'Vallekas' puerto
Los vallecanos libran una 'batalla naval' para reclamar su condición costera
La ciudad se llenó ayer de espaldas mojadas. Unos, aplastados por los 40 grados de sudor, y los de Vallecas, más listos, empapaditos en agua. Era su forma de celebrar las fiestas de la Virgen del Carmen y de reivindicar, por qué no, la condición de puerto de mar. Se obró el milagro: en plena ciudad, y con la solana de las cinco de la tarde, se estaba en el barrio la mar de fresquito. Y aunque la cosa no adquirió la profundidad. propia de un puerto, sí que se podía chapotear con cierto gusto sobre el asfalto. Agua bendita.
A las cinco de la tarde era la cita, y centenares de vecinos acudieron al Bulevar ataviados con bañador y camiseta, algunos con pañuelo pirata y todos con mucha guasa. Comenzó la fiesta, la batalla naval, y, como en toda trifulca que se precie, no se hacían distingos: viejas en batita caladas hasta los huesos y muertas de la risa, críos llorones en brazos de madres traicioneras que no se privaron de remojarlos y algún que otro viandante que se adentró desafiante en la batalla con mirada de "pago mis impuestos y tengo derecho a pasear seco", y salió gritando cosas sobre el oficio de la madre del que le mojó.
"Yo es que estaba en mi casa, asfixiadito, y digo: ¡pues me bajo a la calle a que me den un remojón, qué puñetas, que este calor no hay quien lo aguante!", y allí estaba GregoRIo, con sus 64 años y su meyba de mil rayas con la camisa por dentro. Muchos chiquillos que ni reivindicaban lo del puerto de mar, ni hablan rezado en su vida a la Virgen del Carmen, empapaban con mucho oficio, por venganza: a quien moje, pues se le moja más". Y se vengaron de la periodista: "Es que preferimos mojar a las tías, porque así se les pega la ropa y se les ve todo". Se doblaban de la risa.
A las seis de la tarde se acabó el agua. El Ayuntamiento cortó el suministro de las bocas de riego. Aunque tradicionalmente, en los 10 años que cumple este festejo, la batalla dura de cinco a siete, la alcaldía concedió licencia hasta las seis. "¡Aaaaaagua, aaaaaagua!" coreaban todos al Ayuntamiento.
"¡Güiiiiiisqui, güiiiiiisqui!", reclamaban algunos abusones.
Y en vista de que ni una cosa ni otra, todos a la Junta de Distrito, en la avenida de la Albufera, a hacer una sentada. Allí había dos furgonetas de la Policía antidisturbios y media docena de agentes. Uno se llevó un chapuzón del "pelirrojo, joputaniño, madrequeloparió ", según le indicó a otro agente. "¡No nos mojéis, hombre, que vosotros estáis de fiesta, pero nosotros estamos trabajando!", imploraba un agente bonachón a una pandillita de chavales. "Vale, jefe, enrrollao, apúntate dos", concedió uno de ellos.
Seguían sin bocas de riego y los cubos y palanganas vacíos sirvieron de tambores. Por fin se abrió el grifo en dos bocas de riego. Lo suficiente para refrescar a la veintena de cinéfilos que hacían cola en él Excelsior. Se proyectaba la película ¡Liberad a Willy! una ballena que aparecía dibujada zambulléndose en el mar. "¡A los delfines, a los delfines", gritaba un avispado. Y el resto de la pandilla cogía carrerilla y al grito de ¡oooooooooé!, arrojaban cubos y papeleras municipales rebosantes de agua sobre quienes esperaban para ver el mar auténtico.
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