El diablo en la botella
El ingenio nacional ha sabido siempre superar los más duros desafíos con creatividad y desparpajo. Cuando los destiladores de bebidas espirituosas sellaron sus botellas con el sofisticado tapón irrellenable, fueron muchos los envenenadores profesionales que pensaron que habían finalizado para siempre los días de su imperio, la era del garrafón, a granel y a destajo. Hasta que un hijo predilecto y anónimo de la patria llevó a la oficina de patentes el remedio, la vacuna contra el maldito precinto creado por la tecnología extranjera, el sistema para rellenar botellas irrellenables, paradójico invento del que dieron fe los diarios.Con patente o sin ella el garrafón no ha muerto. Hace unos años, en una selecta discoteca madrileña, emporio del pijerío urbano, el autor de estas líneas mantuvo el siguiente diálogo en la barra con un camarero:
-Camarero, sírvame, por favor, un whisky de malta.
-¿De marca?
-No, de malta.
-Ya, pero de qué marca.
Ante la insistencia del solicitante, el camarero ensayó un guiño cómplice y despreciando las botellas de escocés que se amontonaban sobre el mostrador, desapareció bajo la barra y emergió sonriente unos segundos después enarbolando una botella en apariencia idéntica a sus compañeras expuestas a la vista.
-De marca, señor -anunció con expresión satisfecha y procedió a verter un blended de famosa etiqueta.
Aunque ya pasaron los tiempos en los que licores asesinos elaborados con alcohol metílico cegaban literalmente o llevaban a la muerte a centenares de inocentes consumidores, en España se sigue rellenando con alegría e impunidad. Aunque miles de bebedores achaquen a las pérfidas garrafas monumentales resacas de las que sólo son culpables sus excesos etílicos, se sigue garrafeando con nocturnidad y alevosía. ¿Dónde? Se preguntará el bebedor alarmado. Especialmente en macrodiscotecas de tumultuoso ambiente juvenil; la inexperiencia de los bebedores neófilos y su nefasta costumbre de mezclar el alcohol con refrescos y burbujas, les hacen especialmente proclives al gato por liebre y al aguarrás por ginebra. En la lista figuran también en buen lugar los chiringuitos y las terrazas de temporada cuyos de salmados empresarios tratan de enriquecerse soslayando las dificultades del calendario. Tampoco son mancos, y a veces son especialmente peligrosos, los coperos de barras americanas, top-less y bares de ambiente, lugares en los que la bebida es sólo un complemento de otras actividades, tan placenteras que hacen olvidar a los consumidores la índole de los brebajes que trasiegan. La lista no se completa pero se nutre con bares ambulantes de verbenas.
En defensa de taberneros honrados, hay que aclarar que muchas veces la falsificación parte de proveedores irresponsables que les venden partidas adulteradas con etiqueta y precio de primeras marcas. No siempre. son culpables los taberneros, y abundan en la noche los patosos para los que todo es garrafa a partir de ciertas horas.
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