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El ruido

Julio Llamazares

Llevo 10 días fuera de Madrid y todavía sigo oyendo el ruido de la ciudad. Desde hace una semana, estoy en medio del monte, en un pueblo perdido de apenas 30 casas -y no muchos más vecinos- en el que sólo se oyen los trinos de los pájaros, el ladrido de un perro, el silbido del tren, el motor de alguna segadora, en la distancia, y el murmullo de la fuente que está frente a mi casa, pero en el fondo de mi cabeza sigo oyendo el ruido de Madrid, que se ha venido conmigo hasta este rincón perdido de la geografía de España. Llevo 10 días fuera de Madrid -y una semana entera perdido entre montañas-, y aún no he logrado borrar de mi cabeza el ruido acumulado. en ella a lo largo de todo el año.Uno cree, ingenuamente, que, dejando atrás el enjambre, deja también el ruido que éste produce del mismo modo en que desaparecen con sus causas los efectos de la locura o de las enfermedades. Pero el ruido de Madrid es el ruido del mundo, el fragor de todos los goznes en los que éste se apoya y en torno a los que gira sin descanso; es tan fuerte que, cuando desaparece, se hace aún más presente y más compacto. Pasa como con esas máquinas cuyo ruido es tan grande que, cuando de repente se detienen, se las oye todavía más que, antes. Porque con el ruido ocurre lo mismo que con la gente que amamos: el vacío que dejan cuando desaparecen es infinitamente mayor que el espacio que ocupaban.

Ese vacío, que ahora intenta llenar el silencio, al menos, en mi caso, es el que suena dentro de mi cabeza como si el ruido siguiese metido en ella o como si la ciudad se hubiera venido también conmigo hasta este lugar perdido entre las montañas. El ruido de Madrid, ese sordo zumbido que producen al juntarse los gritos de la gente, el restallar de las motos, el retumbar de las máquinas, los cláxones de los coches, los altavoces de los comercios y la música de los bares ha entrado en mí con tal fuerza, después de un año escuchándolo, que ya no puedo dejar de oírlo por más que me haya ido a muchos kilómetros de distancia. Un ruido que ha ido creciendo a medida que el verano se acercaba (por la amplificación del calor y por la necesidad de dejar abiertas, para poder respirar, las ventanas) y que me ha perseguido luego por la autopista hasta mi lugar de veraneo como a todos los que, como yo, huían de Madrid tratando de olvidarlo. Quizá todos estamos equivocados. Quizá el ruido de Madrid forma parte ya de nosotros, como la contaminación o el ansia, y deberíamos aceptarlo.

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