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¡A Barrabás! ¡A Barrabás!

Como los burros en la nória, estamos condenados a dar vueltas en torno al eje de la condición humana. Cambian las formas, los matices, la estética, pero la esencia del ser permanece inalterable. Ésta es la razón por la que la historia sigue apasionando a unos cuantos aficionados. No sirve para evitar las desgracias, ni siquiera para prevenirlas, pero al menos le libra a uno de sobresaltos.Al que estudia historia, muchos de los acontecimientos contemporáneos le llegan como el chiste que ya se ha oído, sin la menor gracia, y se consuela sabiendo que la situación no es nueva, que el hombre ya la ha sobrevivido en otra ocasión. Por eso mis amigos eruditos, cuando hablan, suelen referir pensamientos, estrategias o situaciones que se remontan a los griegos, la Revolución Francesa o la Segunda República española. Siempre encuentran un paralelismo, cuando no una réplica exacta, entre lo que vivimos y lo que ya ha pasado.

Pero yo, que también he ido al cole y estudié el catecismo y la historia sagrada, recuerdo coordenadas que me sirven de guía. Hace dos mil años, por la pascua judía, se amnistiaba a un reo. El pueblo decidía el nombre del criminal al que se perdonaba. Barrabás fue propuesto con Jesús para obtener la gracia popular y el pueblo falló a favor del primero. "¿Por que. , nos preguntábamos los niños. Porque los judíos eran malos, perversos, se nos decía entonces. Ahora tenemos la oportunidad de vivir una situación parecida. Claro está que para la mejor comprensión de este símil, agudo y oportuno, hay que partir de1a convención de que los judíos ignoraban que Jesús era el hijo de Dios, y sólo tenían claro que se proponía como heredero legítimo del trono de Israel al ser descendiente directo de David.

Decía que la situación de ahora recuerda a la de aquella pascua y, probablemente, los que estudien estos sucesos dentro de unos años, tal y como les ocurre a los niños ante el episodio de Barrabás, no encontrarán una explicación lógica para lo que estamos viviendo. Precisamente cuando se establece que todos los ciudadanos son iguales ante la ley se despoja de todo privilegio al gobemante equiparándole al gobernado, se establecen también rondas de amnistías cada vez que un capítulo de la historia queda salpicado de un exceso de fechorías que podría llevar a la catarsis política o, mejor dicho, a una situación de crisis del propio sistema. No podemos olvidar que, cada vez más, el Estado son las personas que lo representan y así, cuando estos representantes de la voluntad popular están en entredicho, es el propio sistema el que lo está con ellos. Por alguna razón, sin que nos hayamos dado cuenta, Estado y representantes se han hecho indisolubles.

De la euforia de hace unos días, en los que tanto los fugitivos como los señores diputados amenazaban con tirar de la manta y descubrir todos los chanchullos que ocultan sus señorías, se ha llegado a una situación de equilibrio en la que los representantes de la voluntad popular se perdonan entre sí, para evitar un deterioro irreversible del sistema. El pueblo, mientras tanto, ya sólo aspira a que no hagamos el ridículo en el Mundial de Fútbol de EE UU.

La experiencia italiana ha sido la tabla de salvación de muchos de nuestros gobernantes, que del mismo modo que se proponía como un mal menor frente a la oposición a la que presentaban como heredera de las viejas consignas, ahora, en sintonía con la oposición, ofrecen una medida de borrón y cuenta nueva como profilaxis de la situación italiana.

Ante la posibilidad de un nuevo mesías redentor que irrumpa con su espada flamígera llevando adelante una campaña exhaustiva de limpieza en beneficio propio, el personal se achanta y perdona al reo colectivo. Como ocurriera hace dos mil años, el pueblo acepta el perdón del chorizo a cambio de que no le caiga encima un nuevo mesías. Lo grave es que se crucifica, a cambio, no a un partido ni a dos, sino a un sistema, a una forma de vida que se muestra excesivamente vulnerable, que aparece a los ojos de los ciudadanos como una ninfa que huye de una legión de sátiros.

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¿Qué es eso tan grave que oculta la manta de la que unos y otros amenazan con tirar? ¿Ocurrirá como en la orden de san Benito, en la que al dormir todos bajo la misma manta se vieron obligados a pernoctar vestidos para evitar la promiscuidad?

Lo que sí parece cierto es que la dichosa manta se está convirtiendo en un manto isotermo a prueba de toda inclemencia, y lejos de encoger como las mantas de lana del resto de los mortales, se va extendiendo con el paso de los años para mejor refugio de las almas descarriadas.

Mientras, el pueblo pasa de ser soberano a simple testigo de los acontecimientos hasta que amaine la tormenta. Una vez que las aguas vuelven a su cauce recupera el cetro para ocupar el puesto que le corresponde: argumento eterno de la. legitimidad del Gobierno.

Llegamos, pues, a la conclusión de que la manta política, como ocurre con la de la Virgen del Pilar, purifica todo lo que cubre. Así sea.

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