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No todo son Balcanes

Suráfrica, algo arriba de 30 millones de habitantes; la antigua Yugoslavia, algo abajo de los mismos.Suráfrica, todas las variantes de la religiosidad cristiana con un acento en el integrismo racista, heredero de Calvino, más algún parche de islamismo, y un puñado de animistas entre otras originalidades místicas; la ex Yugoslavia, todas las especialidades del cristianismo, con una tilde sobre el catolicismo, rama antisemita, y la ortodoxia griega, sector anti-islámico, y ambos santamente xenófobos, más una minoría que se encomienda a Mahoma.

Suráfrica, una buena docena de etnias mayores entre blancos, macedonia de naciones negras, con un complemento de mestizos e indios; la antigua Yugoslavia, eslavos de enfrentada adopción, húngaros históricos en tierra de ley extraña, búlgaros desparramados por el suelo propio y el vecino, albaneses inextricables en cualquier definición, turcos rezagados a los que olvidó el imperio.

Suráfrica, dos lenguas mayoritarias, vehículo transnacional, afrikaans e inglés, y un florilegio de tablas afronegras desde las extendidas, zulú y xhosa, hasta menudos bantustanes linguísticos para hablar sólo con el estricto vecindario; la antigua Yugoslavia, una lengua mayoritaria escindida en dos alfabetos para el exabrupto odioso, el llamado servocroata, y toda una bandería indescifrable de búlgaro-macedonio, macedonio-serbio, magyar de toda la vida, esloveno de la marca germánica, y albanés, sólo apto para sociedades secretas.

Suráfrica, nacida a una auténtica independencia y democracia, en buena. parte como seguimiento a la destrucción de la Unión Soviética, con elecciones accidentadas pero libres, urna común a todas las razas, sociedad en construcción hecha de retazos que una canalla ingeniería política se esforzó durante 40 años en mantener segregados; la antigua Yugoslavia, en proceso acelerado de suicidio criminal, como devanado del propio fin de la Unión Soviética, elecciones manipuladas en un sumidero irreductible de cantones, sociedad en de construcción sobre un ajedrez de piezas nacionales que durante 40 años convivieron en lo que parecía sensata geometría.

Europa, madre de todos los portentos, señora de tanta colonización, continente que ha esculpido el mundo de palabras para la libertad: igualdad, solidaridad, democracia, y que alberga en su seno la primera gran multi-guerra civil del mundo pos-soviético; Africa, hija de todas las esclavitudes, sierva de la discriminación de razas, tierra que ha aportado a la historia el dolor de los que no pudieron inventar ni recibir la democracia, y que contiene en su punta geográfica meridional el mayor experimento en libertad y fraternidad del nuevo mundo transcomunista.

Parece toda una lección.

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Es cierto que en Suráfrica la misma transición que se ha convertido en una mortal rapiña en la antigua Yugoslavia, ha producido hasta la fecha varios miles de muertos, aunque siempre en el enfrentamiento entre diversas y decisivas visiones de lo que quepa entender futuro del país. Pero, lo extraordinario es que todos, los racistas y verdugos de ayer, y sus víctimas, los vencedores en las urnas de hoy, comparten una más que mayoritaria fe en el futuro surafricano, multi-racial, multi-religioso, multi-cultural. De una parte, en los líderes de la minoría blanca, realismo, inteligencia política, asunción de la historia; de otra, en los dirigentes de la mayoría negra, generosidad, larga perspectiva, repudio sin venganza del ayer y esperanza en el mañana.

Lo que pudo haberse convertido en los Balcanes de Africa es hoy el comienzo de una aventura apasionante, de la que nadie sabría garantizar, es cierto, un final feliz, pero que goza de una más que razonable oportunidad de conseguirlo y de cambiar, con ello, la historia del continente negro. Si eso no es poner en ridículo a una Europa, más débil aún que sus propias debilidades, es que ya no somos capaces de avergonzarnos, de nada.

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