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Libros y/o gatos

Julio Llamazares

El otro día, una treintena de amigos, del más variado cuño y pelaje, nos reunimos en una cena para rendirle homenaje a la persona que -lo digo con todos los respetos- más lo merece en Madrid: Jesús Moya, el editor de Endymion. Por supuesto, tuvimos que engañarlo (de lo contrario, él nunca hubiese aceptado), como también tuvimos que hacerle a escondidas el librillo que le regalamos: un libro-acróstico escrito por los presentes y titulado irónicamente De fratre Moya et animalibus.

Porque la verdad es que Moya es un franciscano, un fraile heterodoxo y comunista que nunca ha ido a la iglesia, y sí bastantes veces a la cárcel, pero que se ha pasado la vida derrochando bondad entre todos sus amigos y enemigos, si es que alguno le queda todavía del pasado. Madrileño y castizo hasta las cachas, gato por antonomasia, Jesús Moya fue hijo de la guerra y, como tal, conoció el exilio, los campos de concentración franceses, la lucha en la Resistencia, la clandestinidad y la cárcel, pese a lo cual, y a pesar de todo lo que ha sufrido, yo jamás le he oído hablar mal de nadie. Jesús, entre libro y libro -que son, aparte de su oficio de tipógrafo y los gatos, la gran pasión de su vida-, siempre tiene una palabra de comprensión, un gesto de cariño distanciado hasta para quienes le han hecho más daño. Porque daño le han hecho mucho, y no es menor quizá el olvido al que bastantes de sus amigos le han relegado. Durante años, en París o en Madrid, Moya les dio su primera oportunidad como escritores a gran parte de los autores, e incluso de los políticos, que hoy triunfan en España.

Quizá por ello, en los últimos años, Jesús Moya, en su cripta subterránea de Cruz Verde -resto quizá de la clandestinidad a la que las, penalidades le acostumbraron-, ha empezado a acumular gatos en vez de libros y botes de comida para aquéllos en lugar de paquetes y galeradas. Al cabo de la vida y de los años, y después de tanto luchar, a veces de manera tan ingrata, ha debido de darse cuenta de que los verdaderos poetas, sus auténticos amigos, sus mejore!; escritores, son los gatos vagabundos que recoge por la calle. Al menos, ellos nunca le fallan. Porque los escritores y los políticos son vanidosos y enseguida se olvidan de quien primero les dio la mano, aunque, de cuando en cuando le rindan un homenaje.

En el del otro día, que fue muy emocionante, yo al menos eché en falta a los gatos.

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