La revancha de Guerra
Los mítines socialistas del pasado fin de semana han dado respuesta al enigma de la actitud triunfal de Alfonso Guerra al término del 33º Congreso del PSOE. Ahora sabemos que Guerra sabía que su discurso tendría que seguir siendo el arma principal de los socialistas en las elecciones europeas y andaluzas. Un discurso que, según Jorge Semprún, se caracteriza por "una extraordinaria agresividad verbal" y una combinación de "la demagogia populista del peronismo" con la tradición largocaballerista del "oportunismo de izquierdas".Hemos visto a Felipe González afirmar que la derecha es el principal obstáculo a la estabilidad política de España y a su recuperación económica, y lanzar esta bravata: "Tenemos que ganar para ver la cara que se les pone". También hemos visto a Narcís Serra proclamar que el PP es "franquista", y a Alfredo Pérez Rubalcaba asegurar que ese partido encarna "la época más negra de España". Ninguno de estos tres prominentes renovadores ha seguido el camino que ellos mismos se habían trazado: hablar de Europa y no de politiquería nacional, no descender al terreno de los insultos y evitar el argumento del miedo.
Como era de esperar, ha sido el propio Guerra el que ha ido más lejos en esta resurrección de la todavía eficaz retórica de rojos contra azules. Dirigiéndose a sus descamisados, el vicesecretario general del PSOE ha calificado a José María Aznar de "híbrido de Onésimo Redondo y monseñor Escrivá de Balaguer".
Malo es que, amparándose en los sobrecogedores comentarios de la diputada popular Mercedes de la Merced, éste sea el tono que adopte la propaganda socialista. Y no sólo porque introduce una sobredosis de crispación en la campana, sino porque revela que los renovadores del PSOE no disponen de otro modo de conectar con las otrora llamadas masas populares que el discurso guerrista. Con la honrosa excepción de Fernando Morán, que, como dice Maruja Torres, sigue empeñado en hablar de Europa desde el punto de vista de "la razón y el humanismo", todas las facciones del PSOE parecen haber decidido utilizar el fantasma del regreso del franquismo; un argumento inmovilista, puesto que, llevado a sus últimas consecuencias, se traduce por la imposibilidad de la alternancia, por la necesidad de una permanencia eterna en el poder de los socialistas.
Cierto es que las palabras de De la Merced son muy inquietantes porque parecen confirmar que el PP no ha terminado de romper con la tradición cavernícola de la derecha española. Pero, desde el punto de vista del porvenir de la izquierda, el lenguaje escuchado a González, Serra y Rubalcaba, por no hablar de Guerra, no parece la mejor vía para la renovación del PSOE, para la construcción de una socialdemocracia moderna y moderada, homologable a la europea y capaz de responder a los nuevos desafíos de este fin de siglo. Más bien parece un modo de asegurarse un voto del miedo que prolongue la permanencia en el Gobierno, y ello al precio de arriesgarse a afrontar una larga travesía del desierto si algún día González abandona La Moncloa.
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