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¿Un Gobierno de coalición?

Blandiendo la derrota en unas elecciones al Parlamento Europeo, la derecha española pretende, desde el 12 de junio, derrocar al Gobierno de la nación, libremente elegido hace apenas un año en unas impecables elecciones legislativas. Y es que en este país todo es posible. Si la monarquía cayó en 1931 por el resultado adverso de unas elecciones municipales, sólo en las grandes ciudades, y ello hizo posible algo tan trascendental como un cambio de régimen, pasando alegremente de la monarquía a la república, no es de extrañar que después de la debacle del Gobierno en estas últimas elecciones, el señor Aznar, triunfador de las mismas, se considere casi presidente del Gobierno.En vez de presentar una moción de censura como manda la Constitución para derribar al Ejecutivo, el líder de los populares, quizá porque carece de un programa alternativo o no quiere mostrarlo por miedo de no complacer a su variopinto. electorado, y también a quedarse solo en la votación, esgrime y presiona con el chantaje y la baladronada, magnificando la corrupción política y favoreciendo un clima de desconfianza hacia las instituciones del Estado.

España, tras las elecciones, se halla en una situación política confusa. El partido del Gobierno ha sufrido un duro castigo del electorado, y aunque no tiene una incidencia política directa, sí demuestra la apuesta del elector por un cambio. Esta situación debería aclararse con un cambio de Gobierno. Felipe González lo tiene difícil. Mas es un político que se crece con las dificultades, y las primeras, quizá las más importantes, las ha superado de momento. Primero por el apoyo imprescindible de CiU al Gobierno tras el encuentro con Pujol en La Moncloa. Seguido del cónclave de la ejecutiva del partido, en la que el PSOE dio el visto bueno a los pactos con Convergència.

La alianza del PSOE con IU, la otra opción posible que reclamaba parte de la izquierda del partido socialista, ahora ya desechada, tenía todas las dificultades: a) Felipe González, en sus primeras declaraciones en Cartagena de Indias, descartaba este pacto por sus planteamientos económicos y europeos encontrados; b) la poca ductilidad de IU, agravada por la de su líder, Julio Anguita, inamovible en su programa e impermeable al devenir de la historia, ha llegado hasta el límite de prescindir de los renovadores, pese a contar esta fracción de la coalición con personalidades políticas de la talla de Cristina Almeida y Nicolás Sartorius; c) la resurrección, del fantasma del Frente Popular, tan a contracorriente en la, Europa de estos días, pudiera ser un hecho y provocar nuevos enfrentamientos de las dos Españas, felizmente olvidados; d) el voto del centro, clave de éxito de las elecciones españolas, al igual que en el resto de Europa, se desplazaría con toda seguridad a la derecha, dándoles un triunfo, arrollador en las próximas elecciones legislativas.

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Donde seguramente, si no es con este pacto, no hay gobernabilidad posible después de las elecciones autonómicas es en Andalucía.Más en el peor de los casos, tampoco es tan grave la convocatoria de nuevas elecciones autonómicas a medio plazo. Algunas voces en el PSOE ven en esta tesitura la posibilidad de presentar la candidatura de Alfonso Guerra y así tener prácticamente asegurada la mayoría absoluta para los socialistas. Al fin y al cabo, sólo se trata de repetir la operación Fraga-Galicia, que tan buenos frutos ha dado al PP.

Los resultados electorales han reflejado un giro a la derecha en el conjunto del país. La pérdida de votos del PSOE ni siquiera compensa el aumento espectacular de votos de IU. Los nacionalismos moderados se robustecen, sobre todo en Cataluña, y el nacionalismo radical se hunde en el País Vasco y sólo alcanza un 5% en tierras catalanas.

Un Gobierno de centro-izquierda bien pudiera representar la mayoría del sentir de los españoles. Un Gobierno con gran presencia y peso específico de los nacionalismos moderados catalán y vasco, que hiciera realidad el sueño de Cambó y de tantos intelectuales lúcidos como Joan Maragall, quienes desde principios de este siglo pedían una nueva definición de España basada en el enriquecimiento que origina la pluralidad de los diferentes pueblos, lenguas y culturas que la conforman. Un Gobierno que de una vez por todas integrara a vascos y catalanes en la gobernabilidad del Estado, asignatura pendiente de esta joven democracia. Un Gobierno en el que los nacionalistas moderados coparan las carteras económicas, primando la economía productiva, desgraciadamente olvidada en estos últimos tiempos. Un Gobierno que sepa aprovechar al máximo la nueva y favorable coyuntura para consolidar la reactivación económica, dando una nueva imagen de España en el mundo y a los españoles. Un Gobierno que acabara con las suspicacias, resentimientos y malentendidos que los pactos sin luz ni taquígrafos del PSOE con CiU, o más exactamente de Felipe González con Jordi Pujol, han provocado en el resto del país, bien instrumentalizados por un nacionalismo españolista que vuelve a levantar cabeza.

Las declaraciones de Mercedes de la Merced, en plena campaña electoral, contra Cataluña y sus instituciones, seguidas de las adhesiones multitudinarias a su persona en un mitín de la derecha; o las falaces y extemporáneas manifestaciones, por la izquierda, del señor Anguita contra la burguesía catalana, son buen ejemplo de ello. Sin olvidar lo más grave: las pintadas en Madrid "Pujol, acuérdate de Sarajevo".

La obcecación, hija de la ignorancia, contra Pujol es tanta en ciertos medios de comunicación de la Villa y Corte que con toda frivolidad se aúpa el desparpajo de la dicharachera Pilar Rahola, diputada de ERC, partido que tiene como único objetivo la independencia de Cataluña, luego la desmembración de España, con tal de hacer la puñeta al presidente de la Generalitat, quien está contribuyendo a la gobernabilidad de la nación.

Muchos en este país se preguntan el porqué no puede forzarse en el próximo otoño la formación de un Gobierno de coalición PSOE, CiU y PNV, cuando un partido socialista, guerrismo incluido, parece aceptarlo, Arzalluz también está dispuesto y gran parte de la ciudadanía lo reclama. Sólo queda vencer las ambigüedades e inconfesables reticencias de Jordi Pujol para hacer realidad una posible vertebración de España.

Francisco Sert es conde de Sert.

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