Segundo ultimátum
LA OTAN no ha lanzado contra los serbios de Gorazde los ataques aéreos que habían sido cuidadosa mente preparados. ¿Significa ello que todos los términos del ultimátum que les fue impuesto por la ONU han sido respetados? Seguramente, no; incluso los cascos azules han reconocido que no disponen de fuerzas suficientes para comprobar si las armas pesa das -como estaba especificado- han sido retiradas a 20 kilómetros de la ciudad. En todo caso, han cesado los ataques bárbaros que Gorazde ha sufrido durante muchas semanas. Y sí se han comprobado movimientos de retirada de las armas. Como en otros casos, la ONU ha aplicado el método de "hacer la vista gorda" y contentarse con que los serbios cumplan al menos los puntos más fundamentales. En Gorazde, como antes en Sarajevo, los habitantes pueden circular ahora por las calles. Algunos convoyes de socorro han podido llegar. Unos cientos de heridos graves han sido evacuados, y cabe esperar que salven sus vidas. Sin embargo, no cabe ignorar la debilidad de la conducta de la ONU, que ha encajado una serie de violaciones escandalosas de los términos del ultimátum: la evacuación de los heridos se ha hecho con parada obligada en un punto de control serbio, lo que ha podido tener consecuencias fatales en ciertos casos urgentes. Varios convoyes humanitarios han sido detenidos sin justificación. Los serbios han destruido en su retirada el centro potabilizador que aseguraba el suministro de agua a Gorazde, lo que amenaza la salud de todos sus habitantes. Todo ello ha producido discrepancias entre la ONU y la OTAN. El representante de la ONU, Akashi, negó la autorización para un ataque cuando la OTAN lo consideraba necesario. Esto aumentará las voces, ya fuertes en el seno de la Alianza Atlántica, que rechazan la subordinación del aparato militar occidental a las decisiones de la burocracia de la ONU y defienden que, adoptadas ya las resoluciones del Consejo de Seguridad, el mando militar de la OTAN es quien debe decidir cuándo ha de intervenir y cuándo no.
Ahora todo el mundo parece aceptar que el uso de la fuerza, o una amenaza seria de emplearla, es la única forma de impedir a los serbios que sigan con sus salvajadas. Esa idea fue rechazada durante años por los Gobiernos europeos, los cuales basaron su política en la ilusión de convencer a los serbios diplomáticamente para que no siguiesen con su guerra de agresión y su limpieza étnica. Ahora es obvio que tal política ha fracasado y que fue causante de muertes y de horrores sufridos por los pueblos de la antigua Yugoslavia. Ante el inicio de una nueva fase en el problema bosnio, sería intolerable para la opinión pública que no se tuviese en cuenta la experiencia de lo ocurrido.
Para evitar que los serbios lancen ataques contra las otras ciudades musulmanas, el dispositivo de represalias aéreas de la OTAN debe mantenerse. No hacen falta al respecto nuevas discusiones políticas, ya que la decisión de la ONU ha sido tomada ya. Y urge entrar en el tema decisivo de la preparación de una solución duradera para Bosnia. Exige, como condición mínima, que los serbios se retiren de gran parte de las zonas que han conquistado por la fuerza para que la federación bosnio-croata -creada por el acuerdo de Washington- tenga un mínimo de cohesión territorial.
Pero la opinión pública internacional no puede dejarse confundir por esta solución parcial en Gorazde. Hay demasiados signos de que, si finalmente se ha actuado con cierta energía para acabar con el sufrimiento en Sarajevo y Gorazde, la política occidental sigue orientándose hacia soluciones que asuman las conquistas serbias y su odiosa limpieza étnica.
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