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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Craxi prófugo

BETTINO CRAXI era, entre la larga lista de políticos envueltos en las denuncias judiciales de la Operación Mani Pulite (Manos Limpias), el que tenía una historia más brillante. Se había afirmado en el seno del partido socialista como representante de la modernidad y de la eficacia; con un mensaje fuertemente anticomunista, sentó cátedra de reformista, inspirado en Proudhon y Kautsky, y logró situarse en la dirección de dicho partido, en el cual implantó un sólido aparato craxiano eliminando a las figuras que habían despuntado en épocas anteriores. Si sus métodos autoritarios suscitaron críticas, nadie se atrevía a discutir su liderazgo. Llegó fácilmente a un acuerdo con la Democracia Cristiana, y ello le permitió ser designado jefe del Gobierno italiano, cargo que desempeñó durante varios años. Era un ejemplo de estabilidad que muchos le envidiaban.Pero este edificio se hundió de golpe cuando los jueces empezaron a poner al descubierto las corrupciones instaladas en el sistema político. Enseguida Craxi apareció como figura central en la financiación ilegal de los partidos, y en su financiación personal. Ante las primeras acusaciones, Craxi reaccionó negando con arrogancia que tuviese nada que reprocharse. Pero los hechos fueron saliendo a la luz y dejándole en mantillas. Primero envió a su familia a Túnez, donde tiene una casa de veraneo, y hace unos meses, cuando ya resultaba evidente que tendría que comparecer ante un tribunal bajo acusaciones muy graves, él mismo abandonó Italia y se instaló en la ciudad tunecina de Hamamet.

Este gesto demostraba dos cosas: primero, que no tenía ninguna confianza en poder defenderse ante la justicia; segundo, que no se fiaba de que su gran amigo Berlusconi, a pesar de sus grandes poderes como jefe de Gobierno, pudiese salvarle de ser encarcelado una vez que sus delitos fuesen demostrados ante la justicia. En realidad la cooperación ante Craxi y Berlusconi ha sido muy estrecha durante mucho tiempo, especialmente- cuando aquél era jefe de Gobierno. En gran parte, el control absoluto que Berlusconi ejerce sobre las televisiones privadas se debe a las ayudas que le prestó el jefe de Gobierno Craxi. Creer que la Italia de hoy es una Italia limpia de las corrupciones que fueron lo propio de la etapa anterior es una visión infantil. Permanecen raíces del viejo sistema, si bien con pantallas más opacas.

De manera inmediata, Craxi tiene que presentarse a la justicia en dos procesos. Uno es el del metro de Roma, cuya construcción dio lugar a cuantiosas operaciones sucias de las que se lucró Bettino Craxi. El fiscal de este proceso es el que ha pedido que se ordene la detención de Craxi para que sea trasladado a Roma y comparezca ante el tribunal. Ahora, la etapa siguiente es que el juez instructor del caso acepte esa demanda del fiscal, en cuyo caso se pondrían en marcha las operaciones necesarias para la extradición del reo. Es muy probable que Craxi, que maneja sumas de dinero cuantiosas, tenga en Túnez influencias que se muevan a su favor para impedir su extradición.

Pero, al mismo tiempo, Craxi tiene que presentarse en el gran proceso del caso Enimont, el gigantesco entramado químico, cuyo montaje, y ulterior venta, ha generado unos 280 millones de dólares en corrupciones diversas. Todas las figuras políticas del viejo sistema, como Andreotti, Forlani, La Malfa, los socialistas Martelli y De Michelis (aparte de Craxi) -y, además, Bossi, líder de la Liga Norte y sostén esencial del Gobierno de Berlusconi, deben comparecer en este proceso.

Craxi tiene que plantearse ahora dos opciones claras: o vuelve a Italia y aclara su conducta o permanece en Túnez, lo que equivale a una autoconfesión de culpabilidad y confirmación del lodazal ético en el que se sospecha estuvo sumido.

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