre tanto, andaba olisqueando por los rincones, como si intentara reconocer el territorio. Regresamos a la sala de espera y nos dejamos caer en el sofá con gesto de desaliento.

-¡Esto es increíble! -exclamó Francisco-. Cuando lo cuente en El Agujero Negro no se lo cree ni Dios.

Me molestaba que se expresara así, aunque no soy creyente, y se lo dije. Él puso cara de fastidio. Luego le pregunté que qué era eso de El Agujero Negro y me respondió que un bar de Buenos Aires.

-Pero si tú vives en Madrid -señalé.

-Me parece que quien vivía en Madrid eras tú.

-No me vuelvas loca; vamos a ver, ¿quién lleva el visón puesto?

-Tú.

-De acuerdo, yo, y estamos en agosto. En agosto, para soportar este abrigo tienes que estar en Buenos Aires; luego quien vive ahora en Buenos Aires soy yo. No puedes ir a El Agujero Negro.

Se sumió en un silencio rencoroso (no soportaba no llevar razón) y al rato, levantándose, se acercó al calendario y lo miró detenidamente.

-Lo que pasa -dijo al fines que estarnos diciendo todo el rato que estamos en agosto, como si se tratara de un dogma de fe, pero en la hoja de este calendario pone enero. No, si ya decía yo que estaba empezando a tener frío.

La verdad es que yo llevaba un rato un poco sofocada por culpa del abrigo, de manera que me levanté también, para ver qué decía el calendario, y, en efecto, estaba abierto por la hoja correspondiente a enero.

-Anda, déjame el visón -dijo él, aterido de frío.

A mí se me hacía insoportable que volviera a llevar razón; además, me había encariñado con el abrigo.

-De eso nada -dije-. Ya estoy harta de cambios.

Extendí la mano y empecé a arrancar las hojas del calendario hasta llegar a agosto.

-Hala, ya estamos otra vez en agosto -dije.

-¡Joder se ha notado enseguida! -exclamó él-, ya vuelvo a tener calor.

-O sea, que estás en Madrid.

-Y tú en Buenos Aires. Por cierto, que el abrigo te queda muy bien -añadió con intención provocadora.

Se ve que tenía ganas de repetir lo del aseo, yo también, la verdad, pero me molestaba que llevara siempre él la iniciativa. Además, un sexto sentido recién adquirido me decía que tenía que resistirme un poco, así que cuando nos volvimos a sentar y empezó a tocarme le rogué que me quitara las manos de encima. Entre tanto, la gata había abandonado el gabinete de la doctora, o lo que fuese, y ahora estaba junto a nosotros, frotando su cuerpo contra las piernas de él.

-Le has gustado -dije.

-Los animales se me dan muy bien, mejor que las personas -respondió en tono de reproche sexual.

Yo, la verdad, estaba deseando que me tocara el cuerpo, quizá por eso me acordé de repente de algo muy remoto relacionado con él.

-Esto de los cuerpo es muy misterioso -señalé.

-¿Qué quieres decir?

-Que lo que nos ha sucedido tiene que obedecer a alguna lógica. Me estaba acordando ahora de una cosa que leí de pequeña en un la revista de Mecánica Popular. Decía que el cuerpo es una convención parecida a la del lengugje. Por ejemplo, la palabra mesa no tiene nada que ver con el objeto mesa, pero hay un acuerdo general para que al oír esa palabra todos nos representemos ese objeto.

-¿Y qué tiene que ver eso con el cuerpo?

-Quiero decir que el cuerpo es también un lenguaje convencional, o sea, una prótesis: sirve para que nos comuniquemos, lo mismo que el calendario o las palabras. ¿No lo entiendes? El cuerpo es una representación: está en lugar de otra cosa que no sabemos manejar, lo mismo que el pronombre que va en lugar del nombre.

Noté que se dejaba sugestionar por mis palabras y eso me halagó. No me gustan los hombres débiles, pero tampoco aguanto a los que quieren llevar la voz cantante todo el rato.

-¿Y qué pasaría si no se hubiera inventado el cuerpo? -preguntó.

-Pues que seríamos invisibles -dije yo- y no podríamos expresamos ni realizamos socialmente porque tampoco podríamos organizar competiciones deportivas ni reunimos a comer.

-¡Vaya cosas que leías tú de pequeña! -exclamó Francisco-. Yo a esa edad sólo leía La Isla del Tesoro.

-Bueno, también el cuerpo es una isla.

-¿Y el tesoro?

-El tesoro hay que saber encontrarlo -respondí velando la voz con un tono venéreo que él no recogió. Continuaba impresionado con la posibilidad de que su cuerpo no fuera más que una prótesis. Dijo:

-Si el cuerpo es una prótesis, estará sustituyendo a alguna clase de amputación, ¿no?

-Eso es lo que no sabemos -respondí-, de qué estamos amputados para necesitar un cuerpo.

-Pues yo prefiero continuar amputado -dijo con resolución-. De pequeño, sin embargo, quería ser invisible, pero ahora prefiero que me vean, sobre todo desde que soy hombre, porque es que de pequeña también quería ser hombre.

-¿Tienes algo contra las mujeres o qué? -pregunté ofendida.

-Yo no tengo nada contra nadie, pero del mismo modo que unas palabras me gustan más que otras (vermiforme, por ejemplo, me encanta), también me siento más a gusto con una prótesis, como tú dices, masculina. Sobre todo porque desde este cuerpo puedo desear a las mujeres. Antes sólo deseaba a los hombres, a los que, por otra parte, detestaba. Creo que he salido ganando con el cambio.

Hablaba otra vez con ese tono de presunción que no puedo aguantar en los hombres, pero no se lo reproché porque me acababa de acordar de algo importantísimo. Debió de notármelo en la cara porque me preguntó que qué me pasaba.

-Nada, es que te estaba contando lo de la Mecánica Popular por pasar el rato, porque la verdad es que nunca me creí lo de la prótesis, pero acabo de recordar algo que le da la razón a la mecánica.

Entonces le conté que había tenido de pequeña, o quizá de pequeño, no sé, un pájaro que nació en cautividad, precisamente dentro de la misma jaula en la que me lo regalaron. A mí me daba pena que el pobre animal estuviera siempre en la jaula, sin volar, de manera que a veces le abría la puerta para que saliera a darse una vuelta por la casa. Curiosamente, él siempre volvía a cerrarla con el pico. Un día le obligué a salir y casi se muere del susto. Presa de un ataque de terror, comenzó a revolotear alocadamente golpeándose contra las paredes. Daba miedo verle, parecía un puñado borroso de plumas agitándose en el aire con la desesperación de un ahogado en el océano, como si se encontrase en una dimensión extraña para él. Me retiré un poco, al objeto de no añadir a su terror la amenaza de mi presencia, y al poco vi que se posaba, agotado, en la lámpara, desde donde, tras un par de intentos fracasados, consiguió regresar a la jaula apresurándose a cerrarla con el pico.

-¿Y qué tiene que ver eso con el cuerpo? -preguntó él.

Francisco no había entendido nada. Me sorprendió que pudiera gustarme tanto un hombre con tan poca sensibilidad, pero, en fin, le expliqué que aquella experiencia había sido para el pájaro un alucinante viaje extracorpóreo: en efecto, el animal debía de creerse que la jaula formaba parte de su cuerpo, de manera que no podía permanecer fuera de ella sin tener la impresión de estar fuera de sí.

Francisco me miró como si estuviera loca y, levantándose, comenzó a recorrer la sala con desesperación seguido por la gata.

-Todo eso son teorías para pasar el rato, y yo lo que quiero es acabar de una vez con esta historia. Que me corten el pelo o que, me arreglen la boca, lo que sea, con tal de salir de una vez de aquí. Entre unas cosas y otras hemos perdido ya más de una hora.

-¿Y por qué no nos vamos? -pregunté señalando la puerta con los ojos.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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