Estos Borgia

Los Borgia que un día fueron el símbolo del poder y de la perversión tenían las pasiones desnudas bajo sus pesadas vestiduras de oro y armiño. El anillo de Alelandro VI guardaba un pequeño depósito de arsénico o de polvo de ciertos escarabajos secos. Aquellos renacentistas bendecían con la misma mano con que envenenaban. Aprovechando el blando viaje de la diestra primero vertían el veneno en la copa y luego remataban el gesto con la señal de la cruz ya sobre la cabeza de envenenado. Maquiavelo estaba encantado. Había tomado como modelo de príncipe a uno de aquellos valencianos que se habían apoderado de Roma. César Borgia, el hijo del Papa, era taimado, generoso, estratega, incestuoso, traidor, asesino, benevolente, admirado, amado, temido. Maquiavelo lo propuso de ejemplo a Lorenzo de Medicis para que aprendiera de él la forma de servir a la razón de Estado. Desde aquel tiempo, las pasiones son las mismas bajo distintas vestiduras y también el arsénico sigue siendo una sustancia muy cercana a la absolución, una forma de cerrar el círculo del amor y del odio, y si bien los crímenes de hoy no son obras de arte como entonces, queda todavía en pie este principio renacentista: los delitos de los poderosos sólo se descubren mediante la venganza, nunca a través de la justicia, pero ésta es una época sin gloria, y los pequeños Borgias de ahora que son esos poderosos y corruptos financieros, altos funcionaríos, jefes de empresa, políticos del Gobierno, no están a la altura de sus delitos ni de su honor. Siendo el honor una virtud tan cacareada entre los españoles, el veneno ya no corre aquí entre las esmeraldas ni tampoco hay sogas en los alcornoques. En este país no se suicida nadie. Corruptores y corruptos parecen embalsamados. La venganza de algunos. tiburones ha suplantado a la justicia, pero la atonía general agarrota a jueces y acusados. Nadie huye, nadie mata, nadie es asesinado. Lo peor de un país no son sus crímenes, sino que éstos formen parte del aburrimiento y de la decadencia.
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