De indio guerrero a indio crupier
Las tribus indígenas norteamericanas se lanzan negocio del juego para mantener su autonomía
La comunidad de indígenas norteamericanos ha experimentado una transformación radical: de la legendaria imagen de feroz guerrero indio que arranca cabelleras a la de crupier con esmoquin que dice: "Hagan sus apuestas... no va más".La fiebre de los casinos se ha extendido por todo el país, y los indios también se han visto convertidos en víctimas del mal del hombre blanco. Pero, esta vez, ha sido la enfermedad más rentable de la historia de su pueblo.
Con unos ingresos de más de 1.500 millones de dólares -aproximadamente 210.000 millones de pesetas-, las casas de juego han facilitado a los indios una independencia económica y una autonomía parecida sólo a la situación que existía antes de la llegada de los europeos al nuevo mundo.
La población indígena de los Estados Unidos tuvo que esperar hasta 1988, fecha en la que el Congreso norteamericano aprobó la Indian Gaming Regulatory Act, una ley que acabaría con las fuertes restricciones económicas a las que se vieron sometidas las reservas indias y que fomentaría la autosuficiencia y la soberanía de las distintas tribus.
Desde aquel día, el pueblo indio no ha vuelto la mirada atrás. Hoy en día, más de 100 tribus en 25 Estados norteamericanos cuentan con alrededor de 175 casinos y bingos que les aseguran un nivel de ingresos que se va duplicando anualmente. Además, otras 30 tribus están estudiando la posibilidad de abrir casas de juego cerca de sus reservas.
Si todo va bien, es decir, si se sale con la suya la National Indian Gaming Association (el consejo de administración de las casas de juego en tierras de reserva, en el que participan 96 tribus), habrá más de 250 casinos de propiedad del pueblo indio antes del año 2.000.
De esta manera, cualquier visitante de Estados Unidos tendrá la posibilidad de jugar al bingo con los seminole de Florida, podrá apostar con los cherokee de Oklahoma, o probar su fortuna en la ruleta con los chippewa de Wisconsin, los omaha de Nebraska, los sioux de Dakota del Norte o los cheyenne de Dakota del Sur.
Sin embargo, no hay rosa sin espinas. La suerte y la estabilidad económica de las que ha gozado la comunidad de indígenas en su nuevo negocio, han sido el objeto de examen por algunos sectores del hombre blanco, entre ellos la Asociación de Gobernadores, la Asociación Nacional de Fiscales Generales, el congresista Robert Torricelli y Donald Trump, el gran magnate del mundo de las apuestas. A todos ellos les gustaría ver enmendada la Indian Gaming Regulatory Act, de forma que el negocio de los casinos indios sea sometido a mayores restricciones.
Donald Trump, quien ha visto su monopolio amenazado, considera la ley que rige los casinos indios injusta porque da un trato preferencial a las tribus, que, en sí, perjudica al negocio de los casinos comerciales que están sujetos a un reglamento más exigente. El millonario Trump, que ha presentado una demanda para derribar la actual ley, manifiesta en una reciente entrevista con el diario The New York Times su profundo sentimiento de disgusto con todo el asunto. De sus comentarios se deduce que contempla a los indígenas como una gente que ha querido aprovecharse de los remordimientos y mala conciencia del hombre blanco para sacar beneficios propios.
Algo hay de cierto en la suposición de que, con las concesiones para los casinos, los norteamericanos han querido encontrar una vía de compensación a los indígenas por su historia de persecución y marginación. Especialmente después de que en los últimos años, en las reservas indias se había presentado una situación de extrema pobreza, que conducía a miles de jóvenes descendientes de los célebres Jerónimo o Toro Sentado a abandonar a sus familias.
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