Un guión de cine negro, violento y mal escrito
El Consejo de Estado francés respalda al policía que denunció a sus jefes por racismo
William Poiteaux pagó muy cara su vocación de policía: un divorcio, un piso saqueado, un coche destruido, una detención injustificada amenazas múltiples, cuatro años de desempleo y un pleito largo y costoso. El empecinamiento del ex policía, al denunciar a sus antiguos jefes, ha recibido al fin respaldo del Consejo de Estado, la más alta magistratura francesa. Poiteaux tenía razón: algunos mandos policiales de Courbevoie, suburbio de París, eran racistas, y probablemente corruptos.Poiteaux, de 30 años, define su historia como "un guión de cine negro, muy violento y bastante mal escrito". Aquel 4 de abril de 1990, Poiteaux llevaba sólo dos semanas en la Policía Municipal y hacía la ronda con su jefa, la cabo Marle-France Jubault. Ella estaba contándole que era "preciso multar sistemáticamente a ciertos magrebíes" mientras se acercaban al negocio de Alexandre Jelil, tunecino, fabricante de anuncios luminosos. Antes de llegar, Jelil se apresuró a echar en el parquímetro las monedas para que su coche no pudiera ser multado. Aun así, la cabo ordenó a Poiteaux que le pusiera la multa. Poiteaux contestó que no podía, porque no había infracción. "Usted le multa y se calla. Es un árabe que no tiene nada que hacer aquí", le espetó la jefa. Por fin, fue ella misma quien multó al magrebí.
El policía novato fue despedido esa tarde. Pero averiguó que Jelil había recibido 380 multas en sólo tres meses, por todas las razones imaginables. Otros muchos árabes sufrían ese problema: quienes no se avenían a compensar económicamente, en privado, los desvelos de los agentes. Alguien en la Policía Municipal de Courbevoie, varios de cuyos mandos no disimulaban su filiación ultraderechista, había decidido exprimir a la colonia magrebí. Poiteaux recurrió su despido y, en un mes, recibió el apoyo escrito de más de 200 comerciantes. Aún más: el tunecino instaló sobre su puerta un rótulo luminoso: "Poiteaux , readmisión". El pequeño pleito laboral se convirtió, poco a poco, en una cruzada contra el racismo y la corrupción policial. Unos meses más tarde, el apartamento de Poiteaux fue saqueado e incendiado por desconocidos. Poco después, su coche fue destruido. Luego le detuvieron de madrugada y le acusaron de robo. Tres días más tarde, le pusieron en libertad: "Un simple error de identificación, algo que pasa a menudo". Durante meses recibió cientos de amenazas anónimas, escritas o telefónicas. Su mujer ya se había marchado con los niños: quedarse con él era casi suicida.
La magistratura laboral falló a su favor, y el Ayuntamiento de Courbevoie apeló contra la sentencia. Su caso fue subiendo hasta el Consejo de Estado, que ahora ha dado la razón a Poiteaux: su despido era injusto, y parecía "evidente" que algunos agentes municipales mostraban "actitudes racistas". Courbevoie tenía que compensarle con unos 2,7 millones de pesetas, más los intereses por cuatro años, por despido improcedente.
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