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Conservar el poder, salvar el alma

Conservar el poder, salvar el alma. Esta reflexión, tan propia del pensamiento político del Renacimiento italiano y presente hasta la angustia en Federico II, se reproduce hoy en el príncipe moderno, en el partido gobernante.Hay una tendencia que se va revelando, por lo menos desde el hundimiento del sistema comunista, y que ha sido confirmada en las últimas elecciones europeas: el crecimiento de actitudes recelosas, cuando no enfrentadas, hacia un sistema de partidos que ha venido articulando la política europea durante las últimas décadas. Hay, además, otra tendencia, añadida a la anterior, que es el general declive de los partidos socialistas. La primera de esas tendencias se manifiesta en el surgimiento de extremismos, que fácilmente caen en la tentación autoritaria y en actitudes xenófobas, que pueden constituirse como partidos nuevos preocupantemente poderosos -casos como los de Bélgica, Italia o Francia- o que pueden estar todavía como ala derecha dentro de partidos conservadores. La segunda de las tendencias, el declive del socialismo, admite algunas variantes: es menos perceptible cuando se opone a un partido conservador muy gastado por el ejercicio del poder -caso británico-; está todavía en situación incierta, cuando se trata de otro partido socialista, distinto del que ha estado en el poder y con él se ha hundido -caso del PDS italiano-; es algo claro cuando el partido socialista es, precisamente, el que ha ejercido el poder. En este último caso se halla el PSOE, el príncipe gobernante en España.

En esta mala circunstancia son dos las vías de acción: conservar el poder y salvar el alma, lo que, en términos políticos, quiere decir renovar el socialismo. Ocurre, sin embargo, que no está claro que sean compatibles, ni para el señor renacentista, ni para Federico II, ni para el partido socialista. Más aún, como la política quiere decir elegir acciones entre las posibles, habrá que examinar cuál es el estrecho margen de acción de cualquiera de estas dos vías.

Una idea es clara: para conservar, hoy, el Gobierno, es necesario el pacto con CiU. Examinemos en primer. lugar el campo de lo posible, esto es, el periodo de tiempo que es verosímil que éste dure. Aunque la legislatura tiene todavía casi tres años por delante, la opinión generalizada es que tal plazo no se va a agotar. En primer lugar, por la lógica del aliado, que si bien puede parecer más dispuesto al apoyo en la medida en que teme el triunfo contundente del PP, estará menos dispuesto cuando, con independencia del temor que le produzca, tal triunfo se presente como inevitable.

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Por otra parte, el poder se puede seguir manteniendo mientras se retrase la convocatoria de elecciones, e incluso si se triunfara en las próximas. No es verosímil, decíamos, que el pacto que sostiene al Gobierno se vaya a mantener durante un largo periodo. Pero, además, si el periodo se alargara, la voluntad de cambio del electorado se iba a acentuar, como fuerza más poderosa que la que operara en sentido contrario, aunque ésta fuera la recuperación económica. El cambio en las perspectivas electorales sólo podría acaso producirse si, mientras tanto, se hubiera operado un radical cambio en el socialismo. Y éste no se va a producir como resultado de la colaboración con CiU, sino por las propias virtudes de esa pretendida renovación de la izquierda, que sea creíble por los ciudadanos.

Así entramos en el segundo capítulo: ¿cómo se salva el alma del partido-príncipe? Aquí no cabe exagerar el espíritu de simetría: no puede oponerse al pacto con CiU el pacto con IU. Las razones ion varias, pero pueden agruparse en dos: porque la renovación de la izquierda no puede perder el sentido de la realidad, lo que quiere decir que las voluntades izquierdistas no pueden prescindir de las necesidades económicas, exigidas por el aseguramiento del desarrollo y la convivencia en Europa; porque, además, esa renovación de la izquierda, más que el pacto con IU exige una apertura social a los ciudadanos, un hacerse querer.

Si bien es cierto que la alianza con CiU no define ningún cuadro de renovación de la izquierda, sino sólo la condición de permanencia en el poder, se derivan de ella además aspectos tan necesarios de la racionalidad política, como son la lucha contra el déficit público, la reforma laboral o la estrategia europea, que son condición necesaria de cualquier política, también de una política de izquierdas. El pacto con IU, mientras sus posiciones se coloquen en contra de esta lógica, no sólo provocaría la pérdida del poder, sino que tampoco podría sentar las bases de la racionalidad política.

También es posible caminar junto al actual aliado circunstancial en ciertas vías de regeneración de la política, como podrían ser la aprobación consensuada de una ley de partidos, un grado de acuerdo autonómico, el establecimiento de una más fluida comunicación entre Gobierno y Parlamento. Pero el camino que los socialistas habrían de realizar para renovar la izquierda exigiría mucho mas: exigiría modificaciones en el comportamiento interno del partido, superando el espíritu de grupo y la prepotencia de la burocracia; exigiría dejar de colocar los intereses particulares -incluso los colectivos del partido- por encima de los generales; exigiría garantizar la conexión entre el partido y la sociedad, haciéndose permeable a la crítica y a la iniciativa de aquellos a cuyo voto se aspira. Pero además, estas actitudes habrían de estar encaminadas hacia modelos políticos en los que la resistencia a la tentación autoritaria y la promoción del principio de igualdad fueran los determinantes. Y, en la medida en que el programa de la izquierda fuera más preciso y más comprometido, y se tuviera una idea clara de la relación entre igualdad y desarrollo, solidaridad y autonomía, libertad y autoridad, y de la lucha contra la discriminación por razón de sexo, o de defensa del medio ambiente, o de asunción de los compromisos internacionales el socialismo renovado, con una estrategia común en toda Europa, seguramente tendría que caminar más pendiente de adhesiones ciudadanas, pero menos dependiente de pactos con otros partidos.

Con lo cual, ese programa de renovación enunciado, en tanto deje de ser exposición de deberes e intenciones y se convierta en algo concreto, acaso sea más dificil de realizar desde el poder que desde la oposición. Salvo que la renovación fuera inequívoca o urgente.

Los dos objetivos -conservar el poder y salvar el alma tienen, pues, análogas dificultades en su camino: un partido sin renovación interna experimenta una continua y creciente de cadencia; la renovación del partido, de la que podría esperarse su recuperación, debilitaría sus alianzas; en todo caso, en la medida en que dejan de creer en sus promesas, ¿no le van a exigir los ciudadanos una travesía del desierto para volver a creer en sus realidades?.

¿Será preciso, para salvar el alma, perder el poder?.

José Ramón Recalde es consejero de Justicia del Gobierno vasco.

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