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Berlusconi y la televisión

¿Cómo ha podido vencer en las elecciones de marzo en Italia un partido que no existía hasta dos meses antes? ¿Cómo ha podido suceder que el hombre nuevo sea Silvio Berlusconi, conocido beneficiario del odiado régimen que tenía que abatirse? ¿Cómo se explica, si no es por el diabólico poder de la televisión?Es un hecho que hace un año nadie habría dado vencedora a la derecha en Italia, y más con un fuerte aumento fascista. Hace tan sólo seis meses había sido derrotada en las elecciones municipales de Roma, Nápoles, Venecia, Génova, Trieste. Estaba en juego lo mismo. La única variante era que Berlusconi todavía no había "saltado al campo", su expresión favorita. Es un hecho que Berlusconi posee -además de un periódico (Il Giornale), una enorme editorial de libros y revistas (Mondadori) y uno de los semanarios políticos de mayor difusión (Panorama)- una red televisiva tan grande como la pública: tres cadenas que retransmiten informativos, programas de entretenimiento y programas de variedades (más otras dos cadenas de televisión de pago y una de documentales culturales). Y puesto que seis cadenas televisivas y un ejército de publicaciones periódicas exigen un gigantesco rastreo en busca de publicidad, tiene una cadena publicitaria, Publitalia, cuyas ramas llegan a todos los rincones del país.

Esto es lo que le diferenciaba de Ross Perot: Perot aparecía en televisión; Berlusconi era la televisión. Para convertirse en un líder político le ha bastado con pasar al otro lado de la cámara y hacer que le entrevistaran los directores de sus periódicos, mientras que Publitalia hacía brotar en pocas semanas, como los níscalos con la lluvia, los 13.000 clubes de Forza Italia, más de uno por municipio, cada uno con su sede y provistos de manifiestos, chapas, pins, banderines, camisetas, maletines y música del nuevo partido para repartir.

Es un hecho, por último, que Fininvest es el único grupo industrial que, contrariamente a Fiat, Olivetti, Montedison o Ferruzzi, no tuvo necesidad de establecer relaciones con los medios de comunicación, ya que la empresa misma era un medio de comunicación.. Y. cuando le faltó el apoyo de la esfera política, su carácter de productor y mediador de la comunicación le permitió convertirse en sujeto político. Forza Italia es el nuevo partido de la era telemática; un partido centralizado -es más, dictatorial-, porque, en él, poder empresarial y poder político son lo mismo.

¿Basta con esto para decir que quien posee la televisión tiene la garantía de la aceptación?

. No lo creo. En 1963, toda la televisión italiana estaba en manos de un grupo democristiano, y además inteligente. Italia estaba en plena expansión. En el norte se habían iniciado los primeros experimentos de centroizquierda, que daban a la Democracia Cristiana un carácter más dinámico. En aquella campaña electoral, las demás fuerzas políticas tuvieron acceso a la pequeña pantalla seis veces en dos meses, diez minutos cada vez, en terribles espacios autogestionados, y al final breves mensajes de los líderes. Y, sin embargo, la Democracia Cristiana retrocedió, la izquierda dio un salto adelante y se pasó una página política. El mensaje no había llegado. Por el contrario, en 1994, las tres cadenas públicas, pese a proporcionar espacios similares a todos los candidatos, como impone la ley, estaban explícitamente en contra de Fininvest, y el centro y los progresistas deberían haberlo aprovechado. Las oportunidades eran, al menos, iguales. Pero los progresistas no han vencido y el centro se ha hundido.

No es, pues, una gran respuesta el satanizar a la televisión. Es verdad que, con la televisión, los candidatos, a los que hace tiempo había que ir a ver a los mítines, entran en tu casa de la mañana a la noche, y es clamorosa la desproporción entre los que pueden utilizar este medio obsesivo y los que no; se ponen en juego las reglas de la competencia democrática, o, mejor, éstas evidencian al máximo la desigualdad de oportunidades. Y, sobre todo, es verdad que, como advertían Marcuse y Adorno, la de la televisión es una comunicación que hace pasivo al individuo, la recibes cuando y como te la dan, sin tiempo para reflexionar, como sucede con la letra impresa, y no hay interacción alguna que vaya a modificar la diferencia de poder entre quien retransmite desde el estudio y quien escucha desde casa. De todos modos, el impacto de la recepción pasiva a que obliga toda imagen en movimiento varía según el espesor del filtro crítico de quien escucha. En 1963, y hasta mediados de los años setenta, existía este filtro; ahora, ya no.

El politólogo Gian Enrico Rusconi observa que se ha delegado en la televisión la función de creación del consenso: la gente no hace ya política, la escucha. Desde hace algunos años, todos los líderes políticos han elegido el "partido ligero", una idea de la política como técnica y consenso en vez de participación de muchos en una "sociedad intermedia" entre la esfera institucional y el recurso a las urnas. El ciudadano que pasaba por una experiencia de adhesión o de conflicto en el partido o en el sindicato percibía las opciones de voto en el medio en que se movía. Ahora esta experiencia le llega a través de la pantalla, los sondeos dan cuenta de cómo se recibe y le comunican las tendencias. La política se hace a través del vídeo: la aceptas o lo apagas. Cuando comprendas que ya no puedes más, te abstendrás de votar.

La izquierda ha tomado por modernización la renuncia a su red asociativa, bastión reactivo y en cierta forma autónomo dentro de un orden social indistinto. Con esto, dejó totalmente libre el campo a quien poseía la técnica de comunicación más poderosa. La suerte de Berlusconi habría sido bien distinta en los años setenta. De hecho, ha saltado al campo después de que lo despejaran.

Y se ha explayado a gusto. Ha apelado a la desconfianza en los partidos alimentada por un populismo justicialista hacia la corrupción que también la izquierda ha aprovechado, ilusionándose con salir indemne porque no había estado en el Gobierno; indemne ha salido sólo quien, como la Liga Norte, no estaba siquiera en escena, o el MSI de Fin¡, que, como todos los fascismos, cultiva una vertiente antipolítica y antiparlamentaria. Pero también ha apelado a la necesidad de seguridad frente a la ruina general: debía haber alguien nuevo. Pero ¿quién? Fuera de lo público, en el terreno cruel, pero sin corromper y eficiente, de la empresa privada.

Todos, incluso la izquierda, de capa caída desde 1989, tenían el camino abierto. En Italia se ha tirado alegremente al cubo de la basura no a Lenin, fuera de juego desde hace medio siglo, sino a Keynes, verdadero objetivo del liberalismo salvaje. Lo "público" se ha identificado con `Estado", y Estado con "partidocracia". Exorcizada toda intervención regular de la esfera política, Estado del bienestar incluido, con los sindicatos acusados de miopía corporativa, los únicos valores absolutos se han visto en la empresa y en el mercado. ¿Y qué si no esto era Berlusconi? Basta con el principio de la separación entre poder económico y político por la que claman los sistemas democráticos: el patrono de Fininvest, símbolo del reto privado a la televisión pública, sería el premier símbolo de la Segunda República.

Y en eso se ha convertido presentándose como lo que era, un hiperliberal exento de viejos prejuicios antifascistas. Ha prometido crear puestos de trabajo en tiempos de desempleo creciente y modelos socialistas en crisis. ¿Querrá a cambio el máximo de movilidad y de flexibilidad de salarios? Paciencia, la solidaridad no está de moda. Ha prometido menos impuestos, no se sabe cómo, pero ya veremos. ¿Se ha aliado en el norte con la pequeña empresa de la Liga separatista y en el sur con los fascistas, que juran sobre la unidad de Italia? Su cara bien afeitada y sonriente como la de los empresarios de sus series garantiza que era él el que se valía de sus aliados, y no al revés. Por lo demás, ¿qué otra elección hay? La izquierda es tímida o promete lágrimas y sangre. Ha atacado su moralidad, no su línea. Por eso, el enorme caudal de votos liberados por la crisis del centro ha ido a parar en avalancha a la derecha. Berlusconi ha sido el destinatario ideal, y la red Fininvest, el canal que no encontró barreras.

Rossana Rossanda es escritora y periodista, fundadora del periódico italiano Il Manifesto.

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