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Tribuna:LA VUELTA DE LA ESQUINA
Tribuna
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Un guateque muy formal

Hay que tener más valor que El Guerra -nos referimos al torero- para, a estas alturas de la temporada, inaugurar locales públicos en Madrid. Se reunieron dos novedades, de las que los servicios de actualidad de este periódico dieron cumplida y separada cuenta. De un lado, el palaciego recinto que fue sede de cierta clínica donde intentaban recuperar, y después conservar, la silueta de las ciudadanas de hace 40 años. El nombre y su grafía son tan estrambóticos y difíciles que, si cuajan, no se olvidarán jamás: BagëLus, así, como va, cuyo significado no pude averiguar, aunque seguro que quiere decir algo. Sólo Dios sabe cómo acabarán llamándolo sus habituales. Está en la calle de María de Molina y, por pellizcos de información, pretende estar abierto las 24 horas, albergar restaurantes, bares, discotecas -si es que siguen diciéndolo así, que ya estamos más que pasados de fecha- y una amplia oferta de otros servicios.La otra cosa era -según el clérigo de San Millán de la Cogolla- hacer mantenencia con la placentera lectura que, próvidamente, lanzan los promotores de la editorial El País-Aguilar. Salgo poco y con cautela, como un don Cleofás de la tercera edad, que no damos ya para muchas novedades. Cogido del brazo de un invisible Diablo Cojuelo, en realidad apoyándonos uno en el otro, le excité al guateque. No es éste lugar informativo, aunque venga obligado, para mejor comprensión, reseñar la aparición de unas guías de alojamientos rurales y la versión Michelin o Gault Millahud de pequeños hoteles y albergues con encanto, otro descubrimiento del Mediterráneo para los españoles, que ignoramos lo que en nuestra casa hay de sobras.

Ni el diablillo liberado de la redoma ni un servidor, encarnando al bachiller Pérez Zambudio, estamos para seguir levantando tejados, por miedo -aquí lo confesamos- a que la contemporánea construcción se venga abajo. Recorrimos, él invisible y yo casi, el amplio recinto del festejo literario, la nueva generación cuyos nombres aparecen en las columnas de los periódicos y en las tapas de los libros. Libamos del jerez que un venenciador sonriente espumeaba sin reposo y pillábamos trozos de charla entre jóvenes barbudos -y no tan jóvenes- y mujeres que se las veía a la legua liberadas, aunque ignoramos si para bien, pero de gesto enérgico y campechano.

Ese día inaugural hacía en Madrid un calor anticipado, mejor de julio inclemente que de recién estrenado verano. Y, con la deformación de observar esto y husmear a distancia aquello otro, comprobé cierta novedad en el festejo, deliberadamente informal y meteorológicamente bochornoso: casi la mayoría de los hombres iban de chaqueta y corbata, ese abominado adminículo, sedosa bisutería que rodea los pescuezos varoniles.

A veces, pequeños detalles, coincidencias no buscadas, señalan imperceptibles fronteras entre distintas épocas, renovadas generaciones. Aquella fiesta, hace no más de un par de años, habría quizá convocado cuatro o cinco trajes completos, contando un par de camareros. Las mujeres: escritoras, publicistas, abogadas, periodistas, etcétera, siempre lo tuvieron mucho más fácil, y hoy la falda hasta el suelo y el corte o los cortes en el alto muslo sirven para ponerse delante del ordenador o para circular empuñando un zumo en la soirée más encopetada.

El Cojuelo y yo coincidimos, más tarde, en que había para congratularse por aquel renacimiento de las perdidas formas que no han de caer en la etiqueta o el ceremonial. Se notaba una encontrada soltura y la asunción de que es más agradable -en determinadas ocasiones- ver a las damas cuando se visten por la cabeza y a los varones de chaqueta, aunque esté concienzudamente arrugada. Siempre tengo presente el viejo acertijo de Machado que tanto gustaba a José Bergamín: "El ojo que ves no es / ojo porque tú le miras; / es ojo porque te ve". Al pequeño sacrificio estético de renunciar a las mangas de camisa y el impúdico sudor bajo los brazos, correspondamos con la chupa y la corbata, asunto este donde toda fantasía y desenfreno estético están consentidos.

Eugenio Suárez es escritor.

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