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Venezuela, una inestabilidad que convoca a la revuelta

Desprestigiada la clase política, el Ejército y la Iglesia son las instituciones más respetadas

Juan Jesús Aznárez

ENVIADO ESPECIAL Hubo ocasiones en que los conjurados por la dictadura formaron en los patios de armas venezolanos arengando contra los tiranos, y no han faltado sargentos chusqueros aplaudidos por la peonada de los cerros de Caracas cuando invocaban a Bolívar y a la patria desde las torretas de los blindados golpistas. Las columnas militares, envenenadas o manipuladas por el bandidaje civil que arruina esta nación petrolera, marcharon contra presidencias constitucionales lastradas por la corrupción, la ineficacia o la devergonzada exhibición de riqueza.

La Venezuela del presidente democristiano Rafael Caldera sufre nuevamente una inestabilidad que convoca a la revuelta y recuerda a muchos las vísperas de asonadas aciagas.

No es ajena a los infortunios de esta democracia populista, más empobrecida y conflictiva desde mediados de los años ochenta, la generalizada creencia de que los yacimientos de hidrocarburos son suficientes para cubrir las necesidades de un país con el 25% de su población laboral empleada en órganos de la Administración del Estado.

Se ha demorado el surgimiento de una nueva disposición hacia el trabajo, el ahorro o la disciplina, observa Aníbal Romero,, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Caracas. "El efecto perverso de esta situación", estima, "consiste en que, en vista de que una mayoría parece convencida de que Venezuela es rica, lo que cabe en tales circunstancias es esperar a que nos caiga del cielo el maná que nos corresponde". Pero el petróleo, cuya alta cotización en el pasado fue poco aprovechada y apenas sirvió para modificar los terribles índices de la pobreza nacional, no da para tanto.

Si no hay fondos, al menos deberían arbitrarse algunas medidas moralizadoras. A la gente le irrita el tren de vida de los mismos que piden austeridad", subraya un ténico español con más de diez años de residencia. Alarma en Venezuela el encarecimiento de la vida, la grave inflación, una devaluación de la moneda impuesta por el propio mercado, la precariedad de los servicios públicos, la delincuencia, la quiebra bancaria y la desgraciada evolución de los indicadores económicos y sociales; y espanta a los inversores extranjeros la posibilidad de un desenlace violento en la calle o en los cuarteles. Desprestigiada la clase política y el bipartidismo, vigoroso aún el empresariado de rapiña, las Fuerzas Armadas y la Iglesia son las dos instituciones más respetadas.

Daniel es un ejecutivo culto nacido en Caracas, pesa unos cien kilos y al tercer whisky reclama un golpe militar. Dirige en esta ciudad las operaciones latinoamericanas de una multinacional textil, cursó estudios universitarios y porfía con una dictadura castrense que privatice sectores apetecidos por su gente. Daniel tiene poco más de cuarenta años y le reconoce al ex presidente Carlos Andrés Pérez, en la cárcel por supuesta malversación de fondos, algunos pequeños logros y coraje para intentar un cambio durante el primer tramo de su segundo mandato. De Caldera, a quien pocos discuten honestidad y buenas intenciones, reprocha su tibieza y ningún éxito. "Lo tumban antes de diciembre", anuncia. "Hay que poner en marcha medidas para atajar el déficit fiscal y arreglar el país como sea; y si hace faltan 200 muertos, se ponen". Este gorilismo en el juicio no es excepcional. Se advierte en esta nación, sumida en una de sus peores crisis, una tendencia a despreciar las_ posibilidades de la democracia en la solución de los problemas y a aceptar la intrusión del caudillismo uniformado o de corbata. "Nunca he visto una situación como ésta en mis cuatro años de destino", subraya un diplomático.

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El ministro de Defensa, general Montero Revette, previene contra un plan desestabilizador de "grupos de derechas y de izquierdas", los estudiantes convocan manifestaciones y el vicepresidente del Senado, Antonio Ledezma, es más contundente cuando aventura que en cuatro meses se agotarán los recursos financieros para seguir importando los alimentos que consume el país, las altas tasas de interés bancario acabarán arruinando a ganaderos y agricultores y quien quiera comer un huevo tendrá que ponerlo".

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