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Lágrimas con alcohol en el último vuelo del Avión Club

El público se negó a abandonar el mítico café-cantante el día de su cierre definitivo

Los últimos pasajeros del Avión Club, el mítico café-cantante de la calle de Hermosilla, abarrotaron el local en su última noche de vida y no lo abandonaron hasta la mañana de ayer. La especulación inmobiliaria se ha tragado este oasis de libertad frecuentado por clientes de todas las ideologías, edades o clases sociales. El ídolo del Avión, el pianista César, ya retirado, no pudo ver cómo los parroquianos se resistían al cierre. No abandonaron el local hasta las diez de la mañana.

En las últimas horas, con la ciudad ya amanecida, hubo escenas de todo tipo. Unos querían quemar el local, otros dejaban recuerdos como prendas de vestir y se llevaban objetos que durante lustros adornaron el club, otros lloraban desconsolados, otros rezaban seguramente al dios Baco. Todos, con bastantes copas encima, cantaban repertorios entrados en años, incluido el himno de Riego. Allí acudieron clientes de los últimos 25 años. Todos se sentían descubridores de este insólito local, aunque la versión más fiable, corroborada por Manuel Zapatero y Leonor Toral, creadores y dueños del Avión Club desde el Domingo de Ramos de 1950, es otra. Desde su inauguración y durante 20 años, el Avión fue un discreto bar de alterne. En esa etapa se incorporó César Martínez, el pianista biólogo que se convirtió en verdadero mito del local y que desde hace meses ya está retirado. En los años sesenta el Avión tuvo varias sanciones debido a su actividad. En abril de 1970 recibieron un oficio de la Dirección General de Seguridad obligándoles a cerrar el bar porque en él se ejercía la prostitución. El cierre duró unos días y Manolo, Leonor, César y la entrañable cerillera Aurora, lo reabrieron transformado en local de buenas costumbres.

Noches en blanco

Pasaron muchas noches sin clientela. Por aquel entonces, Juan García Barquero, un jovencísimo estudiante, hoy arquitecto y vecino de Madrid, se encontró sin tabaco en una noche en la que hacía codos preparando un examen. Dando vueltas por su barrio a las tres de la mañana entró en un local vacío en el que daban pipas. Comunicó su hallazgo a su grupo de amigos y éstos tomaron el Avión como casa propia. Durante meses estos estudiantes fueron los únicos clientes junto con algún viejo del lugar. Poco a poco, llegaron otros descubridores. Allí, fascistas y comunistas, anarquistas y recalcitrantes católicos cantaban juntos jotas, tonadillas, tangos o Clavelitos al ritmo de la inmejorable música de César. Nadie discutía y en un corto espacio de tiempo se podía escuchar el Cara el sol o la Internacional. Cuando el público se arrancaba por himnos, César no les acompañaba para no tomar postura por unos u otros.

La ecléctica clientela, desde estudiantes de 16 años hasta jubilados de 70, se ha mantenido hasta ayer. Durante estos 24 años, raro es el cineasta, periodista, escritor, tahúr, taxista, artista o vividor que no ha pasado por allí. Entre ellos Paco Umbral o Gabriel García Márquez (en sus escapadas madrileñas), Eduardo Haro Ibars, Apolinar Rodríguez, Ricardo Solfa, Moncho Alpuente....

Algunos de ellos tomaron el último vuelo del Avión. "No existe un local así en ninguna parte del mundo", aseguraba un apenado Solfa a las seis de la mañana, "esto es una tragedia. No somos conscientes de lo que supone perder algo tan insólito y entrañable".

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