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Antes de que se extingan

Félix de Azúa

Cierta turbulencia, inhabitual en la plaza dé San Sulpicio, me avisó de que algo insólito estaba teniendo lugar. Tras aproximarme, intrigado, comprobé que allí estaban, sólidos, incólumes, bebiendo una cerveza, mirando los, castaños, durmiendo en una silla: los poetas. La veintena de quioscos pintados de verde y armados en torno a la fuente barroca estaban ya muy concurridos. Eran las doce de la mañana y la gente hormigueaba rebuscando entre editoriales de rotunda onomástica: Fata Morgana, El Lobo Faldero, Ánima Mundi... Un poeta levemente cojo me entregaba un panfleto; es un "homenaje a la Belleza y al Amor" compuesto por, "poemas, pensamientos y reflexiones" cargados de "densidad, profundidad, clarividencia, idealismo, ternura y sensibilidad", a 75 francos el ejemplar. Lo compro.Casi todas las barracas pertenecen a pequeñas empresas dedicadas en exclusiva a la poesía. Las más radicales editan a un solo autor, como la de Jacques Charpentier, que edita los poemas de Jacques Charpentier. Allí, algo deslucidos, están los ejemplares aparecidos hace 20 años, con el retrato de Jacques hace 20 años. Levantas los ojos y te encuentras con Jacques 20 años después, algo deslucido él también, pero sonriendo altivamente: es un poeta y no se ha reconciliado con el mundo. Otras veces es la viuda quien conserva el fuego de la palabra; en la caseta de Maurice Caron dormita la dulce intensidad de su viuda, y también un librito titulado La bienamada, en cuya portada figura aquella muchacha que atormentó al poeta en los años veinte.

No todo es nostalgia. En un depósito, a pleno sol, manosean los obsesos, con los, ojos hinchados como granos de uva. Son los bibliópatas. Barajan libros y revistas a toda velocidad, como Víctor Mature barajaba los naipes en una inolvidable partida de póquer que le costaba la dama y la vida. De repente, se petrifican: han dado con algo, una estrella que sólo ellos distinguen entre la basura. Lo ojean quitándole importancia, incluso maltratándolo dramáticamente, sacudiéndolo y dándole palmadas sonoras, luego se dirigen al vendedor con displicencia. Arrugan el entrecejo y fruncen la boca al oír el precio, pero lo compran a regañadientes y escapan empujando a la gente, ausentes, escurridizos como rateros. Son los bibliópatas.

Cuando se cae en la tentación de reflexionar sobre la decadencia de Occidente (la verdadera), no hay más remedio que pensar en los poetas. No hace ni 10 años el magisterio literario indiscutible era el de poetas como Jaime Gil o Gabriel Ferraté, por no hablar de Vicente Aleixandre o J. V. Foix. Hace un decenio nadie dudaba, ni por asomo, de la trascendencia de la poesía. Todos estaban de ' acuerdo en que o bien una literatura se sustenta sobre la poesía, o bien es mera sociología. Una literatura sin poesía es, como dijo Cole Porter, la Mona Lisa sin la sonrisa. Un aborto. Pero el magisterio de los poetas se ha esfumado. Hace un decenio la jerarquía era indudable: poesía, drama y, finalmente, prosa. ¿Sigue siéndolo?

Cabe la posibilidad de que alguien atribuya esa mengua a que la mayor parte de los poetas actuales son malísimos. Hombre, claro. También la mayoría de notarios y taxistas, dentistas, curas, arquitectos y vendedores de moquetas son malísimos. Casi todos somos malísimos. Nunca se ha visto que los poetas buenísimos o los sastres buenísimos sean tantos como para formar un sindicato. Anoten esto: la importancia de los poetas es independiente de su calidad. Lo importante es que los haya y se les reconozca. En la feria me han entregado un boletín de inscripción para el Club de los Poetas. Celebran reuniones diarias desde 1961. También divulgan poemas por teléfono (45 50 32 33, pruebe usted, mismo) y por el minitel. ¿Quién puede ser poeta y entrar en el club? He aquí lo que dice el boletín: "Todo aquel que no se entregue a la facilidad, con la excusa de que los mediocres triunfan mientras los mejores no se tienen en pie". Me parece una definición justa y benéfica. Perfecta.

Los personajes de la Feria de la Poesía son eternos. Pasea entre el gentío un negro viejo y pelicano, muy alto, muy dandy. Gasta panamá de color azafrán, zapatos blancos, bastón de ébano con puño de oro, y, cuelga de su brazo una jovencita apenas disimulada por una gasa rosa. Aborda el aparador donde se ofrece la poesía de la negritud, y los vendedores, dos jóvenes rapados a la moda, esto es, con una boina de rizos flotando como una tortilla sobre el cráneo, se alzan de los asientos e inclinan respetuosamente las tortillas ante el tremendo anciano. Es la escena del reconocimiento en Las minas del rey Salomón, la pareja de watusis mira con incredulidad las cicatrices rituales del desconocido y comprueban que se trata de un príncipe. Los editores de la negritud se contonean discretamente delante de la niña, como medusas.

Los poetas no han cambiado desde Arquiloco. En una esquina tres poetas discuten sobre el Golpe de dados. El más vehemente usa una peluca apolillada que zozobra sobre su calva al calor de la discusión. "¡Que me lo explique! ¡Que venga ese insoportable farsante a explicármelo!". Se refiere a Mallarmé. Sus colegas cabecean en gesto de total confórmidad. "Un farsante, un insoportable farsante", abunda uno de ellos distraído con un palillo entre los dientes negros de nicotina. Sobre estos personajes divinos desciende sin previo aviso el rayo celeste, y llenan de luz vivificado ra una lengua hasta entonces cadavérica y chupada por los mercachifles. Es increíble. Cae un rayo, roza a Rimbaud, y la len gua da un salto de potro. Otro poeta vocifera desde un estrado su Oda a Bosnia, pero la interrumpe bruscamente para proce der al recitado de Mi perro es la mujer que yo prefiero, poema festivo, dice, para animar el cotarro. Es realmente increíble.

Lo cierto es que la poesía no sirve para nada, pero ello es debido a la descomunal importancia de aquellas cosas para las que sirve la poesía. Por ejemplo, puede sonar a chino, pero Hegel y un servidor creemos que las naciones se fundan sobre la poesía. Hasta los americanos tienen a Walt Whitman. Una lengua que sólo sabe calcular, controlar y dominar no puede ser una lengua significativa; puede conservar, pero no puede crear. Por eso cuando se oye hablar de "nacionalismo" hay que entender que se habla de "nacionosidad". Cuando no de "estatofilía". Porque mientras la lengua no produzca una épica, ya me dirán ustedes de qué nación hablamos. De la del Ministerio de Hacienda, sin duda. Muy respetable, pero poco seria. Eso sí, los nacionosos (y los estatofílicos aún más) pueden organizar unos cafárnaúnes tremendos. Aunque efímeros.

Vuelvo a la Feria de la Poesía para cerciorarme de que lo golfo no está reñido con lo noble, que todavía es posible una inutilidad trascendente y amable. Una niña, agarrada de la mano de su padre, ha reparado en una barraca y tira hacia ella. Es la de la Librería Española, en donde dos guitarristas acarician las cuerdas de sus instrumentos sin armar jaleo, con el elegante descreimiento de un poema de Pessoa. Veo entonces un título tenebroso expuesto sobre el tablero: En el sombrío jardín del asilo. Leo el nombre de su autor en el momento en que repican las campanas de San Sulpicio. Homenaje a los poetas, pienso, antes de que se extingan.

Félix de Azúa es escritor, residente en París.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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