Lo que está en juego
En vísperas de elecciones, lo normal es que la gente se pregunte quién ganará o, por cuánto, y de ahí el enorme interés que despiertan los pronósticos de los sondeos que circulan esos días por todas partes. También esta vez se percibe esa curiosidad, pero la pregunta que está en la calle es más bien la de qué pasará al día siguiente. La opinión pública parece estar en esta ocasión más preocupada por las consecuencias que puedan comportar los resultados que por los resultados mismos de las elecciones.La razón de esa inquietud hay que buscarla en la confusión que se ha creado respecto a qué es lo que está en juego el día 12. Todo el mundo sabe que el objeto de estas elecciones no es otro que el de seleccionar a nuestros representantes en el Parlamento Europeo. Pero todo el mundo tiene también la sensación de que no se trata sólo de eso, de que hay algo más en juego y que, por eso, estas elecciones son muy importantes. Prueba de ello es el alto nivel de participación, más alto que en otras elecciones europeas, que se anticipa en todos los sondeos.
Es evidente que lo que oscurece para muchos el significado de la consulta es precisamente la idea de que en esta ocasión el voto podría utilizarse para algo distinto o para algo más que la simple elección de los eurodiputados. Para algo como protestar contra el Gobierno, para enviarle un mensaje, para darle un aviso ahora que puede hacerse sin mayores consecuencias, ya que en esta ocasión no está en juego su continuidad. La corrupción, la crisis económica, el paro, las divisiones en el seno del PSOE y el desencuentro con los sindicatos son, a este respecto, los principales estímulos de la protesta avivados con igual pasión desde la izquierda y la derecha. Para Anguita, el 12 de junio debe ser la conclusión lógica del 27 de enero, día de la huelga general. Para Aznar, la rectificación de las elecciones generales del 6 de junio de 1993, que él se ofrece a administrar.
No sorprende ya esta coincidencia estratégica entre IU y el PP. La ubicación del PSOE entre uno y otro le convierte en el objetivo principal de ambos, mientras él debe competir con los dos a la vez. Izquierda Unida trata de quitarle espacio por la izquierda y el PP por el centro. Pero, además, es lógico que en esta ocasión la coincidencia sea aún mayor. Primero, porque, sin duda alguna, el Gobierno y el PSOE atraviesan por un momento dificil, lo que da mayor verosimilitud a las críticas de sus adversarios. Y segundo, y sobre todo, porque todos los grandes partidos se juegan mucho en este envite.
Desde luego, lo que no está en juego es la continuidad del Gobierno. No sólo porque el objeto de estas elecciones es otro, sino porque, con toda certeza, el comportamiento de los electores sería distinto si tuvieran conciencia de que los resultados podrían comportar un cambio de rumbo de esa naturaleza. Pero también es cierto que si el Gobierno recibiera un castigo muy fuerte, esto es, si perdiera por muy amplio margen, no podría mantenerse indiferente, sino que se vería obligado a abrir un periodo de reflexión y consultas con las demás fuerzas políticas y, eventualmente, a pedir la confianza a la Cámara y a disolverla si no se la otorga.
Para IU y el PP, las cosas son también muy claras. Los dos partidos saben muy bien que difícilmente se les va a presentar otra oportunidad mejor que ésta para lograr un triunfo electoral importante. Y precisamente por eso es por lo que tanto uno como el otro lo necesitan desesperadamente. No porque se deban o se puedan interpretar los resultados de las elecciones europeas como un anticipo de las próximas generales, sino porque si en circunstancias tan adversas para el Gobierno no consiguen avanzar de manera significativa es difícil imaginar cuándo podrían hacerlo. En otras ocasiones, mantener el tipo o mejorar algo, por poco que sea, puede considerarse un éxito. Esta vez, no.
Esta vez, un resultado de ese tipo en IU desautorizaría a su dirección y daría alas a los que se han venido oponiendo a la política de confrontación abierta y sistemática con el PSOE, mientras que en el PP, de no producirse un salto cualitativo, cobrarían nueva fuerza quienes sostienen la necesidad de completar el proceso de renovación ideológico, personal y de estilo que se inició tras la segunda salida de Fraga. Un proceso que lo convierta en un partido de vocación centrista y formas moderadas, al estilo de lo que fue la UCD de Adolfo Suárez, eliminando las ambigüedades de su compromiso con la democracia que aún perciben numerosos ciudadanos.
Concluyendo, los resultados del día 12 dejarán claro si tiene éxito el doble tirón hacia los extremos de IU y el PP y el país se polariza en esa línea o si, por el contrario, se impone la moderación que ha caracterizado al electorado español desde 1977. Lo lógico es que a lo largo de esta última semana se reduzcan las distancias entre PP y PSOE que anticipan los sondeos del fin de semana, ya que la mayoría de los indecisos procede de la familia socialista. En el peor de los casos para ésta, lo previsible es que si una parte del electorado se decide a castigar al PSOE le haga perder en torno a los cuatro o cinco puntos que habría perdido en 1993 si el miedo a la derecha no hubiera venido en su ayuda, y que eso, junto a la liquidación del CDS, permita un crecimiento de entre dos y cuatro puntos para sus competidores de la derecha y la izquierda. Cualquier resultado que se aleje mucho de eso sería, a la vez, sorprendente y problemático.
es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid.
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