¿Nos ha tocado el gordo o la pedrea?
La verdad es que es un lío lo de las estatuas de Botero: no pueden gustarte sin ser tachado de vulgar por unos, ni dejar de gustarte, sin ser calificado de esnob por otros. He hecho un repaso de los que están a favor y en contra, y tanto en el bando de los denigradores como en el de los elogiadores hay suficiente número de pesos pesados (no podría ser de otro modo tratándose de Botero) como para hacerte dudar. Así que he ido a Recoletos varias veces para ver si tomo una decisión por mí mismo, pero cuando me encuentro a pie de estatua y miro hacia arriba no consigo hacerme preguntas estéticas. O sea, que lo que me intriga es saber cómo han llegado a Madrid todos esos volúmenes. Me pasa lo mismo con las pirámides, que lo que me preocupa cuando las tengo delante es averiguar cómo consiguieron reunir tantas piedras y cuántos hombres se dejaron la piel en el empeño. Llevo unos días preguntando por aquí y por allá, pero nadie ha sabido decirme cómo han logrado traerlas desde Nueva York, o desde donde estuvieran, hasta el paseo de Recoletos de Madrid, ni cuántos obreros han tenido que morir aplastados por la muestra.El asunto no deja de ser raro, porque cualquier empresa transportista capaz de realizar tal hazaña habría difundido la noticia a los cuatro vientos. Pero yo todavía no he visto ninguna maniobra publicitaria montada sobre esta operación. Cabe la posibilidad de que el gerente de esa empresa se encuentre entre los que piensan que las estatuas de Botero constituyen un atentado contra el arte, y se haya escondido el hombre hasta que se enfríe el asunto. A lo mejor tiene hijos pequeños y le da miedo de que sus compañeros los insulten en el recreo. Pero no me parece probable: el negocio es el negocio y el transporte de todos esos kilos constituye en sí mismo una noticia económica de primer orden. Eso en el caso de que no les hayan cobrado por volumen, porque si cubicas ese conjunto de gigantes se eleva el precio a la tercera potencia.
¿Quién lo ha hecho, pues? ¿Cuándo han metido todos esos cuerpos en Madrid y por dónde? Porque otra cosa rara es que nadie los haya visto entrar. He preguntado a gente que vive en la carretera de La Coruña, en la de Extremadura, en la de Valencia... Nadie notó nada anormal en los días que precedieron a la inauguración, que es como si en Liliput no se hubieran percatado todavía de la llegada de Gulliver. ¿Acaso las estatuas fueron arrastradas, como el Caballo de Troya, entre las sombras de la noche? ¿Cuántas noches harían falta para llevar hasta Colón todos esos caballos?
O sea, que a mí me gustaría decidir enseguida si me gustan o no, sobre todo por saber si soy un tipo sin sensibilidad artística o un esnob. No digo que una cosa sea mejor que otra (he conocido verdaderos hijos de perra con sensibilidad artística, y viceversa), sino por elegir. Lo importante es tener capacidad de decidir qué quiere ser uno en la vida, si un hijo de perra con sensibilidad artística o un tarugo del tamaño de un Botero lleno de buenos sentimientos, en el caso, naturalmente, de que esas estatuas estén llenas de buenos sentimientos, que Vicent va insinuando por ahí otra cosa. Si quieren saber de qué me imagino yo que están rellenas, ahí va: creo que en el interior de cada estatua hay un taller clandestino de prendas de confección con muchos chinos colombianos dentro.
La cuestión, en fin, es que no hay manera de contestar a todas estas preguntas esenciales y decidir al mismo tiempo si le gustan a uno las malditas estatuas. Así que tardaremos meses en saber si nos ha tocado el gordo o la pedrea. Por lo menos hasta que se manifieste Matanzo, que no dice nada.
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