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Alioli y Ruanda

Cuando una familia española de clase media tiende a la holganza (al "paréntesis merecido"), se pone a bosquejar su veraneo con obsesiva y hasta endemoniada prudencia. Así, llegado el trance, ninguno de sus miembros se llama - a engano: "Hícimos lo que pudimos". Y éste año, desde me diados del mes de mayo, estaba ya previsto que dejarían sierra por playa, norte por sur y restaurante por barbacoa conceptual -Puerta del Sol, resuelta con aplomo por Su sana Solano-, instalada en el ángulo oscuro del jardín de la casa alquilada. Pues fluye y fluye la imaginación lógica siempre que la familia planea unida. Que, al fin y al cabo, el frío de la noche criminal resultaba para los estresados antebrazos. Que, se dirá lo que se quiera, pero hay otra alegría por allí abajo. Y que, de todas formas, lo que era del género idiota era ir por ahí, de chiringuito en chiringuito, gastándose un pastón,, cuando podemos arreglamos tan ricamente sin tener que salir de casa. Ese decir último, original del jefe de la tribu, desató las pasiones consanguíneas, insensibles al polvo de la crisis. Mira, Arturo, aunque no sea de mi incumbencia, lo que tu no puedes pretender es que Genoveva se pase todo el santo día metida en la cocina.

Se lo decía Tere, la cuñada que se quedó viuda por Navidades., invitada esta veía la excursión "para que así, la pobre, no tenga malos rollos y se olvide". Quique, el hijo mediano de Genoveva y Arturo, terció con el corazón en los labios: "Tiene razón, papá, ¡no puedes ser tan buitrel" Los otros dos hermanos, Miguel y Geno, adujeron variedad y exotismo para inclinarse por las salidas. Su padre sólo quiso retener lo sentimental; apalomó sus planes, se arremangó la camisa y dijo: "No se hable más. Yo me ocupo de la dichosa, comida".Y la familia Arozamena tuvo un adelanto aromático que contenía todos los matices y todas las virtudes teologales de la dieta mediterránea: gambones, sardinas, chuletitas de cordero y, algún día, morcilla o farinato incluso ("¡con lo cojonudo que estaría frito!"), marcados a fuego por la barbacoa. Pero hubo un silencio respetuoso, sólo roto por la tos neutra de Genoveva, que dijo que sí- a todo con la cabeza y se puso a hablar luego de otra cosa: tal vez del mismo sol, que el mar argenta y las campañas dora. Ella, allá, en los preámbulos de que hacer costumbrista, obtuvo su tajada predilecta: "Este año yo quiero qué mis hijos se queden con nosotros. Nada de Nápoles, Oregón o Londres. Cualquier día se nos casan y ni hemos disfrutado de ellos". La razón, como ven, no excluye de raíz la mansedumbre.

Estaba todo, pues, previsto. Pillarse unos días de julio, que se disfrutan más, ¿verdad?, cuando aún no ha caído la plaga. Conocer de antemano las musarañas del destino: alguien se quejará de sentir picor en el cuello, una llave se perderá, ni las medusas serán como las de antes, la brea se hará cargo del bañador y Tere, la pobre Tere, no abrirá los libros seleccionados (una estupenda novela de Pérez Reverte y una apasionante biografía de Gala), pues su hermana, más buenaza que el pan, va a empeñarse en hablarle de la expansión carnal de Rocío Jurado y Pedro Piqueras. Y, asimismo, sabían que de los hijos no volverían a saber "ni cuando llegan a acostarse". Y éstos esperaban, no obstante, la noche en que su padre, empinase algo el codo y volviera a cantarle a su madre: "Yo tuve las violetas/ de tu primer desmayo..."

Tanta previsión desde mayo y, total, para nada. A la semana y pico de vacaciones, la familia Arozamena no ha comido más que un día en casa. Horrorizados por los telediarios (el del almuerzo y el de la cena), salen a comer fuera no sin antes decirse: "¡Yo prefiero no ver lo de Ruand;a!". Zampan arroz en todas sus vertientes. Y le echan alioli en cantidades desusadas. Quizás para pensar después que eso que se repite, de la barriga a la garganta, no es aceite ni ajo, sino el efluvio honrado de la conciencia, mientras Rosa Chacel va a echarle pestes de esto a Cervantes.

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