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Las guerras de Clinton

Corea del Norte y Haití, escenarios mas probables de acciones militares norteamericanas

Antonio Caño

EE UU está de nuevo frente a su destino como superpotencia. La guerra llama otra vez a la puerta como recurso posible para imponer el orden en el mundo, desde Asia hasta el Caribe. Es algo que ocurre de forma recurrente. Todos los presidentes norteamericanos de este siglo han hecho uso de la fuerza en mayor o menor proporción. Todos los presidentes desde la II Guerra Mundial, con excepción de Jimmy Carter y Gerald Ford, han ordenado invasiones de países extranjeros. Bill Clinton, que ha dedicado la mayor parte de su presidencia a la reconstrucción de su propia sociedad, se encuentra ahora frente a dos conflictos -Corea del Norte y Haití-, cuyo desarrollo lógico conduce también hacia sendas operaciones militares.A diferencia de casos anteriores, EE UU actúa esta vez con extrema prudencia, sin precipitar las condiciones para el empleo de sus tropas. Incluso se resiste a, hacerlo. Distintas formas de presión económica y política -menos en Haití, más en Corea del Norte- necesitan todavía ser agotadas. Pero en los dos casos se ha desencadenado una dinámica que puede concluir en el uso de la fuerza.

El planteamiento de la política norteamericana es similar en Haití y Corea del Norte. En ambos casos, el Gobierno norteamericano ha hecho del problema un asunto de interés nacional para EE UU. En el país del Caribe, Washington cree ver en juego el principio de la democracia y, más importante, un compromiso personal del presidente Clinton y una fuente de emigración difícilmente asimilable. En Corea del Norte, por supuesto, el desafío es mucho mayor. El riesgo de que ese país produzca armas nucleares, no sólo para su propio consumo, sino para abastecer a diferentes enemigos de EE UU, como Irán o Libia, es un argumento capital para que Washington defienda una política de firmeza con Pyorigyang.

Tanto en Haití como en Corea del Norte, EE UU ha intentado primero la negociación directa. En los dos países, la Administración norteamericana ha optado después por las sanciones económicas internacionales. Y en ambos se ha reservado la posibilidad del uso de la fuerza si las sanciones no logran sus objetivos. En ninguno de los dos países se podrá acusar a EE UU de no haber agotado todas las posibilidades de una solución pacífica. Pero en ninguno de los dos hay altas probabilidades de que la negociación o las sanciones funcionen.

En Haití, más de un mes después de que el país quedase prácticamente aislado del mundo por tierra, mar y aire, no se han detectado aún síntomas claros de debilitamiento de la voluntad de los jefes militares de mantenerse en el poder. EE UU confía en que, como considera una alta fuente de la Administración, "los militares haitianos, que no son precisamente héroes, entiendan que vivirán mejor en una mansión en el sur de Francia que en un país sin recursos y sin dinero". Pero todavía no parece ser ése el pensamiento del general Raúl Cédras y sus seguidores. Sólo falta por saber cuánto tiempo más esperará Bill Clinton.

En Corea del Norte, incluso la aplicación misma de las sanciones puede desencadenar una guerra. Consciente de eso, EE UU ha escalonado el proceso de aplicación del embargo de tal manera que las sanciones sólo comenzarían a perjudicar seriamente al régimen norcoreano a partir de varios meses de su eventual aprobación por el Consejo de Seguridad. Incluso suponiendo que el embargo entrara finalmente en vigor -lo cual es mucho suponer, teniendo en cuenta la resistencia de China, de Rusia y, en última instancia, hasta de Japón-, es dudoso que eso venciese la oposición de Corea del Norte a abrir las puertas a la inspección nuclear. Hasta podría, tal vez, endurecer la posición de Pyongyang.

Si la Administración norteamericana quiere ser coherente, la intervención militar sería, por tanto, necesaria para la solución de ambas crisis. En esa eventualidad, los dos escenarios serían radicalmente diferentes.

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Haití tiene un Ejército de 7.000 hombres armados con viejos fusiles, mal pagados y mal organizados. De acuerdo a los planes del Pentágono, una fuerza de desembarco de un par de millares de soldados norteamericanos podría hacer el trabajo en pocos días sin un alto precio de vidas humanas.

Corea del Norte, por el contrario, tiene una de las Fuerzas Armadas más poderosas del mundo. Con 1.127.000 soldados, más de 5.000 tanques y vehículos blindados, casi 30.000 piezas de artillería, más de 700 aviones de combate y 25 submarinos, sin contar con la posibilidad de armamento químico y nuclear, Corea del Norte tiene la posibilidad de hacer que una segunda guerra en esa península tuviera efectos devastadores para Corea del Sur y obligase a, un alto sacrificio de vidas por parte de EE UU.

Durante los 41 años transcurridos desde el final de la guerra de Corea, el régimen comunista del Norte ha construido túneles de penetración en el sur y ha preparado estrategias de invasión que le podrían permitir colocar a sus soldados en Seúl -que se encuentra a poco más de medio centenar de kilómetros de la frontera- en un par de semanas. La superioridad aérea de EE UU, que estaría, además, en condiciones de desplegar casi medio millón de hombres en Corea en dos meses, debería darle finalmente la victoria en ese conflicto, pero el precio de ese triunfo puede ser altísimo.

Así como en Haití no se vislumbra qué más se puede hacer para evitar una acción militar norteamericana si no es la simple rendición de los hombres que obstaculizan el acceso al presidente elegido democráticamente, Jean-Bertrand Aristide, en Corea del Norte todo el mundo trata todavía de evitar lo peor.

Una segunda guerra en Corea no sólo sería una tragedia para el país del sur, que se ha desarrollado velozmente en las últimas décadas, sino también para Japón, China y todo el continente asiático. Pero al mismo tiempo, China y Japón son los primeros que observan con enorme recelo la posibilidad de que Corea del Norte se convierta en una potencia nuclear.

Animados por la misión de paz de Jimmy Carter, Corea del Norte y Estados Unidos pueden todavía intentar fórmulas de negociación antes de profundizar la crisis, pero es difícil que esas negociaciones puedan dejar de lado el aspecto clave de la supervisión de las plantas de producción nuclear. Las escasas noticias procedentes de Pyongyang indican que no existen fisuras en el férreo régimen norcoreano en cuanto a la negativa a esas inspecciones. Desde el lado norteamericano, una fuente del Departamento de Defensa decía recientemente que "si el caso de Corea del Norte se deja así, en cinco años más será absolutamente inmanejable para la comunidad internacional".

El reloj corre, por tanto, en una dirección muy peligrosa. En Haití, la hora final puede ser también la hora de la liberación de muchos haitianos, y el episodio podría quedar reducido a límites semejantes a la invasión de Granada. Pero en Corea del Norte, el mundo entero sufriría un impacto de consecuencias imprevisibles.

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