Lógica aplastante
Prolongar el parque del Retiro hasta la plaza, antes glorieta de Atocha o del emperador Carlos V, integrando la colina del Observatorio, más conocida como cerrillo de San Blas, es.un viejo proyecto, un proyecto que se apoya in una lógica aplastante, lógica de la que no escapan ni siquiera los aplastados, los inquietos vecinos de unos edificios en peligro de extinción, listos para ser sacrificados por lógica urbanística y estética paisajística.El costumbrista Pedro de Répide, en sus crónicas de las calles de Madrid, que comenzaron a editarse en 1921, se lamenta repetidamente de que se permitiera la edificación de estas manzanas comprendidas entre la desembocadura de Alfonso XII y el,paseo de la Reina Cristina. La mayor parte de las casas amenazadas se alinean en el paseo de la Infanta Isabel, pero tan regios valedores no amparan a los inquilinos y propietarios de unas viviendas cuya privilegiada situación las ha puesto en el disparadero de un plan casi impecable que avala el arquitecto Chueca Goitia, y que cuenta entre sus defectos más visibles con su elevadísimo coste financiero y humano, pues los edificios a suprimí ri del mapa están densamente habitados en su mayor parte.
Frente a la neoclásica fachada del Museo Etnológico, que se ha quedado al borde del abismo previsto, en la acera opuesta de Alfonso XII, la casa que hace proa en este paquebote sumergible presenta síntomas de abandono; es una finca de ladrillo rojo que reparte las nutridas hileras de sus balcones en ángulo y exhibe andamiajes y apuntalamientos; apenas sobreviven un par de comercios en sus bajos y unos cuantos sufridos habitantes, a los que la casera pretende ahuyentar a toda costa, aunque los arquitectos se nieguen a concederle a la casa status de ruina por la solidez de su estructura. Otro de los edificios marcados presenta la otra cara del problema. Hace unos años, tras ser declarado ruinoso, los propietarios se vieron fórzados a sufragar un costosísimo plan de rehabilitación, a todas luces inútil si la demolición se lleva a cabo.
Jesús Bayo Recuero, presidente de la comunidad de propietarios de este edificio, enumera algunos de los problemas que se aventaron cuando hace unas semanas los periódicos anunciaron que el Ayuntamiento de Madrid daba vía libre a, su fantasía faraónica, o por lo menos napoleónica. Por ejemplo, señala que el valor de las viviendas afectadas con`vistas a una posible venta es ahora nulo, pues nadie se arriesgaría a comprar un piso con semejante hipoteca. En esa coyuntura se encuentra alguno de los propietarios que necesitan desprenderse de sus pisos, y el mismo mal amenaza -sigue explicando Bayo- a otros que por su condición de funcionarios podrían verse obligados de pronto a cambiar de residencia por motivos laborales y, por tanto, a vende rsus viviendas.
La plaza, sin nombre, bautizada aquí como plaza del Observatorio, donde arrancaría la obra de demolición, divide la calle (le Alfonso XII con uno de los pa.seos del Retiro y la cuesta de Moyano. Don Pío Baroja,, en bronce liliputiense, parece a punto de salir del parque para acercarse a sus queridos y bulliciosos pagos de Atocha, tras buscar su reflejo en los batiburrillos de los libreros, que cuentan ahora con casetas incombustibles. Antes que libros hubo aquí tenderetes y barracas de feria, y a las espaldas de la estatua del rígido moralista y contumaz conservador don Claudio Moyano busconearon hasta hace no mucho tiempo decrépitas busconas y ojerosas aprendizas del antiquísimo oficio. "Gorriones del Prado" las llamó el escritor cursilísimo Vidal y Planas, especializado en dramones edificantes sobre putas redimidas y canonizables. Las tapias del Botánico y los desmontes del cerrillo de San Blas fueron desván del famoso Prado, donde se amontonaron los desechos de nta gala y tanta galanura.
La fama del cerrillo de San Blas se anclaba en los pilares de lo místico, de lo sicalíptico y, en tiempos remotos, de lo orgiástico. La desaparecida ermita de San las fue centro de peregrinación de na de las más célebres romerías madrileñas, romería multitudinaria que se celebraba el 3 de febrero como prolegómeno de los carnavales. Allí bebían los romeros las aguas saludables y santas del manantial de Santa Polonia, que brotaba de un curso que luego nutría las fuentes del Retiro y que se cegó en una de las innumerables obras que en estos alrededores se perpetraron. Antes de que el Observatorio Astronómico consagrase esta colina a la ciencia, pasearon por sus laderas entes y duendes paganos y burlones. Aquí, en la mañana de San Juan, recolectaban los madrileños la verbena, hierba mágica que Dioscórides bautizó hierba sagrada y los gallegos llaman hierba de los hechizos. No fue la casualidad, sino la geomancia, la que llevó a la cima de tan esotérico y modesto monte la sede del científico Instituto Físico y Astronómico. La geomancia es una arcaica disciplina esotérica que los chinos llaman fengshui, y cuyas leyes siguen señalando hoy día el emplazamiento y la orientación de los más orgullosos rascacielos y edificios comerciales de Hong Kong.
Hasta su prohibición en 1619, en el cerrillo de San Blas, cuenta De Répide, se honraba a san Antón con la llamada "mojiganga del rey de los cochinos", versión de la medieval y extendida fiesta del rey de los locos, subversiva, paganísima y orgiástica celebración, saturnal desaforada en la que se coronaba por un día al "rey de los porqueros" con ceremoniales más blasfemos que píos y burla insumisa de todos los principios de autoridad. Se iniciaba la fiesta con una carrera de cerdos, siendo el ganador ceñido con una corona de ajos y cebollas que acreditaba su dignidad de "puerco príncipe", que acompañaría al zagal elegido luego por sorteo como "rey". Su majestad ejercía la autoridad suprema ese día investido como san Antón, con barbas postizas, báculo y campanilla.
Velado desde Atocha por, los mencionados y amenazados edificios del paseo de la Infanta Isabel, el cerrillo de San Blas conserva todavía su aire agreste y sus malas y buenas hierbas; aún lo rondan okupas y vagabundos, dicen los informes municipales que preparan su definitivo paso a la civilización y a la urbanización, caiga quien caiga, aunque los vecinos piensan ofrecer numantina resistencia y vender caras, si no sus vidas, al menos sus viviendas.
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