El motín de las gorras
Los taxistas madrileños montaron una original protesta en 1966 contra el uso del uniforme
El 26 de julio de 1966, la plaza de Cibeles amaneció alfombrada por cientos de gorras. La propia diosa apareció con una de ellas en lo alto de la corona. Este pintoresco suceso, que recibió el nombre de motín de las gorras, ocupó aquel caluroso mes de hace 28 años la atención de toda la prensa madrileña. Los taxistas habían elegido esa forma de protesta para obligar. al Ayuntamiento a modificar la ordenanza municipal que les obligaba a llevar, además del uniforme, una gorra de plato. El motivo que alegaban era el calor sofocante que hace en la capital en los meses de verano.Periodistas y ciudadanos llenaron con sus opiniones páginas y páginas de los rotativos para defender o despotricar por la acción de los taxistas. "No comprendemos que una sociedad que tiende a la democracia imponga a los conductores de los autos públicos la obligatoriedad de permanecer cubiertos mientras empuñan el volante", decía un editorial de La Vanguardia Española, mientras que un lector se quejaba en el Informaciones de que "los taxistas ahora se declaran en huelga porque las gorras les dan calor. Quizá más adelante quieran ir en camiseta y short", preveía escandalizado.
"Aquello surgió de una manera espontánea", recuerda Fermín Macarro, un taxista de 50 años, presidente de la Unión de Pequeños Transportistas, que participó en aquella manifestación y que es uno de los pocos conductores de este gremio afiliado a un sindicato, en su caso al de UGT. "Cuando las autoridades se dieron cuenta", añade, "las gorras estaban ya en Cibeles, a la vista de todo el mundo, y nadie pudo impedir que la prensa recogiera el suceso". Fermín tenia entonces 23 años y había empezado a trabajar en la profesión, como asalariado, en febrero de 1966. "En esta época habían surgido ya ciertos descontentos contra las normas del Ayuntamiento, pero había miedo a realizar actos reivindicativos porque podías ir a la cárcel".
"La dictadura", dice, "imprimía su propio carácter al taxi. Teníamos que ir uniformados porque formaba parte del estilo del propio sistema Político. Querían gente ordenada y semimilitarizada. El uniforme era de un color azul de Bergara y había tiendas que se habían especializado en su venta". No obstante, Fermín Macarro cree que los taxistas no se habrían rebelado si la Policía Municipal no hubiera sometido a los conductores a "una persecución implacable". "Por no llevar puesta la gorra nos multaban con 250 pesetas, una cantidad muy alta en aquella época, equivalente a más de un día de trabajo".
Pero la revuelta de los taxistas no conmovió a los responsables municipales. La comisión de Circulación y Transportes celebrada esa semana no sólo denegó la petición de los conductores, sino que dio indicaciones a la Policía Municipal para que "redoblara su celo". Los periódicos hablan incluso de "persecución de los sin gorra". El primer teniente de alcalde, Jesús Suevos, alegó motivos de decoro para imponer la cabeza cubierta.
Además se quitó importancia al motín con una nota de la policía en la que se destacaba que el número de gorras recogidas en la céntrica plaza era sólo de 127, y no de 2.000 como señalaba la prensa. También se advertía que la mayoría de ellas estaban viejas y deterioradas, "como si el famoso gesto de los taxistas hubiera tenido cierta dosis de prudencia", señalaba el cronista de la villa, Enrique de Aguinaga.
A juicio de algunos columnistas, el Ayuntamiento no quiso dar su brazo a torcer por "no mostrar tibieza frente a quienes habían demostrado tal atrevimiento hacia la autoridad. Otro trataba de suavizar este "acto de rebeldía" y escribió: "El taxista suele ser por lo general rudo, porque su profesión es dura, pero ha demostrado honradez, sensibilidad y sentido religioso de la vida en muchísimas ocasiones". También hubo quien, en un afán de encontrar una solución intermedia, proponía sustituir el gesto de ponerse y quitarse la gorra en la iniciación y término de la carrera con un "buenos días" y un "usted lo pase bien".
A principios de agosto de 1966 la agencia Efe distribuyó un teletipo que hablaba del efecto positivo que la guerra de la gorra había tenido sobre el turismo. Los corresponsales alemanes habían difundido en su país la noticia, y los exigentes teutones, que sufrían en ese momento una gota fría, consideraron que la manifestación de los taxistas "era una garantía de la temperatura reinante en la península Ibérica".
Esta involuntaria promoción turística no dio resultado y los taxistas tuvieron que esperar hasta principios de los setenta para que las autoridades hicieran la vista gorda ante una ordenanza que no desapareció oficialmente hasta 1979.
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