El necio cebón
Desde hace 14 años el pujolismo vertebra políticamente Cataluña a partir de un concepto básico: la ambigüedad. Ha sido un negocio electoral estupendo: el ambiguo es, siempre, en puridad, un irresponsable. Cuando llegó al gobierno, la imagen de Cataluña en España era poderosa. Y simpática. Y en muchos aspectos modélica. El franquismo, aunque costó sus años, acabó perdiendo una de sus batallas fundamentales: aislar a Cataluña. La conciencia democrática de la transición fue también una conciencia catalanista, una conciencia que parecía haber asumido el conflicto, su riqueza, su inexorabilidad. La diversidad española era un dato de la realidad. Con ella había que gobernar. Como en Finlandia se gobierna a muchos grados bajo cero. Un dato, una condición.
Para ser lo que finalmente ha acabado siendo, aquel pequeño partido llamado Convergència, apenas dotado de un líder, de una ideología confusa y variable, de una ausencia de cuadros constatable, con una presencia casi marginal en el discurso cultural y político, tuvo que emprender un largo viaje en el que la política fue perdiendo terreno en favor de la sentimentalidad. Justo lo contrario de lo que se espera de la política. La sentimentalidad dibujó una figura retórica nítida: el enemigo exterior. Cebaron al enemigo exterior. Y las urnas parecían indicar que ése era el régimen correcto. Pues bien: ahí está ya, gordo y cebón, bramando. Como algunos animales prehistóricos, dotado de un cerebro minúsculo en un cuerpo inabarcable, descontrolado.
Montaigne aprendía su lección diaria del contacto con los necios. El paisaje actual de la política española le hubiera hecho más sabio de lo que fue. Yo, que procuro seguir muy aplicadamente al maestro, escucho ahora lo que dice el necio cebón y me pregunto con desesperada obviedad de dónde salió el pienso paranoico que alimenta bestia semejante.
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