_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El Magreb

FRANCIS GHILESEl autor afirma que la historia decidió de otra forma y la unidad magrebí no parece estar de actualidad. El desasosiego que reina en Argelia desde 1992 no sólo arroja sombras sobre esta pais sino también sobre a Marruecos y Túnez.

Después de 1945, la esperanza de que los tres países del Magreb se unirían, si no en el plano político, al menos en el plano económico, era moneda corriente entre los nacionalistas argelinos, marroquíes y tunecinos. La historia decidió de otra forma y la cuestión de la unidad magrebí no parece estar de actualidad.El desasosiego que reina desde 1992 en Argelia no sólo arroja una sombra sobre el futuro del mayor de los Estados del Norte de Africa, sino también sobre Túnez y Marruecos. Asimismo, hace inciertas las relaciones entre las dos orillas del Mediterráneo Occidental. Europa no puede sino estar perpleja frente a unas sociedades donde la revuelta prima frecuentemente sobre la reforma, donde los valores de libertad tan invocados por Europa tienen dificultades para arraigar, donde la aparición de un islam político radical que denuncia a Occidente despierta antiguos miedos en. la orilla Norte.

La crisis argelina ocupa el centro del escenario. Pero hay que recordar que en Túnez y en Marruecos el Estado sigue siendo todopoderoso, y la libertad de expresarse y de crear empresas es muy frágil y limitada. Pocos empresarios marroquíes o tunecinos tienen una verdadera libertad de movimiento: el Estado sigue profundamente convencido de su supremacía, lo que explica los procedimientos altamente arbitrarios en el plano económico. Todo esto no facilita nada las relaciones con los países europeos, donde la libertad de crear empresas y de establecer alianzas con compañías extranjeras es elevada y donde el Estado de derecho en materia económica es una realidad cotidiana.

A pesar de sus reservas, Marruecos y Túnez evolucionan hacia una gestión más moderna de sus recursos, pero no se les puede comparar con los dragones del sureste asiático. Sin embargo, están mejor dotados que la mayoría de sus hermanos africanos y que muchos de sus primos lejanos latinoamericanos. También están mejor dotados que algunos de sus hermanos europeos: muchos italianos del Sur podrían envidiar la suerte de los tunecinos. Estar gobernado por el partido único de la Agrupación Constitucional Democrática es preferible a estarlo por la mafia.

Las relaciones económicas entre la UE y los países de la Unión del Magreb Árabe (UMA) se caracterizan por un gran desequilibrio. Más de dos terceras partes del comercio exterior del Magreb corresponden a la UE, pero sólo algo más del 2% del comercio europeo se lleva a cabo con el Magreb. Independientemente del éxito relativo de las exportaciones tunecinas y marroquíes después de las reformas económicas que se vienen aplicando desde hace 10 años, el agotamiento de esta tendencia es patente. La competencia de Asia y Europa del Este es intensa. Los hidrocarburos constituyen el 75% del valor de las exportaciones de los cuatro países importantes -Libia, Túnez, Argelia y Marruecos-, porcentaje que no cambiará mucho en los próximos años.

Estos hidrocarburos, sobre todo el gas, tienen un carácter eminentemente estratégico: Europa necesita este gas hoy y mañana lo necesitará más todavía. Existen tres razones para ello. La primera es que en Italia y en España, por motivos políticos, está excluida la construcción de reactores nucleares. La segunda es que el gas es infinitamente menos contaminante que el petróleo. Por último, la llegada de las centrales térmicas de ciclo combinado hace que el coste de la producción de electricidad a partir de gas sea cada vez menos oneroso.

Las dos terceras partes del gas importado por España proceden de Argelia. Este porcentaje será el mismo en el año 2000, pero el volumen importado por España crecerá. De ahí el inicio, previsto para este verano, de la construcción del gasoducto que unirá Argelia con España; de ahí el aumento del 50% de la capacidad del gasoducto transmediterráneo que une Argelia con Italia desde 1983, cuyo flujo nunca ha quedado interrumpido, a diferencia de lo que ocurrió en dos ocasiones con los dos gasoductos que unen a Rusia con Europa y con Turquía, respectivamente. Si Argelia fuera gobernada algún día por un régimen islamista, interrumpir el flujo de gas equivaldría a suicidarse, porque Argelia importa más de dos terceras partes de los alimentos que consume cada año. Detener el suministro de gas es técnicamente factible, pero detener los barcos de cereales, de azúcar y de leche también lo es.

Después de su independencia, adquirida hace una generación, los países del Magreb dieron prioridad a la construcción de sus Estados nacionales, y desapareció la dimensión transversal magrebí. La política estatista que fomentaba las industrias de sustitución de las importaciones, fijaba los precios de las importaciones agrícolas y subvencionaba los productos básicos, ha fracasado. Marruecos empezó a revisar su política tras no haber podido hacer frente al pago de su deuda en 1983; Túnez le siguió en 1986, y Argelia en 1989. Desgraciadamente, el valiente intento de reformas llevado a cabo tras las revueltas de 1988 quedó abortado en junio de 1991.

En un estudio de gran interés, publicado en el número 8 de los Cahiers Centre d'Etudes et de Recherche Internationales de la Fondation Nationale des Sciences Politiques, Raymond Behaim, un buen conocedor de las cuestiones norteafricanas, explica que hay tres exigencias económicas que permiten "esperar el retorno a una dinámica de unificación" de los países magrebíes. La primera se refiere a la necesidad que tienen los empresarios magrebíes de conquistar los mercados internos, no sólo porque las salidas al exterior se vuelve más difíciles, sino porque las necesidades internas de un mercado que tendrá entre 90 y 100 millones de habitantes en el año 2000 aumentan y se diversifican.

La segunda exigencia es la de la financiación. "Ni los escasos resultados de las privatizaciones, ni la mejora de las reservas de divisas, ni la reactivación de los mercados financieros internacionales podrían responder a las necesidades". Behaim subraya un hecho que debería llevar a la reflexión: la rentabilidad del capital invertido en los países del Magreb es claramente superior a la que se registra en otros lugares. Aunque ganen mucho dinero en el Magreb, las empresas europeas consideran que el riesgo político es elevado. Behaim indica que en el periodo 1988-1991, el balance de inversiones entre Francia y el Magreb -con la excepción de Marruecos- fue netamente positivo para Francia. Ningún mercado magrebí es lo suficientemente grande como para justificar inversiones extranjeras importantes, salvo por lo que se refiere al sector de hidrocarburos. Un Magreb económicamente unido representaría una masa importante: un mercado que atraería a los inversores occidentales en otros campos aparte del petróleo y el gas. Queda claro el papel clave que representa Argelia.

La importancia de ese papel explica en parte el fracaso relativo de Marruecos y Túnez a la hora de desarrollar una política bilateral con la UE. Una zona de libre intercambio entre Marruecos y la UE no sería sostenible en modo alguno. La política agrícola de la UE y los acuerdos de autolimitación que han restringido fuertemente las exportaciones de determinados productos marroquíes hacen que el acceso comercial del Magreb a Europa no sea libre. Por otra parte, los aranceles preferenciales de los que se beneficiaban algunos productos magrebíes se han visto fuertemente reducidos por la reciente conclusión de la Ronda Uruguay.

Por último, una zona de libre intercambio tendría como consecuencia que más de la mitad de la industria manufacturera marroquí sería barrida al ser incapaz de enfrentarse a la competencia. Esta es la sencilla explicación de la urgente necesidad de las privatizaciones marroquíes y de la estrategia de alianzas del grupo privado Omnium Nord Africain, en el que el rey Hassan II posee participaciones. "Las condiciones técnicas y financieras para hacer competitiva la mitad de la producción marroquí implican la privatización y las sociedades mixtas, y los industriales marroquíes necesitan una nueva alianza con la industria europea".

Estas dificultades no impiden en modo alguno procesos como el estrechamiento de los vínculos económicos y bancarios entre Marruecos y España. Este tipo de política de entente cordiale económica da frutos, pero no hace nada para resolver el problema de las relaciones entre ambas orillas.

La tercera exigencia se refiere al aumento del paro, que según las cifras oficiales -que subestiman la amplitud del fenómeno- afecta a algo más de una quinta parte de la población en Marruecos y Argelia, y a un 16% en Túnez.

No obstante, el Magreb económico presenta para Europa una triple ventaja: geográfica, energética y comercial. Geográfica, por la proximidad, que lo distingue de otras zonas económicas competidoras. La ventaja energética es el gas argelino y sus canales de transporte.

Las economías magrebíes son relativamente complementarias, pero los países de la UMA sólo realizan entre ellos el 3,5% de sus intercambios exteriores. Estos intercambios podrían suponer 4.500 millones de dólares si alcanzaran el 15% del comercio exterior de los países magrebíes, un porcentaje fácil de lograr si se abrieran un poco las fronteras.

Desde la caída del muro de Berlín, Europa está obnubilada por sus vecinos del Este y, desde la suspensión de las elecciones en Argelia, aterrorizada por el "demonio" del islam radical. También hay que subrayar que, al contrario que Alemania, que defiende siempre en Bruselas y en el Fondo Monetario Internacional (FMI) a sus vecinos del Este, sobre todo a Rusia, Francia carece de una política clara con respecto al Magreb. En la actualidad, apoya a fondo al régimen argelino y defiende la renegociación de la deuda argelina que se discutirá en el Club de París el próximo 31 de mayo. Hace tres años, su Gobierno miraba con malos ojos los esfuerzos de refinanciación de la deuda argelina, cuando no se oponía activamente a ellos. En París, algunos ven con preocupación la presencia cada vez mayor de empresas italianas en Argelia y Túnez, y de empresas españolas en Argelia y Marruecos. En cuanto a las compañías estadounidenses, se las acusa de maquinaciones imposibles de verificar por naturaleza. Francia sólo podrá hacer que se interesen por las deudas magrebíes otros países que no sean sus vecinos inmediatos en Europa meridional si coordina su política con Italia y España en Bruselas, en el FMI y en el Banco Mundial. El Reino Unido y Alemania, por no hablar de los otros miembros actuales y futuros de la UE, estarían más que encantados de dejar a Francia el Magreb y sus problemas.

Sigue siendo grande el peligro de que las relaciones entre ambas orillas del Mediterráneo occidental, sobre todo en el plano económico, sean percibidas a través de prismas psicológicos y religiosos en lugar de ser analizadas económica y racionalmente. Un análisis económico realizado con la cabeza fría sugiere soluciones. Pero haría falta una política valiente para promoverlas, y unos políticos que explicaran los problemas. Pintar como demonios a millones de argelinos sólo puede alimentar las peores visiones.

Washington y Madrid practican esa satanización mucho menos que París. Es comprensible que las actitudes del Gobierno francés, cuyos ministros se contradicen sobre Argelia, sean dictadas por la pasión. Pero el triunfo de las visiones alarmistas no permitirá una lectura fría de las cuestiones económicas, cuestiones que no son sencillas, pero que se oponen a una interpretación excesivamente catastrofista del futuro.

es especialista en temas del Magreb

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_