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Cuatro rosas marchitas en una discoteca ruinosa

Javier Casqueiro

Ya no huele a sopa, ni tampoco a velas, como en la noche del viernes 13 de diciembre. Sobre las ruinas de la discoteca Four Roses (Cuatro Rosas) no hay ya nada más que un prometedor solar para especuladores de ladrillos. En un tiempo no muy lejano, la pista de baile y la piscina de esta discoteca de las afueras de Madrid fueron mucho más que el templo de la juventud guapa de la capital de España. Las irregularidades urbanísticas cerraron el local y lo convirtieron durante el invierno de 1992 en un frío refugio para 30 dominicanos, un tinte de techos abandonados con muchas grietas en las paredes.Lucrecia Pérez Martos, de 33 años, era una más de las dominicanas reclamadas para ejercer tareas propias del servicio doméstico por las señoras y señores de Aravaca y Pozuelo, dos hermosas zonas residenciales. Esas mismas dominicanas, en sus días libres, se reunían y se reúnen en la plaza de la Corona Boreal de Aravaca para improvisar sus bochinches. En estas reuniones amistosas no armaban nada más que algarabía. En esas casas aprendían nuevas costumbres y se sorprendían de las raras manías gastronómicas -carnes crudas y verduras desconocidas- de los españoles. Pero la concentración de color, de ruido, de salsa y de marginalidad acabó molestando a algunos.

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Hubo vecinos que protestaron -otros acudían en busca de citas fáciles al Brisas del Sur, el bar de los dominicanos-, y también hubo, una noche, cuatro disparos.

La noche en que se produjeron los disparos nadie esperaba una reacción tan violenta, pero sí merodeaba el miedo en el ambiente. Un temor que nació sembrado de incidentes menores en las fechas previas. Ninguno como el que imaginó Enrique Céspedes, también dominicano, cuando vio desde su catre el reflejo de dos pistolas tras la puerta de la habitación en la que también dormía, desde hacía más de un mes, Lucrecia Pérez, despedida del último hogar en el que ejerció de asistenta.

Lucrecia Pérez recibió dos balazos y falleció en lo que se considera el primer acto de xenofobia criminal registrado en Madrid. Otro proyectil dejó malherido a Porfirio. Elías Pimentel. El último se perdió. Céspedes se tiró al suelo y sin querer apagó la vela que les servía de bombilla. Eran las nueve de la noche de un duro, largo y desangelado principio de invierno.

Los asaltantes, cuatro encapuchados vestidos con ropas negras, salieron huyendo. A las dos semanas fueron detenidos, y en el bochinche de las Cuatro Rosas, los compatriotas de desventuras de Lucrecia, como Macol, Valeria, Marcelo, Ismael, Francisca, Vitín, Zibao, Olmedo y Wilfredo López, bebieron, conversaron y bailaron Ojalá que llueva café en el campo casi hasta el amanecer.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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