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Cambiar de ejército

La misma cosa puede ser un ahorro en ciertos sitios y un despilfarro en otros. Sin ir más lejos, eso pasa con el servicio militar obligatorio, que Holanda y Bélgica acaban de suprimir para abaratar su defensa, y nosotros mantenemos para no encarecerla. Pero parece que estamos hablando de lo mismo, y no es así. Si conservamos siquiera los perfiles básicos del organigrama de Franco -que rodeó todas las capitales con regimientos y divisiones-, sale a cuenta la leva forzosa de reclutas cuando su retribución es simbólica, y pueden ser tratados como acémilas. Si sólo queremos fortificar algunos puntos -los de probable invasión armada- parece que cualquier sistema resultará bastante barato, y más aún si se combina con una diplomacia prudente.No es tan sencillo medir en dinero la diferencia que hay entre un ejército-policía, orientado a defender al país de sí mismo, y el ejército acorde con Estados de derecho. Un somero repaso a los últimos siglos de historia española muestra que nuestras Fuerzas Armadas tradicionales, concebidas como pilares de la fe y el imperio, fueron a veces poco eficaces para defender de agresores externos, y demasiadas veces eficaces para abortar el espontáneo cambio social. Hartos de ello, con la transición abrimos la posibilidad de un ejército profesional (como el inglés o el americano), un ejército obligatorio (como el suizo, donde en vez de academias militares hay una milicia popular autogobernada) y un ejército mixto, arbitrando que en cualquier caso ninguno podría injerirse en política.

Admitido esto, ¿a qué viene la espiral de objetores e insumisos? Desde una orilla, muchos piensan que la mili es una pérdida de tiempo, un rosario de vejaciones inútiles, un lugar insalubre donde mueren 200 chicos cada año, un anacronismo que dispara la tasa media de suicidios, una empresa que reparte jornales incalificables. Desde la orilla opuesta, otros alegan que pensando así la patria quedará indefensa. Pero entre una orilla y otra discurre el río, la propia prestación militar y sus detalles merecen ser atendidos.

En Suiza, modelo de milicia obligatoria, los ciudadanos hacen hasta bien entrada la segunda edad varias semanas anuales de prácticas, que usan para familiarizarse con las últimas armas, mantener una buena forma física y estudiar minuciosamente la topografía de sus respectivas vecindades; quien quiera ir de paisano va de paisano, y ni un segundo pierden en voces de descanso y firmes, porque no se reúnen para elevar oraciones a Auctoritas, sino para asegurarse como mejor pueden la integridad de su territorio (la Confederación, por cierto, convocó hace poco un referéndum sobre la conveniencia de abolir por completo el ejército, donde los abolicionistas rondaron el 30% de los votos).

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Al comparar esa mili con la nuestra, vemos hasta qué punto la aptitud de un soldado puede medirse por raseros distintos. Nuestra milicia no acostumbra instruir en el manejo competente de cierto armamento, ni en la custodia de un peculiar territorio, sino en modales de reverente obediencia. Concretamente, por instrucción se entiende, ante todo, ejercicios de orden cerrado, una forma de lavar el cerebro especializada en la producción de asentimiento automático. De ahí que nuestro servicio de armas se parezca a vivir algún tiempo en un seminario teológico, donde quizás aprenda uno poco sobre la naturaleza de los dioses, pero va a empaparse de obediencia al prior; tampoco en el cuartel aprendimos apenas nada sobre balística, estrategia o intendencia, pero fuimos atiborrados de espíritu castrense, un viril sinónimo para estar siempre a la orden del mando.

Buena parte de la protesta viene de que el seminario y el convento son voluntarios, mientras un servicio militar calcado de sus principios resulta obligatorio. ¿Y para qué? ¿Para que quede muy bonito en un desfile, donde miles marcan el paso a la vez? El insumiso sabe que las explosiones de fervor gregario fascinan a algunos, pero se pregunta por qué no ejecutan esa coreografía ellos mismos, como hacen su incursión en el baile los inflamados por la fiebre del sábado noche. El insumiso piensa también que tiene coraje -la virtud primaria de luchar por algo-, y que en caso de una invasión exterior no defendería su tierra con menos brío que el sumiso. Lejos de olvidar que toca al ser vivo proteger lo que ama, rechaza como adiestramiento para la defensa algo remotamente parecido a un lavado de cerebro.

Por lo demás, este acalorado debate sobre el ejército acontece bastante después de que nuestros legisladores resolviesen cómo serán las FAS hasta bien entrado el próximo milenio. Para ser exactos, acontece cuando prosperan domadores de votos y vendedores de alarmas, cuando nuestros hijos están dejando de confiar en. el futuro; tras haber sido tratados -clase a clase- con menos disciplina que en la generación previa. La mezcla de lo uno y lo otro tiene algo de paralizante, y si no fuera por un elemento de molicie consumista, el conflicto entre realidad y aspiración sería aún más desgarrador para, ellos.

¿Es el castigo la solución? No sé cuántos apoyarían otras alternativas, aunque sospecho que una parte considerable del cuerpo social. Sólo sé que: el estado de cosas es estimulante a nivel político, y que la catástrofe -supuesta o real- de nuestra defensa se solventaría de raíz preguntando al país si quiere o no un ejército mixto. Contestar esa pregunta obligaría a no desunir el caso familiar inmediato de la regla general, cosa sumamente oportuna para no seguir tomando el rábano por las hojas. La consulta debería instarla el propio Gobierno, si guarda algo de lealtad democrática, o en otro caso los colectivos de objetores e insumisos, pues hora es de que alguien empiece a recoger el medio millón de firmas requerido para imponer plebiscitos sobre ésta y otras cuestiones de parejo calibre. El electorado borrego se distingue del pueblo constituyente en que sólo puede votar a personas-programa, capaces -como vemos cada día- de incumplirlos punto por punto, mientras éste se reserva el derecho a decidir lo fundamental mediante referendos.

No se me oculta que bastantes madres -y hasta padres- con vástagos indolentes o respondones pedirían una mili al puro estilo pretransición, con mucho "a la orden" y mínimos tiros. Tal como anda el mundo, sospecho que un ejército así, abastecido con balas de fogueo, bien podría resultar tan! eficaz para evitar una invasión como varias divisiones de carapintadas con tecnología Silicon Valley, y un regimiento adicional de ninjas. Se diría que el país está a salvo de agresiones por ahora, tanto si encargarnos su defensa al arzobispo de Toledo como a una decorada variante de Rambo.

Pero no son las únicas opciones, ni cuestan lo mismo.

es escritor.

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