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La melancolía de Pepe Botella

En la fiesta de Gene Bolger Se mueve como pez en el agua Christophe Guilmart, de 27 años. Es muy francés, pero lleva también sangre española (su abuela materna, Carmen Margarita Fernández, fue Miss Madrid en 1937). Antes de recalar en el foro había recorrido gran parte de Europa realizando actividades comerciales. Su ciudad predilecta era Nápoles, pero Madrid le hizo cambiar de opinión. Llegó para 15 días; lleva ya casi tres años. Todos le llaman Pepe.Tiene innumerables amigos, variopintas novias y unos cuantos, alumnos de francés. Relaciones públicas nato, ama la noche madrileña de forma alegre y desaforada. Siguiendo la huella de José Bonaparte, muchas tardes se sienta en la plaza del Dos de Mayo para observar a Daoiz y Velarde y pedirles perdón.

En el cercano café de Pepe Botella, Guilmart escancia cerveza con entusiasmo al tiempo que filosofa melancolicamente: "Pepe Botella no era mala gente, el pobre; ni siquiera borracho. Le pusieron ese mote porque abarató el vino en las tabernas. Intentó portarse bien con Madrid, pero el emperador y sus generales no le dejaron. Pocos saben que murió en Canadá trabajando como trampero. Si yo fuera director de cine, hacía una película sobre este corso triste que sólo cometió un pecado: ser hermano de su hermano".

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