Derrengados en el gran atasco
5.000 turistas quedaron atrapados toda la noche en el aeropuerto de Palma
"Pinten o invéntense una escalera para el 707 de Manchester. Los pasajeros no pueden quedar en el avión hasta las siete de a mañana", ordena José Galindo, de 58 años, el ejecutivo de servicio del aeropuerto de Son Sant Joan. Es un hombre solo ante una multitud agobiada por un gran atasco. A las dos de la madrugada del domingo afronta el gran caos. A su alrededor, más de 5.000 turistas permanecen derrengados, entre bostezos y cabezadas, en las dos terminales de pasajeros de Palma de Mallorca. "¡Oh!, dos semanas felices, inmóviles como lagartos en la playa y ahora atrapados como ovejas", se lamenta lan, un padre de dos niños de Cardiff (Reino Unido), de 42 años.En las horas punta del conflicto, centenares de Viajeros no encuentra butacas en las que acomodarse. Muchos se echan en el suelo y otros deambulan entre voluntarios de la Cruz Roja, empleados de compañías turísticas y bastantes policías.
Centenares de extranjeros -los vuelos nacionales no fueron afectados- hacen cola ante los mostradores de embarque, con todo el sol en la piel y atrapados en un mar de maletas. Parecen abatidos por el atasco y por la vuelta al trabajo. Un airado veraneante inglés cruza las colas chillando a una azafata. John Evans, de la compañía Elite, explica: "Todos los pasajeros deben llegar con dos horas de antelación. El lo hizo 10 minutos antes y protesta". Joan ha despachado a 12.000 clientes damnificados por el embotellamiento.
Paul y Charles, de Birmingham, de 22 años, van de futbolistas. Se han plantado en una esquina. Pacientes, esperan estirados sobre toallas, rodeados de botellas de agua, limonada y leche, y tarrinas de helado vacías. Paul lee Alive, el libro de la odisea andina de unos jóvenes uruguayos supervivientes a una catástrofe aérea.
"Es increíble. ¿Dónde están nuestros derechos y nuestra dignidad", clama la alemana Karen, de 48 años, sin dejar la mano de cartas de póquer de la partida sin fin que juega con su familia. Cerca se apilan bandejas con huesos de pollo, bolsas de patatas fritas y latas de refresco. La plantilla de trabajadores del aeropuerto de Palma ha sido doblada. Las brigadas de limpieza van a destajo, desbordadas. Los bares hacen el negocio.
"Esta huelga es una prueba de fuego para todos", dice el ejecutivo Galindo. "No avanzamos, pese a una experiencia de 25 años", añade. El sábado operaron 604 aviones (295 de llegada y 304 de salida; entre 14 y 28 aterrizajes y despegues por hora). En algunos aeropuertos norteamericanos son capaces de mover sin problemas 1.500 vuelos. El ordenador lo explica en un folio: en un día 526 vuelos de Palma han aterrizado o despegado con retraso. Es un caos en el aire y un atasco humano en tierra. Casi ningún pasajero de los 200.000 transportados el fin de semana desde Palma ha llegado puntual.
"Los controladores de Francia en huelga son los responsables del colapso", se repite por megafonía en todos los idiomas. Africa 2.000, de Dakar, un atávico grupo delSenegal, ameniza con sones rituales la madrugada. "La gente no nos atiende demasiado", reconoce el líder. Antes los payasos han repartido, caramelos; ha habido exhibiciones de bailes típicos, de ballet brasileño y se han montado dos cafés-concierto.
"Damos información, agua y pañales para los niños; sólo en casos extremos ofrecemos comida gratis". A las cuatro de la madrugada Juan Carlos Guil, garrafa de plástico en mano, sirve a los clientes atrapados en el estrello cuello de botella de Son Sant Juan.
Los turistas no acumulan recuerdos: camisetas y algún sombrero mexicano. "El año pasado nos ocurrió lo mismo. No sé si volveremos", manifiesta somnoliento Adam, un inglés que reconoce haber tardado 12 horas en despegar hacia su país. Hasta el miércoles puede que existan retrasos, reconocen las autoridades aeroportuarias. "La misma catástrofe de siempre", lamenta desde el anonimato un funcionario.
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