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Terapia postal

Jóvenes disminuidos lavan, cosen y clasifican todas las sacas de correos

Zurcen, lavan y clasifican. Son 32 jóvenes con minusvalía psíquica que se encargan de mantener en buen estado todas las sacas de correos del territorio español y las que llegan de 140 países extranjeros. En total, una media de 150.000 al mes. En 1993 facturaron 9.175.000 pesetas. "Estamos muy satisfechos con su trabajo y, al mismo tiempo, a ellos les sirve de terapia", afirma Carmen Jiménez, jefa del servicio de suministros de Correos. Son chicos y chicas con una minusvalía entre el 33% y el 60%, alumnos-trabajadores del centro ocupacional de la Fundación Benéfico-Docente Carmen Pardo-Valcarce, situada en una finca de 120.000 metros cuadrados en la carretera de Fuencarral a El Pardo.Tienen entre 21 y 23 años. Trabajan desde las nueve y media de la mañana hasta las cinco de la tarde. Los que han llegado ya a un nivel profesional cobran el salario mínimo. Los que aprenden pero también colaboran reciben 8.000 pesetas al mes. En navidades, paga extra. "Mis padres me lo ingresan en una cuenta corriente", comenta Salva. "No hay envidias o competitividad entre ellos. Los que ganan 8.000 pesetas saben muy bien que su trabajo se centra más en el aprendizaje", afirma Rafael, coordinador de los talleres del centro ocupacional.

Cada mañana, dos o tres camiones de Correos llevan el cargamento a las naves de la finca y recogen el trabajo ejecutado. Los jóvenes se sumergen en las sacas. Primero las separan: las españolas por un lado, las del extranjero por otro. Por tamaños, por colores... Sacas de buzón... Las que viajaron por el aire desde Francia, Hong Kong, Malasia, Australia... Las que circulan por tierra... Las lavan, cosen los jirones: son muchas las damnificadas por los trajines viajeros y hay un pacto internacional por el cual cada país se encarga de limpiar y reparar todas las sacas que recibe. Finalmente, las clasifican por países: unas regresarán a su origen por tierra desde Chamartín. Otras, por los aires, desde Barajas. Mañana llegará otro cargamento a la fundación.

Enormes lavadoras, gigantescos tendederos. De entre las sacas colgadas al sol sale David Machín -de 22 años y con unas dimensiones que han inspirado que todos le llamen Tachenco- Está contento, y no se corta. Lo tiene claro: sus compañeras Inge y Coro hablan demasiado. "Al principio tuve un poco de miedo", cuenta; "Me asustaba trabajar. Ahora me gusta. Me gusta este trabajo. Estoy contento".

En 1991, Carmen Cafranga, vicepresidente de la fundación, tuvo la ocurrencia de presentarse al concurso convocado por el organismo autónomo de Correos. Su proyecto fue seleccionado. Hasta entonces, habían sido distintos talleres los que hacían el trabajo, pero no era rentable. Carmen Cafranga y su equipo consideraban importante conseguir una ocupación para muchachos y muchachas que habían estudia do cursos de formación profesional adaptada en el centro Niño Jesús del Remedio, el primero que funcionó en la finca, concertado por el Ministerio de Educación y Ciencia y que se encarga de impartir formación profesional adaptada a jóvenes que no han podido mantenerse en la educación reglada.

El proyecto fue puesto en marcha. Organizaron la fundación, crearon una sociedad limitada con el fin de contratar a los chicos que pudieran ganar el salario mínimo interprofesional, y consiguieron subvenciones de la Comunidad Autónoma de Madrid, el Instituto Nacional de Servicios Sociales (Inserso), el Instituto Nacional de Empleo (Inem) y el Instituto Municipal para el Empleo y la Formación Empresarial (IMEFE) para organizar cursos de especialización. En el caso del Inem, para ayuda de los salarios y la exención del pago de la Seguridad Social. Algunos de estos alumnos, pocos, salen de la fundación al mundo productivo.

Los otros jóvenes del centro, hasta llegar a 60, trabajan en el vivero, dentro del mismo terreno, que sirve al por mayor plantas y esquejes al Ayuntamiento y a viveros privados. Otros ajustan las, tuercas de los tornillos que una multinacional alemana, exporta a todos los países del mundo como material para la construcción.

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¡Carmen, cariño!

Inge Rosset saluda a Carmen Cafranga, la Jefa del centro. Se cuelga de su cuello. Sus 23 años necesitan cariño. Está contenta: acaba de clasificar la porción de sacas de correos que le corresponde. Ya no le importa la reciente ruptura amorosa por la que ha pasado. Sonríe: "Otro novio que tuve me pidió cuando rompimos que le devolviera los pendientes que me había regalado. Le dije que no. Que no eran de oro, porque me daban alergia en las orejas". Inge retorna al cuello de Carmen Cafranga y la come a besos."Aquí, lo más impresionante", dice Ramón, uno de los monitores, "es ver la evolución de los chicos. Muchos que no querían ni hablar ahora participan en el grupo. La clave está en encontrarles lo que llevan dentro, escondido. Es increíble lo que les estimula el sentirse útiles".

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