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Tribuna:MUNDIAL 94
Tribuna
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El búlgaro es calvo

No sólo ganaron, jugaron. Es posible que nadie sepa de qué modo fueron capaces de doblegar a un equipo repleto de historia y fortaleza. Los pedantes -los hay a cientos concentrados entre los comentaristas- hablarán de tácticas y sistemas. Son gente capaz de convertir un córner en una jugada de estrategia. Lo mismo un golpe franco. Todo aquello que tenga que ver con un balón parado es una jugada de pizarra. Cabría decir, siguiendo esa estupidez al uso,, que un saque de banda es una jugada pensada al milímetro, y hasta un penalti (forma sumaria -si bien azarosa- de ejecutar al adversario).. No se puede hablar de esas cosas, sistemas y planes, y a un tiempo de ellos (ellos son Bulgaria). Se limitaron, sin que nadie se diera cuenta, a ocupar el territorio. Y en ese 1-ugar abierto a cualquier corriente, cuando el viento contrario se convertía en huracán, entendieron que era oportuno cubrir cada zona del campo, e incluso, del propio cuerpo (salvo los ojos: jamás hay que dejar de mirar al adversario). Hicieron de la modestia virtud calculadamente sublime, forma -exquisita de la soberbia. Sin embargo, era casi imposible que ante la avalancha de tanto poder pudieran resistir y después de un tiempo de penuria, aprovechar el instante oportuno. Lo hicieron. Y una vez conseguida la hazaña, las almas cándidas se dieron a pensar: "El empate es suficiente, y más tarde, la suerte en la muerte súbita". Pues no. Como dice un viejo amigo, a punto de alcanzar la ironía, nada como administrar el segundo tiempo; es decir, el tiempo que los idiotas entienden como basura.

Y se abrió la secuencia posterior a la hazaña. Entonces surgió un tipo calvo, enjuto, feo, hermoso, tal vez judío, tal vez gitano, capaz de controlar los límites más difíciles de su área, de conocer palmo a palmo su terreno, de saber que la habilidad y la elegancia conducen a resolver las más difíciles situaciones a las que el enemigo te somete. El calvo, casi. destruido por el cansancio y las batallas perdidas, convirtió el Gants Stadium, en Nueva York, en un clamor que se hacía eco del talento de sus piernas, sus brazos, su cuerpo entero y su cabeza arriba. (En aquelos instantes, hasta Clausewitz se hubiera dado a la emoción). Y el gitano, judío, balcánico, antibalcánico, desde, su insondable modestia, se adentró en el sancta sanctorum de la tradición más implacable y consiguió, en plancha, como un sueño de adolescente, el gol más bello de cuantos hayan podido celebrarse en el Mundial 1994.

Y bajo el rumor de los ríos de alta montaña, el murmullo de Clausewitz (nadie ha sabido más que él de estrategia) se hizo notar: Letchkov, Letchkov, Letchkov, nos has devuelto la hermosura.

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