La lista de los reyes gordos
Bordean la parte Izquierda del paseo de Recoletos. Coruscantes, orondas estarán unas semanas atrayendo la ajetreada atención de los madrileños. Son los ninots, los cabezudos lustrosos y patinados del colombiano Fernando Botero.Dejemos a un lado la valoración estética del artista, que complacerá a unos y disgustará a otros. Ahí las tenemos instaladas ignorando, por ahora, el precio del aparcamiento; no el que haya pagado el autor -que deja en prenda una de las obras-, sino el que le pagan, que debe ser bastante elevado. Escuchamos por las ondas que intervienen algunos patrocinadores, lo que hará poco onerosa la ubicación.
Las esculturas de Botero, el anti-Botticelli, el super-Rubens de la imaginería, constituyeron una atracción más en las indiferentes fiestas de San Isidro, enormes volúmenes con lisura de metal hervido, informa el creador.
Sean bienvenidas, pues, objetivamente, no desentonan ni afean, como las cursis arcadas de bombillas navideñas. Tampoco añaden gran cosa a una vía por donde se transcurre a pie cada vez menos. Ahí las tenemos, en un escaparate público, una galería o museo a cielo abierto que difícilmente pueden soñar otros creadores hispánicos o forasteros. Por lo pronto, los aeropuertos de Madrid, Barcelona y Palma de Mallorca han adquirido su ejemplar, donde se afincarán mientras el tiempo lo tolere. Ignoramos también -la curiosidad mató al gato- el coste de la unidad y la cotización de la obra pictórica o escultórica. El taller y la factoría están en Italia, y de aquellos moldes y calderas (las de Fernando Botero) salen estas gigantescas representaciones.
Todo muy bien, magnífico, pintoresco, pedagógico y metropolitano. Por si fuera poco, los ingentes muñecos montaron guardia en Park Avenue y en los Campos Elíseos. ¿Qué más puede pedirse? Ya que no en la primera ni segunda posición temporal, Madrid está en el podio tercero con este cargamento de fingido bronce.
Por unas semanas se nos han instalado en el transitable paseo que fue de los monjes recoletos. Falla la muy prestigiosa fórmula en este país nuestro, donde lo que más les gusta a las autoridades es prohibir cosas y lo de mayor agrado para la ciudadanía es infringir las interdicciones. No se impide tocar las estatuas, incluso se permite, lo que devalúa considerablemente la placentera furtividad de pasar la mano por aquellos lomos. Un reparo: están colocadas de espaldas a la circulación peatonal. De hecho, son ellas las que miran pasar el tráfico rodado, que sólo de reojo y entre semáforos las percibe. Viene al caso haber hecho también la vista gorda. Se ha medio flanqueado un asfaltado prado con intermitentes figuraciones, ahora en negro, ya familiares a los madrileños. Si en la plaza de Oriente y en el parque del Retiro ven gotear las edades los reyes que descienden de Pelayo y Ataúlfo, ¿por qué no una cortés visita de estos otros monarcas, estas reinas de otra lista de los reyes gordos?
Los fatídicos y perniciosos delincuentes, que buscan cómo blanquear ilícitos dineros de la especulación, la corrupción o el narcotráfico, saben las posibilidades que brindan las musas y las artes. ¿Quién discute que cualquier tipo de obra, se tarife en 60 millones de dólares, con recibo, IVA y declaración patrimonial? Si grandes ciudades se adornan con algo, por algo será, y dispara cualquier cotización sobre y fantásticas valoraciones. Hasta ahora el arte no se vende al peso. Hasta ahora, decimos.
Y no estamos dando ideas extravagantes; circulan ellas solas.Eugenlo Suárez es escritor.
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