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Los escándalos como transición ética

Emilio Lamo de Espinosa

No hay mal que por bien no venga y también los escándalos económicos que nos saturan tienen su lado positivo. A mi entender son sólo un indicador de que España puede estar sufriendo una profunda transición y modernización de su ética económica. Y ello es muy bueno. Como es bien sabido, la ética económica tradicional de España se caracterizaba por el desprecio aristocrático a la actividad comercial o empresarial, desprecio reforzado por la propia doctrina católica. Se ha dicho, exagerando, pero caricaturizando al tiempo, que España ha sido un país de rentistas y especuladores. 9n gran medida, es cierto. El comercio era un baldón social hace sólo 50 años, que inhabilitaba para el acceso a círculos sociales, no ya aristocráticos, sino ni siquiera de la alta burguesía. Los casos excepcionales de Cataluña y el País Vasco donde sí hubo cultura empresarial, sirven para recalcar la regla. Como también la conversión de parte de la aristocracia del latifundismo terrateniente a las finanzas y la banca, controlada por grandes familias hasta el terremoto de los años ochenta (y cuyo fin simbólico fue la ocupación del aristocrático Banesto por los muchachos de Conde), pues la actividad bancaria sí estaba permitida, pero no el comercio ni la empresa. No había propiamente cultura económica o, si se prefiere, ésta era claramente premoderna y así nuestros calvinistas (los jesuitas o el Opus Dei) han tenido que salir de los márgenes del catolicismo. Los ricos de verdad eran rentistas de toda la vida; los que querían serlo eran especuladores arribistas y parvenues, sólo aceptables si, previamente, santificaban su comercio con el vil metal.Una actitud paradójicamente reproducida y reforzada por la izquierda, pues también para el militante de los años sesenta, el sesentayochista de los años setenta o el universitario crítico de los ochenta, la economía y la empresa eran actividades despreciables o cuando menos menospreciadas frente a la cultura, la ciencia, la política o el servicio al Estado. De modo que, tanto para la derecha tradicional como para la (vieja y nueva) izquierda la economía y la empresa, eran cosas viles a las que se dedicaba quien no podía o sabía hacer otra cosa. La (perversa) consecuencia de esta antiética de derecha o de izquierda es que nada diferencia entonces al honesto empresario o comerciante del especulador o aventurero, pues unos y otros son igualmente mezquinos, viles o despreciables. En todo caso, la línea de demarcación entre lo bueno y lo malo pasaba por fuera de la economía, no por dentro cortando en dos este ámbito de actividad. Y, por supuesto, no había una cultura ética relativa a la economía moderna, la del mercado, la bolsa y la fiscalidad.

En este sentido, el escándalo permanente en que vivimos hoy es (o puede ser, al menos) la catarsis pública de la vieja moral, el modo simbólico de desembarazarnos de aquella ética, estableciendo una nueva: la de que la honestidad -como decía Franklin y repetía Weber- es un buen. negocio. Una catarsis de rechazo expresivo de la vieja ética que se manifiesta en un alto nivel de alarma social y que exige, por supuesto, chivos expiatorios sometidos a ritos y ceremonias de degradación y humillación que ejemplifiquen, visualicen y gestualicen la transición ética. Es necesario manifestar simbólica y patentemente el rechazo de aquello que hace tan poco, no sólo aceptábamos sino practicábamos. Esa es la esencia del escándalo: manifestar vergüenza pública hacia aquello que se practicaba en privado, proyectando sobre otros el propio sentimiento de culpa. Argumento que, por cierto, vale para todos aquellos países que han padecido semejante súbito proceso de modernización de la economía (Grecia, Brasil, Argentina y en alguna medida Italia). Por supuesto, no todo se reduce a ello. Robar, aunque sea con malabarismos de ingeniería financiera, siempre ha estado mal visto. Y, sin duda, hay cosas más importantes. que enriquecerse. Pero puede que estemos colectivamente aprendiendo a diferenciar lo que está bien de lo que está mal en la actividad económica.

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