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Última misa mayor

Parecía mayo francés del 68, pero el pavimiento no era de adoquines

FELICIANO FIDALGO, Ayer, de buena hora, me presenté en el Parque de las Naciones con pico y pala. Esto es: un bloc, bolígrafo y la Biblia, libro incluso sindicalista, pero con dimensión hasta redondina por si había que jalear el acontecimiento; también eché en la cartera Las Rimas, de Bécquer, y sobre todo Germinal, la epopeya social de la época (hace un siglo) que le costó a su autor, Emile Zola, su amistad con Cézanne. Está claro que, uno, ayer, quería lucirse. Se despedía Nicolás Redondo, llegaba su sucesor, un tal Cándido Méndez...; y luego, en estos cónclaves tan programados, tan apretados de liturgia y de estatutos, y de trascendencias, pues nunca se sabe... En todo caso yo fui preparado para: cumplir, como es de ley.

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Ya en el recinto ferial, de bruces ante el Palacio Municipal de Congresos, donde se cocía todo, hube de dar vueltas y revueltas. El recinto estaba más o menos secuestrado por la policía, sus mini autobuses, su material de guerrilla urbana y sus barras metálicas amarillas a modo de parapeto de primera línea.

Y es que los de la PSV habían plantado cara a todas las entradas del recinto. Y no para echar un padre nuestro silencioso de filegresía obediente, sino para salmodiar con arrobas de mala leche toda una creación. Entraba un delegado y los tales rezos agujereaban los infiernos: "Cabrones, ratas, hijos de...", ladrones". Llegó don Ramón Rubial, el gran santón, beato quizá, del sindicalismo ugetiano: "Estafador, compra un carné de ugeté". Arribaban periodistas, delegados y, a pesar de la policía, inquieta, el vocerío seguía incesante: "Qué fatalidad, qué fatalidad, la madre de Redondo no quiso abortar", rimaban al alimón varias señoras y señoritas de buen ver.

Un paso al frente, otro y, por fin, dentro del palacio. Era otro mundo: los delegados se movían, en las butacas del salón del gran ceremonial sindical algunos dormitaban, algunos leían, otros esperaban con cara de aburridos la llegada de los grandes. La fuerza presente más pesada parecía ser la de los medios de comunicación. Ni la muerte del Papa del Vaticano, ni la del Papa Negro, ni el festejo de cualquier jefazo de este mundo convoca más flash. En algún instante, imaginando las vallas amarillas, llegué a recordar aquel mayo francés del 68, tan baqueteado. Pero, no. Entré en un sala donde parece que ilustraban una ponencia sindical; la sala se llama París, y eso me hizo su aquel; me senté, pero no pasó un minuto y el que mandaba desde el estrado dijo: "¿Es usted un compañero?" Ni hablar...

Y se acabó el remake de mayo del 68. Había verborrea, como en la Sorbona y el Odeon, me corrieron como corrieron los revolucionarios a Mitterrand, pero yo no soy Mitterrand y el pavimiento no es de adoquines, la dinamita que sudaban los estudiantes arando con pico y pala el bulevar Saint Michel parisiense contra la poli.

La gente subía y bajaba por escaleras mecánicas; yo creo que no iban a ninguna parte. Y, bastante más allá del medio día, en el salón donde iba a celebrarse la misa mayor de la sucesión de Redondo, comenzaron a pasar algunas cosillas. Un chico muy eficiente abrió la puerta con fuga y preguntó: "¿En qué punto estamos compañera?" Y la compañera, como un resorte: "Están debatiendo estatutos". A mi lado, a pesar de todo, un delegado silbaba. Llevaba corbata, lo que desdecía al lado de Redondo que acababa de aparecer en el escenario, descorbatado como debe ser. Los medias mayormente, y los sindicalistas de a pie seguro que también, esperaban la llegada de figurones, pero nada. Alguien alertó: "Ha llegado la Sauquillo...".

Así las cosas, en espera de las emociones del final yo me acordé de que va a hacer 20 años, en el congreso del PSOE, en Surennes (París), los días 10, 11 y 12 de octubre si recuerdo bien, nació para presidente el actual presidente, entonces llamado Isidoro / Felipe González. Más descorbatado aún que aquel Redondo ya descorbatado. Unas noches después, llevé en coche a Isidoro a su hotel y, durante los 15 minutos de trayecto, me explicó por qué le molestaba la corbata. Hasta aquí hemos llegado. Pero el presidente adicto a la corbata.

Ayer, al abandonar el palacio de congresos la ira/ PSV había arreciado: 'Telipe, Leguina, Redondo, los tres monitos de la estafa nacional", "Cachondo, Redondo, pon un chiringuito de corbatas con José María Carrascal. Ya verás qué capital"....

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